'Performance' del laboratorio de la revista Anfibia, titulado Laberintos de cristal. En él, unas bailarinas irrumpieron en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires con tejas transparentes para simbolizar el techo de cristal de las juezas y magistradas en la administración de la justicia. Mientras tanto, actrices declamaban los testimonios de esas mujeres, recolectados en entrevistas.

Periodismo performático

Hay que romper el periodismo antes de que se deshaga

Mientras los medios cierran y despiden a sus periodistas tratando de superar la crisis, artistas y 'performers' crean acciones híbridas que desdibujan los bordes.

Alejandro Gómez Dugand*
1 de octubre de 2019

Este artículo forma parte de la edición 167 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Postal 1

Un grupo de mujeres que superan los sesenta años, habitantes del barrio San Cristóbal de Bogotá, protagoniza un cabaret. Sus cuerpos, marcados por todo lo que el paso del tiempo nos hace a las personas y sus vidas, cruzadas por historias de violencia y abandono, son los objetos de un espectáculo burlesque. Sus vestidos, hechos de recortes de periódicos con que buscan narrarse a ellas mismas, engalanan esos cuerpos “viejos”: los visten de todo lo que no es un vestido. Algunas los usan para bailar, otras se despojan de ellos en un striptease rítmico.

Postal 2

Una candidata –candidata a todo y a nada– recorre las calles de la ciudad de Bogotá para promover su campaña. Su ropa impecable, un traje tan modesto como elegante. En las propuestas que salen de este personaje encopetado resuenan los borisjhonsons y los jairsbolsonaros que de más en más ocupan los gobiernos del mundo. “Tenemos un problema con el gran flujo de venezolanos que llegan a nuestro país”, dice la candidata en sus recorridos proselitistas. Los bogotanos dicen “sí”, dicen “obvio”. Ella conoce la respuesta. La candidata ha estudiado a fondo las frustraciones y los miedos de sus votantes y sabe agitarlos a su favor. “¿Debemos seguir manteniendo los errores del dictador?”. La gente responde que se vayan, que no es problema de Colombia lo que ocurre en el país de al lado.

Postal 3

Una lujosísima botella de agua llega a la oficina del dueño de una empresa. Llega en una caja que parece pensada por expertos en marketing y diseño. La botella, que bien podría adornar el bar de algún apartamento dúplex de un barrio de clase alta de la capital, es también una trampa: el agua que contiene es imbebible.

 

Esas tres postales, acaso inverosímiles, serán reales este noviembre. Son los tres proyectos ganadores del Primer Laboratorio de Periodismo Performático de Colombia, dirigido por la revista Anfibia de Argentina, pionera del concepto en América Latina, e Idartes, con la realización del portal Cerosetenta (que yo dirijo) y el apoyo de Fescol, la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) y la Fundación Gabo.

La primera vez que oí el término permanecí escéptico. En 2018, Anfibia, que dirige Cristian Alarcón, preparaba con el apoyo de Casa Sofía el primer Laboratorio de Periodismo Performático. Periodismo, dije. Performático, pensé. La propuesta de Anfibia era contundente: en el “Laboratorio de Periodismo Performático, ‘la palabra ya no tiene el poder’, busca promover el cruce entre la investigación periodística y las artes desde una matriz innovadora, explorando nuevas formas de contar historias. Propone una intervención en el espacio y la agenda pública, renovando el lenguaje periodístico de manera experimental y masiva”.

Periodismo, me seguía diciendo. ¿Performático?

Es posible que todos sepamos, de manera intuitiva, lo que es un performance (acción artística). Ya sea porque en la memoria tenemos el registro de una Marina Abramovic´ jugando a la ruleta rusa, o de una Tania Bruguera repartiendo cocaína entre el público sorprendido de la Universidad Nacional, o porque en los últimos meses hemos acudido a ver puestas en escena híbridas que no podrían catalogarse del todo como obras de teatro ni obras de arte. Una noche de karaoke junto a las mujeres que conforman la Red Comunitaria Trans puede ser un performance tanto como ver a una mujer que prepara arepas en el escenario en ruinas del Teatro Faenza mientras narra la manera en que fue desplazada. El performance es un arte que constantemente busca superar las plataformas inertes del lienzo, el papel fotográfico o la piedra. Es cualquier acción artística cuyo medio principal es el cuerpo. “No solo se trata de crear actos para ser vistos por una audiencia de lo espectacular –escribió la artista y performer Nadia Granados en Cerosetenta–: este modo de arte que nos interesa desarrollar se inserta en la sociedad como parte de un movimiento que intenta generar cambios, y que participa desde el cuerpo y la presencia del creador integrado a la colectividad como uno más del grupo que aporta desde sus saberes, desde su lugar en el mundo, teniendo en cuenta los relatos que nos edifican como sujetos sociales”.

