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COMO NOS FUE?

El ex director de SEMANA Mauricio Vargas hace su balance sobre el año que termina.

19 de enero de 1998

Si en 1995 les fue muy mal a Ernesto Samper y a sus amigos porque en lo más alto de la jerarquía del gobierno estalló el narcoescándalo, y en 1996 les fue muy mal a los conspiradores porque no lograron tumbarlo, en 1997 les fue mal a unos, a otros y a todos los demás colombianos porque descubrieron que en el país estaban pasan-do cosas aun peores que el proceso 8.000. A medida que la crisis política dejó de monopolizar los titulares de los medios, aparecieron otros temas tanto o más dramáticos como la guerra, el deterioro de la economía, el fracaso de la política social y otros casos de corrupción que poco tenían que envidiarle a la sonada narcofinanciación.Fue tanto lo que se destapó este año que el anuncio del presidente Samper en el sentido de que sería "el año del strip-tease" adquirió una vigencia casi permanente. Es obvio que cuando el primer mandatario habló de eso no estaba pensando en lo que sucedió, pero la opinión decidió relacionar la predicción presidencial sobre el 97 con lo que terminó sucediendo. Fue tal el destape del gobierno a lo largo de estos 12 meses que el senador de oposición Luis Guillermo Giraldo, uno de los más beligerantes en la denuncia del narcoescándalo, llegó a decir hace pocos días que "el proceso 8.000 terminó ayudando y no perjudicando a Samper, pues como durante el 95 y el 96 fue de lo único que se habló, los colombianos perdimos de vista lo malo que era el gobierno en todo lo demás". En justicia con Samper y su administración, hay que decir que muchas de las cosas que salieron a relucir en este crudo 97 no son culpa suya sino enfermedades ya viejas de este país. Pero si bien es cierto que todos esos dramas vienen de atrás, también lo es que este gobierno no hizo _o no pudo hacer_ lo más mínimo para resolverlos, o cuando menos mitigarlos. Por el contrario, el común denominador en el año que termina es un deterioro en el cual no reparamos lo suficiente durante los dos primeros años de este mandato, cuando el narcoescándalo era el amo y señor de las noticias. A sacoLo increíble con el tema de la corrupción no es que haya sido el personaje del año, sino que lo haya sido más allá del 8.000, un escándalo que se consideraba insuperable en la escala de Richter de los escándalos. Es decir, que aún sin tener en cuenta lo de la narcofinanciación, este gobierno puede pasar a la historia como uno de los más afectados por la corrupción. Cinco ministros caídos en medio de los más variados episodios y una docena de entidades públicas saqueadas no a nivel de caja menor _como era la costumbre relativamente tolerada_ sino en el grueso de su presupuesto, son apenas la muestra más representativa de lo sucedido en el 97 en un país que, según The Economist, pasó de ser uno de los menos corruptos del continente a ser uno de los más. Hay dos cosas que impresionan mucho en esto de la corrupción. La primera es el monto de lo robado. Según cálculos de la Contraloría General de la Nación, unos 400.000 millones de pesos se desaparecieron de las arcas de las entidades públicas. Y el cálculo es conservador pues sólo incluye los escándalos destapados y no aquellos de los que quizás nunca tendremos noticia. Esa cantidad es cerca del 10 por ciento del déficit fiscal, equivale a más de 150.000 soluciones de vivienda social _750.000 colombianos que tendrían techo con esa platica_, el 20 por ciento del metro de Bogotá, 50 millones de raciones diarias de comida para un soldado contraguerrilla, 200 helicópteros artillados y los salarios de un trimestre de los maestros nacionales.La segunda cosa que impresiona es la variedad de modalidades delictivas. En esto de la corrupción, en el 97 hubo de todo, como en botica. Nada más arrancar el año los colombianos fueron testigos del drama de un ministro de Comercio Exterior, Morris Harf, que se empeñaba en no pagar algo así como 10.000 millones de pesos que una empresa suya le adeudaba a entidades oficiales. El espectáculo de un viceministro de Defensa _quien presidía la junta de una de las entidades conejeadas_ emplazando en rueda de prensa al ministro Harf a pagar lo que debía, colocó al titular de Comercio Exterior en un lugar privilegiado