Una tarde de principios de los 2000, en una casa promedio de un barrio de Buenos Aires, Maxi Prietto, un joven veinteañero que trabajaba en la distribuidora de golosinas de su padre, sintió que había encontrado su lugar en el mundo. Mientras limpiaba la memoria ya saturada del PC de su madre, meditaba sobre el hallazgo que le permitiría desarrollar su verdadera pasión, hacer canciones. “Antes grababa con una vieja porta estudios de cuatro canales que me había regalado mi papá. Después, con la compu, entendí que podía tener infinitos canales y efectos: distorsión, reverb, delay, wah wah. Me recopé. Grabé cinco discos, les puse tapa y se los regalé a mis amigos”. Uno de esos, Prietto (2002), sobrevive virtualmente en su Bandcamp. El resto se ha perdido.
Este músico argentino, multifacético y prolífico es hoy la voz y guitarra líder de Los Espíritus, una de las bandas más destacadas del rock independiente argentino, que trascendió el under y obtuvo reconocimiento internacional. En 2017, su disco Agua ardiente fue elegido por la prensa especializada como uno de los mejores del año, y los músicos giraron por toda América Latina y Europa, cerrando el año en el Microestadio Malvinas Argentinas de La Paternal, barrio en donde Prietto vive actualmente y la banda está asentada.
Al mismo tiempo, Prietto mantiene un dúo de batería/guitarra y voz llamado Prietto Viaja al Cosmos con Mariano, que se convirtió en un grupo de culto, y su proyecto solista, con el cual acaba de lanzar un disco de boleros junto con la cantante Poli Napolitano (Boleros y canciones, 2018). Influenciado por el blues, ritmos latinoamericanos, sonidos africanos, el rock psicodélico y las bandas sonoras de tinte desértico de Ennio Morricone, Prietto patentó un estilo híbrido, mutante y sumamente atractivo a la hora de cantar, componer y tocar la guitarra. Pero afirma: “No tengo ni idea de cómo toco o cuál es mi técnica. Si encuentran un libro de ‘Cómo tocar la guitarra’ escrito por mí, no lo compren. Es una estafa”.
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Prietto nació en Quilmes, barrio periférico del sur del Gran Buenos Aires, el 17 de diciembre de 1981. Sus primeros recuerdos musicales remiten a su madre, quien escuchaba casetes de Charly García, Chico Buarque o Los Fabulosos Cadillacs. Ella fue la primera en motivarlo a aprender guitarra. Su primer profesor era fanático del heavy metal, género que encandiló a Maxi de pequeño. Bandas como Megadeth, Pantera y Sepultura lo fascinaron. Su primer concierto, de hecho, lo hizo con Hermética, banda argentina de rock pesado liderada por Ricardo Iorio, cuando telonearon a Kiss en el festival Monsters of Rock, el 3 de septiembre de 1994. “A esa edad nos fascinaba la onda ‘película de terror’ que tenía la iconografía metalera, las calaveras en las tapas de los discos, la agresividad del sonido de las guitarras. En esa época me gustaba mucho dibujar. A los catorce empecé a formar mis primeras bandas”, recuerda.
En la escuela Nicolás Avellaneda, que superó con dificultades (“fui al turno mañana, tarde y noche. Era un desastre”), conoció a una persona que sería fundamental en su vida: Santiago Moraes, hoy su socio compositivo en Los Espíritus. Se cruzaron en los pasillos hasta que, en un momento, compartieron división. Se dieron cuenta de que la pasión por la música los atravesaba y esto hizo que la amistad fluyera con naturalidad. Primero intercambiaron casetes y luego formaron su primer proyecto serio de banda llamado Da Femme-ins. Prietto también recuerda un libro que le prestó Moraes que afectaría su manera de escribir letras: “Santi me prestó un libro de poesías de [Charles] Bukowski y cuando lo leí pensé que era una cargada. ¿Esto es poesía? No era lo que me imaginaba. El chabón estaba escribiendo de corrido algo que le pasó. Me acuerdo de un poema en que contaba que veía la cara de un político y lo describía como una persona sin resaca, sin experiencia de vida. Eso me impactó. Pasé de pensar que el tipo era un boludo a comprarme todos sus libros porque entendí que detrás de toda esa aparente simpleza había una profundidad accesible para todos, incluso para un pibe como yo que nunca había leído nada. Yo quería hacer eso en mis canciones: hablar de manera simple para que cualquiera pueda entenderlo”.
El tránsito a la adultez lo encontró viajando en tren desde su hogar, en el barrio porteño de Villa Crespo, donde vivía con su madre, hasta el local mayorista de golosinas de su padre, en el que trabajaba con su hermana en zona sur. Allí se chocó de frente con la realidad, algo que lo marcaría a fuego a la hora de incluir postales de la desigualdad social en sus letras. “No entendía cómo funcionaba el negocio –recuerda Prietto– y estaba todo el día pensando en canciones. Era una época agitada: trabajar desde temprano hasta la tarde, luego volver a Capital e ir a ensayar con Mariano, tomar birra hasta cualquier hora y al otro día lo mismo. Fueron años de prácticamente no dormir. La situación se hizo insostenible y terminamos vendiéndole el negocio a nuestro hermano mayor. Esa fue nuestra manera de hacernos cargo. Dijimos ‘preferimos morirnos de hambre, pero haciendo lo que nos gusta’”.