Vaya uno a saber en qué momento el periodismo latinoamericano, que durante tantos años alternó con la literatura y el arte, se impuso los límites del fetichismo realista del periodismo anglo. Vaya uno a saber cuándo fue que empezamos a recitar aquella idea de que el periodismo es el registro de la realidad: una fotografía mecánica y no un aguafuerte arltiano. Periodismo, claro: el ejercicio de transmitir la realidad. Naturalismo, nunca impresionismo. ¿Cómo puede este oficio tan puro –¿puritano?–, en su misión por atrapar el mundo real, encontrarse con el performance, tan encaminado a retorcer y desdibujar los límites de lo real?

El primer laboratorio que impulsó Anfibia tuvo ciento noventa y cuatro postulaciones. Seis proyectos fueron seleccionados y premiados con asesorías y recursos para emprender una investigación periodística y luego convertirla en un performance. Para Alarcón, “el resultado de esta mezcla de formatos, disciplinas y experiencias es una pieza innovadora que genera conocimiento, produce sentido, denuncia, emociona, entretiene, conmueve subjetividades, saca de la zona de confort a las audiencias y rebota en la agenda pública. El Laboratorio de Periodismo Performático es un encuentro entre dos mundos que se combinan para revelarse de manera inédita”.

Anfibia ya ha abierto una convocatoria para una segunda versión del laboratorio y en julio de este año abrió la versión colombiana. Acá se dieron más de sesenta postulaciones de artistas y periodistas que querían contar el desplazamiento, el asesinato sistemático de líderes sociales, la corrupción política, nuestra relación con la tierra y el medioambiente. Los tres ganadores se encuentran en fase de asesorías con Nadia Granados y Edinson Quiñones, dos de los nombres más relevantes del performance nacional, y el equipo de Cerosetenta para reportear, organizar información, consultar fuentes y, entonces, hacer lo real: presentar un performance periodístico.

En un principio, asumí que mi rol como tutor sería el de defender el rigor periodístico frente a la avanzada performera. No podía estar más equivocado. En el fondo, iría descubriendo, en el proceso de asesorías y en conversaciones con mis colegas tutores, que el periodismo y el performance no son tan distintos. Un primer vaso comunicante entre ambas disciplinas es claro: las dos buscan comunicar la realidad, pero interpretándola –hacer una nueva puesta en escena–, nutriéndola así de sentido. Y ese ejercicio de comunicación, diría Habermas, es un proceso simbólico en que la realidad es producida, mantenida, reparada y transformada.

Los suicidas del salto del Tequendama por los que se obsesionó el cronista colombiano Ximénez; los fusilados del basurero de José León Suárez de esa catedral del periodismo que es Operación Masacre, del argentino Rodolfo Walsh; las crónicas que recrean las masacres del Salado y Bojayá, y los reportajes sobre los falsos positivos son ejercicios de reinterpretación de los cuerpos para dotarlos de sentido y así informar, comunicar y mantener en pie una realidad. El performance y el periodismo son ejercicios miméticos, no de registro. En su artículo “Journalism As a Perfomatic Discourse”, el catedrático, historiador y periodista Marcel Broersma de la Universidad de Groningen explora esta idea incluso en las formas más clásicas del periodismo: “Una entrevista, estructurada sobre el intercambio de preguntas y respuestas, sugiere tanto una representación mimética de una conversación como una cronología y una temporalidad real”. Un lector de Entrevista con la historia no lee conversaciones en bruto, sino una renderización: una puesta en escena organizada y performada por Oriana Fallaci.

