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Guerra a control remoto

El soldado y la artillería han dado paso al ‘hacker’ y a los códigos informáticos. Los países autoritarios están liderando la contienda y muchos temen que el mundo no esté preparado para la ciberguerra.

17 de junio de 2017

Los tanques, aviones, metralletas, bombas y numerosas tropas eran sinónimo de victoria militar. Sin embargo, los avances tecnológicos de las últimas décadas le restan importancia al poderío de los ejércitos tradicionales, y han hecho de los computadores armas de destrucción masiva. La primera gran batalla de la ciberguerra mundial ocurrió en Estonia en 2007, cuando Rusia ordenó ataques informáticos que desataron el caos en el país. Durante varios días, los estonios no pudieron retirar dinero de los cajeros automáticos, el correo electrónico de las agencias gubernamentales se vino al piso, y los sistemas de los medios de comunicación no les permitían publicar una palabra. A diez años de este primer golpe virtual, los ataques informáticos en el mundo muestran que en el nuevo escenario de la ciberguerra es posible hacer colapsar un país desde una pantalla a kilómetros de distancia. ¿Qué actores y desafíos entran en este cambio de paradigma?

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Todos los caminos llevan a Rusia

El presidente ruso, Vladimir Putin, causó revuelo este mes al afirmar que “los ‘hackers’ son libres como los artistas. Se despiertan de buen humor y empiezan a pintar”. Pero el coqueteo de Rusia con la guerra virtual se remonta a los tiempos de la Unión Soviética, cuando Moscú aumentó la inversión en investigaciones de lógica matemática y ciencias duras. Además, los cibercriminales se escudan en el idioma ruso, pues es una barrera adicional para quienes intentan descifrar sus jugadas. Así, han sido pioneros en los desarrollos tecnológicos que permiten herir a sus contrincantes en el este de Europa y en Occidente.

Después de Estonia, los servicios de seguridad del Kremlin estuvieron ligados a los ataques cibernéticos de la guerra de Osetia del Sur de 2008, en la que piratas informáticos ‘hackearon’ las páginas web de varias organizaciones para obtener información confidencial y desestabilizar al gobierno de Georgia. Igualmente, los análisis de datos han señalado a hackers rusos como los responsables de los ataques a las redes eléctricas de Ucrania en 2015, cuando miles de personas sufrieron cortes de energía en zonas hostiles a la ocupación rusa.

Pero quizá la hazaña más impresionante de Moscú en la arena de la ciberguerra ha sido la interferencia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016. Según el gobierno de ese país, miembros de altas esferas del gobierno ruso (muchos señalan al mismo Putin) ordenaron ‘hackear’ al Comité Nacional Demócrata. Como resultado, miles de correos electrónicos de la campaña de Hillary Clinton se publicaron en el portal de WikiLeaks y afectaron la candidatura de la demócrata. Por lo tanto, muchos consideran que estas filtraciones contribuyeron al ascenso del magnate Donald Trump a la Casa Blanca. Además, este ataque cibernético continúa debilitando simbólicamente a la democracia estadounidense, pues Trump está en el ojo del huracán por los vínculos entre su campaña y agentes de Rusia.

Y aunque Moscú es amo y señor del ciberespacio, los rusos no son los únicos que han empuñado armas tecnológicas contra sus enemigos. El gobierno israelí utilizó un software estadounidense para realizar operaciones aéreas en Siria sin que los aviones de combate fueran interceptados por los radares de ese país. Del otro lado del mundo, se sospecha que Washington utilizó el virus Stuxnet a través de computadores de Microsoft para desconfigurar las redes de las centrales nucleares de Irán en 2010. Así mismo, según cálculos de la revista Foreign Policy, el gobierno chino tiene a su disposición a un ‘ejército’ de entre 50.000 y 100.000 hackers.

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Terreno desconocido

La ciberguerra hace temblar los paradigmas sobre la confrontación bélica, y varios expertos advierten que los sistemas de seguridad y la legislación actual no están listos para los desafíos que entraña este tipo de enfrentamiento. Así, aunque en la guerra convencional hay vencedores y derrotados, incluso el bando ganador pierde vidas, munición, dinero y capital político. Al contrario, los gobiernos que usan armas cibernéticas pueden crear confusión y debilitar al enemigo sin tener que enfrentar las pérdidas materiales de una confrontación militar tradicional, ni afrontar una retaliación del adversario.

Por demás, la ciberguerra es un hueso duro de roer para el derecho internacional y pone a prueba las alianzas de cooperación militar que se forjaron después de las dos guerras mundiales. Por ejemplo, aunque el artículo 5 del tratado de la Otan contempla que los miembros deben defenderse mutuamente incluso cuando la batalla se libra en el ciberespacio, dicha cláusula solo puede activarse cuando los ataques virtuales resultan en una pérdida de vida equiparable a aquella que se daría en un combate bélico. No obstante, aunque la mayoría de ciberataques a nivel estatal tienen efectos económicos severos, no resultan necesariamente en muertes directas.

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Con ello, identificar a los culpables y procesarlos judicialmente es tarea de nunca acabar. Como le dijo a SEMANA Nazli Choucri, profesora del Massachussets Institute of Technology y experta en ciberpolítica, uno de los grandes problemas para regular la guerra virtual radica en que “las leyes son lentas y el cambio tecnológico es muy rápido, así que, por ahora, la mejor solución es generar conciencia en los usuarios y fortalecer los sistemas militares de defensa cibernética”. No obstante, el magnate del software de seguridad John McAfee reiteró que las democracias occidentales son un blanco fácil para los ciberataques por las barreras legales que tienen que superar los nuevos avances militares, y porque en esos países su efecto político es mucho menor que en gobiernos autoritarios.

Así, mientras países como China, Rusia e Irán recurren a redes criminales organizadas para configurar sus softwares con usos militares, los estadounidenses tienen “un gobierno burocrático y estancado que no entiende que la innovación y la creatividad son necesarias, y que aún ignora que la ciberguerra puede ser mucho más poderosa que nuestros tanques de batalla”, recordó McAfee. Ejemplo de ello es el fracaso de la lucha virtual contra Estado Islámico. Aunque el Pentágono anunció que busca evitar que ese grupo terrorista use internet para difundir su mensaje, reclutar nuevos militantes y realizar pagos electrónicos, Isis todavía atrae y radicaliza a cientos de jóvenes usando la red. Así las cosas, parece que la ciberguerra siembra pánico en todos los frentes y las soluciones van a paso más lento que los problemas. Se dice que Joseph Stalin preguntó con sarcasmo cuántas tropas tenía el papa antes de conocerlo. En una versión moderna de esta pregunta, el líder del Ejército Rojo se preguntaría con cuántos hackers cuenta el obispo de Roma.