Viaje al cosmos
Mariano es Mariano Castro, la segunda persona crucial en la trayectoria de Prietto. Se cruzaron a comienzos de los 2000 en una fecha donde coincidían sus bandas. Allí, en un tiempo muerto, decidieron hacer una sapada. Maxi en guitarra y Mariano en batería. No lo sabían entonces, pero eso derivó en lo que luego llamarían Prietto Viaja al Cosmos con Mariano, un ensamble psicodélico y minimalista en donde Maxi patentó un estilo de cantante, se convirtió en un referente de la escena indie (junto a bandas como Él Mató a un Policía Motorizado, Shaman y los Pilares de la Creación, Go Neko! y La Patrulla Espacial) y tocó en un sinnúmero de centros culturales y pequeños tugurios rockeros. Su imaginario se componía de incendios, veranos fatales, cervezas en la playa, monstruos y hospitales incendiados.
“Tocábamos mucho en La Plata porque después de la tragedia de Cromañón no se podía tocar en ningún lado por Capital”, recuerda Prietto de aquellas primeras épocas de su dupla junto a Castro. “Era rarísimo el código que había. Éramos dos rompebolas. Casi que nos dedicábamos a espantar al público: tocábamos covers que solo yo me sabía, anunciábamos a una hora y salíamos tres o cuatro horas después, la gente se iba y no nos importaba. Teníamos un pacto de fidelidad a ese caos. Nuestro sonido era psicodélico, pero también la psicodelia tenía que ver con esa incertidumbre de nunca saber qué podía pasar. Queríamos hacer las cosas a nuestra manera y nuestra manera no tenía sentido”. Su sonido se diferenciaba del resto del rock local y sus letras eran testimonios desgarradores que le cantaban a la derrota cotidiana y al ensueño. Su voz, multifacética, deforme y muy atractiva, está al frente en todas sus canciones, resaltando lo inclasificable de su tono y su versatilidad. “La interpretación es muy importante –afirma–, tanto o más que lo que dice una letra. Pienso en el tango, por ejemplo. A mí me gusta mucho Roberto Goyeneche. Él interpreta canciones de muchos artistas, pero, si la escuchas por Goyeneche, parece como si la escucharas por primera vez. Hay frases que las dice de una forma que te duelen”.
Los Espíritus surgió en 2010 y edificó una pirámide sonora sobre tres pilares: percusión tribal/latina, blues y psicodelia. Su música plantea una conexión ineludible con lo corporal. Es una invitación permanente al baile que lleva el groove y el ritmo en su ADN. Allí también se narran las peripecias que forman el espíritu de Prietto: aventuras de noches en bares (“Lo echaron del bar”, “Las cortinas”, “Los desamparados”, “Noches de verano” –que recuerda a The Beatles–) o postales de denuncia (“Negro Chico”, “Las armas las carga el diablo”) en donde reaparecen esos trenes con personajes en los márgenes que marcaron a Prietto en su adolescencia. En sus letras aparecen escenas cotidianas (“El perro de Ramona”, “El bar de Carlitos”, “El tren que pasa”) y melodías hipnóticas, repetitivas, que inducen al trance. “Perro viejo” sigue en esta senda, con un riff en clave, casi, de música country. Aparecen los vagones, las estaciones de tren y uno se transporta a la rutina suburbana del flagelo laboral, el humo y el olor a grasa de los choripanes. También hay momentos de un sonido más étnico y tribal, como en “Alto valle”. Allí, con acordes acompasados, Prietto esboza como un coplero del norte una declaración de amor al ámbar de las piedras y a los cielos. Los Espíritus demostraron que es posible adornar de percusión al blues y construir un sonido único, generando una fisura seductora dentro de la monotonía de cierto rock actual.
Prietto no deja de sorprenderse por el presente de Los Espíritus. Logró un sueño que, en su adolescencia, parecía una utopía: vivir de la música. “Pensábamos que iba a ser un fracaso, pero nos encontramos con lugares llenos, incluso en Berlín. A todos nos encanta la música en muchos aspectos, no solo tocar en vivo sino también grabar, producir y conocer otras culturas”.
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Además de lo que ha hecho con sus bandas, continúa subiendo grabaciones caseras a su Bandcamp como cuando era adolescente. De cierta manera permanece fiel a aquel mantra de Tom Waits según el cual una canción es “como llevar agua con las manos”. Para vencer la evanescencia, Prietto compone y registra. Mediante un lenguaje austero, heredero de la literatura de John Fante y un modo de entender la canción popular desde los márgenes, transmuta la esencia de la música negra del blues a los desclasados que suele cruzarse por las calles de su barrio. Como en “La rueda que mueve al mundo”, una de sus canciones más recientes, donde canta: “La rueda alimenta a unos pocos / Para nosotros no hay más que palizas o entretenimientos / Para poder aguantar vamos a trabajar y después a comprar / Y a hacer la rueda girar y girar y girar”.
*Periodista y docente. Trabaja en la revista digital ArteZeta. Autor de Códex, música contemporánea (Maten al Mensajero Ediciones, 2016)