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| Foto: A.P. / A.F.P.

ESTADOS UNIDOS

El suicidio político de Donald Trump

Su desastroso desempeño en el último debate y, sobre todo, su negativa a aceptar el resultado de las elecciones tienen casi definida la Presidencia a favor de Hillary. El Partido Republicano sería la siguiente víctima.

22 de octubre de 2016

A estas alturas de la campaña presidencial en Estados Unidos, cuando restan dos semanas para las elecciones del martes 8 de noviembre, el panorama parece aclararse en las toldas de la candidata demócrata Hillary Clinton y opacarse en las de su rival Donald Trump. La salida en falso del multimillonario neoyorquino en el último debate televisado el pasado jueves, cuando tuvo la osadía de negarse a decir que, si perdiera, aceptaría el resultado de los comicios, produjo una de las reacciones más contundentes en su contra. Y el hecho de que, 24 horas más tarde, señalara muy orondo lo contrario, pero solo si el ganador era él, elevó los niveles de asombro nacional, de risa, y también de preocupación. ¿Cómo puede un candidato de un partido serio poner en duda la democracia más antigua del mundo?

La mecha que encendió la llama surgió en el debate realizado en la Universidad de Nevada, moderado por Chris Wallace, de Fox News. Fue una discusión a fondo, virulenta a veces, donde hablaron del derecho a portar armas consagrado en la Segunda Enmienda constitucional, del derecho al aborto conforme a la sentencia Roe versus Wade, de la presunta implicación rusa en la campaña en curso, del monto de la deuda nacional, de las denuncias de acoso de varias mujeres contra Trump. Pero cuando Wallace lo inquirió sobre si acataría el escrutinio tal como lo haría el candidato republicano a la Vicepresidencia, Mike Pence, el magnate se limitó a decir, la mano en alto, que sobre eso se pronunciará “en su momento” y que “mantendrá el suspenso” porque, entre otras cosas, la prensa ha envenenado a los votantes.   

Ni corta ni perezosa, Hillary Clinton intervino enseguida para afirmar que estaba apabullada ante la circunstancia de que alguien se atreviera a cuestionar la limpieza de las elecciones y manifestó que históricamente Trump, si no consigue lo que se propone, dice que todo está “amañado”, como cuando su programa de televisión no recibió un premio Emmy. Y no solo eso. Un día antes el propio presidente estadounidense, Barack Obama, le había recomendado a Trump, desde los jardines de la Casa Blanca, no lloriquear más y ponerse a buscar votos.

 Esto no es para risas. Donald Trump ha puesto en entredicho la columna vertebral de la democracia norteamericana, que consiste esencialmente en celebrar elecciones libres y hacer una transición pacífica del poder. Ese es el único país donde ello ha ocurrido sin pausa por más de dos siglos contados desde que George Washington asumiera la Presidencia en 1789. No hay que olvidar que el propio padre fundador rechazó convertirse en rey, como le pidieron muchos de sus seguidores, y aceptó a duras penas una reelección. Y es que la democracia estadounidense ha resistido no solamente episodios como el asesinato de Abraham Lincoln tras ganar la guerra de Secesión, sino también la muerte violenta de otros tres presidentes, el último de los cuales fue John F. Kennedy, abaleado en Dallas el 22 de noviembre de 1963.

¿Por qué se pronunció de esa forma Donald Trump en el debate en Las Vegas? Tal vez porque está perdido y lo sabe. Según CNN, solo el 39 por ciento de los consultados lo consideró ganador, mientras que el 52 por ciento declaró triunfadora a Hillary. El jueves pasado le renunció el director político de la campaña, Jim Murphy. Y en el promedio de las últimas encuestas del portal Real Clear Politics, la aspirante demócrata le saca ya casi siete puntos porcentuales. Según editorializó The New York Times –un periódico que no es santo de la devoción del candidato republicano–, Trump “se está derritiendo y lo que pretende ahora es racionalizar su caída, por lo cual quiere tirar a la basura, en beneficio de su propio ego, el proceso democrático, de suerte que los dirigentes políticos que lo acompañan deberían distanciarse de él y de su estilo cínico”.

Los expertos en campañas políticas son de la misma opinión. Peter Schechter, que dirige el área de las Américas en The Atlantic Council, uno de los think tanks más conocidos de Washington, le dijo a SEMANA: “Lo que va a pasar el 8 de noviembre es que Donald Trump va a perder de manera contundente. Y como este es un sistema presidencialista y no parlamentario, Hillary Clinton va a manejar los temas de la agenda política y el tono del debate. Trump, por su parte, se convertirá en un ‘outsider’ desprestigiado y con algo de fuerza, pero en una cosa menor”.

Schechter piensa que el gran perdedor será el Partido Republicano, el mismo de Abraham Lincoln, de Teodoro Roosevelt, que encarriló al país en la llamada Era del Progreso. El mismo de Dwight Eisenhower, general clave en la Segunda Guerra Mundial. Y el mismo de Ronald Reagan, quien a pesar del escándalo Irán-Contras es considerado el líder que suscitó la caída del Muro de Berlín y la disolución del bloque soviético. Se pregunta Schechter: “¿Qué harán entonces los líderes republicanos al despertarse el 9 de noviembre, cuando Donald Trump montó a lo largo de este año una campaña con un mensaje contra las elites, contra el libre comercio, contra los hispanos y contra la globalización, y logró el respaldo de 30 o 40 millones de personas?”.  Está por verse. Y está por verse también si los republicanos pierden las mayorías en el Senado y la Cámara de Representantes este noviembre, donde se renuevan el 30 por ciento de los 100 escaños del primero y los 435 escaños de la segunda.

El previsible triunfo de Hillary Clinton –y eso que con el resultado del brexit y del plebiscito del 2 de octubre en Colombia ningún encuestador es confiable– no significaría, por otra lado, la opción ideal en Estados Unidos. Ella pertenece a una casta política que se ha beneficiado del poder, ha formado parte de la fundación neoyorquina de su esposo, una entidad con fronteras borrosas ante ciertos gobiernos. Ha recibido millones de dólares por discursos en firmas privadas de Wall Street, lo que la vincula a ese mundo al que pretende reglamentar. Los ciudadanos la ven como una mujer que no es de fiar, que se da el lujo de enviar y recibir correos electrónicos a través de un servidor privado, aunque ella ocupe la Secretaría de Estado y que lleva 30 años en la nuez del establishment. Pero ante la opción de un Trump presidente, ante el susto de un hombre errático en la Casa Blanca e irrespetuoso con las mujeres y las minorías, Hillary Clinton sería el mal menor y tal vez sería mejor presidenta que candidata.