Los cuerpos periodísticos –los cuerpos del periodismo– no son: performan. Una fotografía del reportero Jesús Abad Colorado ha marcado su carrera. En la foto en blanco y negro aparece Aniceto, postrado sobre el cajón que transportará el cuerpo muerto de su mujer Ubertina luego de morir por una bala perdida. En la imagen Aniceto no es carne, huesos y cerebro. Aniceto es más bien un gesto. O mejor, Aniceto es el gesto: el llanto que son todos los llantos, el alma rota por la violencia. El Sinatra del celebradísimo perfil del reportero Gay Talese no es el Sinatra del mundo real: es otro, un mecanismo narrativo que actúa bajo las órdenes de un demiurgo.

Y aun cuando la plataforma es viva, esos seres del periodismo siguen evadiendo el ser, como verbo, para convertirse en mecanismos performáticos. El Heriberto de la Calle de Jaime Garzón y el Hamlet de Shakespeare –ambos personajes representados por un actor– no son seres de un mismo universo. El príncipe Hamlet existe solo en el universo intradiegético de esa Dinamarca que no existe en los mapas. Hamlet es única y exclusivamente para hablar con Rosencrantz y Guildenstern, para vengar la muerte de su padre, para desenmascarar a su tío Claudio, asesinarlo y luego morir en los brazos su amigo Horacio. Hamlet es, en efecto, pero desde que se abre el telón hasta que vuelve a caer.

No Heriberto. El personaje de Jaime Garzón, un protoperiodista performático que no tiene límites dentro de una historia. Por el contrario, Heriberto se escribió en cada entrevista; en cada acción, diría un performer. Más que un megáfono de parlamentos, Heriberto era un dispositivo certero; una máquina periodística no solo para activar a la audiencia, sino también para desenmascarar a sus fuentes.

Esta noción del personaje como dispositivo es así mismo un vaso comunicante entre el periodismo y el performance. Otra idea que se derrumbó una vez iniciado el proceso de tutorías con los ganadores del laboratorio fue la de que el performance sería el resultado final de las investigaciones periodísticas; que mi trabajo era guiar a los proyectos en su proceso de investigación para que, con el asunto resuelto, Granados y Quiñones se encargaran de convertir esa investigación en una acción performática.

Nada más lejano de la realidad. Hay muchos casos en la historia del periodismo en que el reportero performó para investigar. En una nota para la revista Anfibia titulada “Periodismo performático: hacer lo real”, Julián Gorodischer hace un buen recuento: “En la crónica performática, el cuerpo se utiliza como lienzo u ofrenda. Hubo un hito europeo (la publicación del libro Cabeza de turco, 1985, de Günter Wallraff, en que el autor se mimetizó con un inmigrante turco en Alemania) y otro latinoamericano (el artículo “Seis meses con el salario mínimo”, 2007, de Andrés Felipe Solano para SoHo). Para que ambos se inscribieran como performances hizo falta hacer explícita su condición programática: justificarse en acto, como un organismo vivo que privilegia el latido antes que el terminado del texto”.

Performamos los reporteros cuando, en entrevista, hacemos preguntas cuya respuesta ya conocemos pero queremos tener de primera mano. Performamos los reporteros cuando, en terreno, caminamos de la mano de nuestras fuentes para, por un instante, ser parte de esa historia. Performó Germán Castro Caycedo cuando, para su entrevista a Pablo Escobar publicada en En secreto (1995), le pidió que le mostrara los tipos de balas que usaban los capos en Colombia. Escobar puso varias balas en una mesa y cada calibre sirvió de excusa para hablar de un periodo de la historia del narcotráfico en Colombia. Ejercicios como el de Caycedo hablan de un tercer vaso comunicante, y tal vez el más definitivo, entre el periodismo y el performance: ambos entienden la acción como el fin último. El periodismo y el performance no son nada si no hay un cuerpo que se mueva en una acción.

Tal vez al periodismo y al performance solo los diferencian la resistencia del primero a pensarse por fuera de los soportes tradicionales (el papel, la televisión, la radio, la web, las redes). Mientras los medios, asediados por cierres y despidos masivos, siguen pensando cómo superar la crisis que trajeron las nuevas plataformas, artistas y performers crean acciones híbridas que van desde la creación de criptomonedas hasta la apropiación de las estéticas webcam.

Este Primer Laboratorio de Periodismo Performático en Colombia reivindica esa idea revolucionaria del performance y la acerca al periodismo: romper las formas, desdibujar los bordes. Al periodismo hay que romperlo antes de que se nos deshaga entre las manos.

*Gómez es periodista y director del portal Cerosetenta.

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