de la antología del descaro. Pero pronto tendría que cederle el honor a otros. Ni más ni menos que a sus colegas de Comunicaciones y Minas, Saulo Arboleda y Rodrigo Villamizar. Una mañana de agosto, al país se le indigestó el desayuno con la grabación de una comunicación telefónica entre los dos miembros del gabinete que, en un lenguaje propio de dos delincuentes en trance de repartir el botín, definían la adjudicación de algunas de las emisoras en FM y cruzaban ideas sobre otros negocios igualmente sospechosos en el sector eléctrico. La cinta, revelada por SEMANA y reproducida por varias cadenas radiales, contenía expresiones en el sentido de que distribuirían "miti-miti" la propiedad de una emisora con "los amigos del Presidente". Aun si uno presume que esos "amigos" del jefe del Estado están por dentro y no por fuera de la ley, es imposible no inscribir este episodio en la enciclopedia universal de la desvergüenza.Al lado de esto, los casos de los ministros de Defensa, Guillermo Alberto González, y de Transportes, Carlos Hernán López, parecen menos graves. El cheque de Pastor Perafán que González recibió años atrás cuando no era evidente que ese hombre estaba en las grandes ligas del narcotráfico, no convirtió al ministro en delincuente ni en corrupto, pero sin duda imposibilitaba su permanencia a la cabeza de la cartera de Defensa, como él mismo lo entendió en un acto excepcional en un país donde el verbo renunciar había desaparecido por completo del diccionario del gobierno. En cuanto a López, abusar de un helicóptero oficial, comprado, mantenido y tanqueado con platica de los contribuyentes, para hacer correrías políticas, más que un delito del ministro es una muestra de lo que Alvaro Gómez habría llamado "el tono moral del régimen".Y hubo más. La Caja Agraria, apartada de sus tareas de financiamiento a los campesinos más necesitados y convertida en caja menor para cubrirle los sobregiros a los amigos del Presidente, una de las cuales, afamada galerista, nos preguntaba al aire una mañana en Radionet por qué tanto escándalo por escasos 50 millones de pesos. El Inurbe, desfalcado en un cadena de estafas atribuida por las investigaciones a su cúpula administrativa y tolerada por una junta cuyos miembros _a excepción del ministro Orlando Cabrales, autor de las denuncias ante la Fiscalía_ nunca se interesaron lo suficiente por averiguar a dónde iban a parar más de 43.000 millones de pesos. Caprecom, hasta hace pocos años una de las más boyantes empresas estatales, quebrada en más de 100.000 millones de pesos por cuenta de una serie de malos manejos que no caben en la mente de los peores hampones. El Sena, dominado por un piquete de funcionarios que no se privaban de cobrar un modesto 10 por ciento como engrase de algunas adjudicaciones. El Incora, comprando tierras malas a precio de tierras buenas. El caso de la Registraduría merece mención aparte. Alguien puede decir que se trata de un poder autónomo del gobierno y que, como tal, echarle la culpa a éste de lo que allí pasó es injusto. Pero decir eso es olvidar que fue gracias a un decreto presidencial que cobijó el contrato de modernización de la Registraduría dentro del rango de 'seguridad nacional' _información reservada y sin licitación_, que pasó lo que pasó. Y pasó a pesar de las advertencias, como la que le hiciera al propio Samper el vicecontralor Germán Bula en el sentido de que mantener ese contrato _que se firmó por más de 50 millones de dólares_ como gasto de seguridad nacional era una invitación a que sucediera lo peor. Como dice Bula, "fue un caso de desgreño y de desdén casi olímpico frente a algo anunciado". El vicecontralor, que viene liderando una larga serie de investigaciones de diferentes casos de corrupción, está convencido de que en algunos, como el de Caprecom, los corruptos "le entraron a saco al presupuesto nacional".¡Qué panorama! Y nada de esto hace parte del proceso 8.000, a menos que, como piensan muchos, tanta platica perdida en el 97 haya sido el pago del gobierno a los amigos que dentro y fuera del Congreso evitaron la caída del Presidente en el 96. Amigos que conscientes de que el gobierno estaba dispuesto a permitir y cohonestar cualquier cosa para asegurarse una mal entendida gobernabilidad, optaron por tanquear en el último año de esta administración.

Guerra de perdedores
Hace algunas semanas los altos mandos militares, molestos por la calificación que les estaban dando algunas organizaciones no gubernamentales como "actores armados del conflicto", le pidieron al presidente Samper que corrigiera públicamente esa definición. El primer mandatario lo hizo, convencido, como lo estaban también ellos, de que ese calificativo los equiparaba con la guerrilla y los paramilitares. Tanto las Fuerzas Armadas como su comandante en jefe estaban en lo cierto: los militares hace rato que dejaron de ser actores del conflicto en Colombia.Si el problema en los años anteriores era que estaban perdiendo la guerra con la guerrilla, el lío al terminar el 97 es que ya ni siquiera la están librando. La historia de todos los días tras el asalto de las Farc o el ELN a un pueblo, es que la Policía resiste y pone su cuota de sacrificio, y que varias horas después de terminados los disparos, aún no aparecen los refuerzos militares, con excepción quizás del ya famoso avión fantasma que los periodistas que cubren los temas de orden público creen que debe su nombre a que los policías que esperan su llegada nunca saben si vino o no a brindarla. El Ejército se ha convertido cada vez más en un espectador impasible de una guerra que hoy libran casi exclusivamente guerrilleros y paramilitares. En el segundo trimestre del año, el despeje militar del Caguán para cumplir con las exigencias de las Farc en el proceso de liberación de los soldados de las Delicias resumió este drama, pero estuvo lejos de ser la única claudicación. Las Fuerzas Militares ocupan, pues, un lugar privilegiado en la lista de perdedores del 97, superadas sólo por su responsable político, el ministro de Defensa Gilberto Echeverri. Este paisa bonachón que después de muchos meses de hablar horrores de Ernesto Samper, terminó aceptando, en medio de una almibarada cháchara de fonda y aguardiente sobre la necesidad de alcanzar la paz, uno de los más delicados cargos del gabinete, demostró pronto que no era el hombre para el puesto. Ni por su capacidad de acción ni por su genialidad de palabra. Nada más la semana pasada, ante la revelación de que dos soldados habían resultado muertos en Nariño en un confuso episodio en el que se enfrentaron dos patrullas del mismo batallón militar, Echeverri intentó un curioso ejercicio para explicar los hechos y aseguró que se trataba de un problema que venía afectando "históricamente al Ejército". Sin capacidad de mando sobre la alta oficialidad, sin ideas sobre cómo mejorar el rendimiento de las distintas fuerzas, no tuvo más remedio que seguir hablando y hablando de paz. Su mayor logro al concluir el 97 es un pedazo de papel, una ley que crea el Consejo Nacional de Paz dizque para que los próximos presidentes desarrollen una política de Estado y no de gobierno para negociar con los grupos alzados en armas. Como quien dice, si no puedes librar una guerra de verdad, invéntate una paz de mentiras. Ante el desespero que parece producirle el vacío de su gestión _la más pobre desde 1991 cuando volvieron los mindefensas civiles_, a Echeverri, lo mismo que a su inmediato subalterno, el general Manuel José Bonett, les ha dado por pelear con los periodistas y echarles la culpa de todo lo malo que sucede en Colombia. Todo ello mientras se ponen de acuerdo con el presidente Samper para dictar leyes que ascienden automáticamente y sin el debido cumplimiento de los requisitos de antigüedad a los generales que aún no han alcanzado el tercer sol. De nuevo, como en el asunto de la corrupción, en este proceso de clientelización de las Fuerzas Armadas, asoma su nariz el lobo del pago de favores. Pero si las Fuerzas Militares perdieron, ¿puede decirse que la guerrilla ganó? No. Aunque las Farc se anotaron un hit al obligar al despeje militar del Caguán, desnudaron toda su mediocridad, toda su carencia de ideas, propuestas y discurso a la hora de dirigirse a los periodistas en el espectáculo que montaron para la ocasión en Cartagena del Chairá, aquel que será recordado por la vergüenza que le produjo a millones de colombianos creyentes aún en la dignidad nacional y por la definición que de él hizo el general Harold Bedoya en el sentido de que se trataba de "un circo con muchos payasos". Las Farc atrajeron la atención nacional e internacional para repetir viejos y babosos discursos, con referencias confusas a las privatizaciones y la apertura _que sólo justificarían los últimos cinco años de guerra_ al paramilitarismo _agudizado justamente ante el avance guerrillero_, y a la convocatoria de una Constituyente _que tal vez nadie le ha contado a 'Tirofijo' que se celebró en el 91, que ellos estaban invitados y que se negaron a ir_. Ni una palabra sobre ampliar la democracia, dedicar los mayores esfuerzos del Estado para favorecer a los más pobres o mejorar la justicia.El secuestro y devolución de los soldados de las Delicias fue para la guerrilla un éxito militar, pero un fracaso o cuando menos un desperdicio desde el punto de vista político. Pero la guerrilla también se vio obligada a retroceder en el terreno militar. No ante los militares, sino ante el avance de los paramilitares que los acabaron de sacar de Córdoba y buena aparte de Urabá, Sucre, el Cesar, y que se les metieron a la casa en los Llanos, los Santanderes y Antioquia. Cualquiera que analice los mapas de violencia que trabajan expertos como Camilo Echandía en el Observatorio de la violencia de la Presidencia de la República, se dará cuenta que los paramilitares vienen empujando desde el norte del país a los guerrilleros que ya no se sienten amos y señores sino en el enclave coquero del sur del país. Entonces, ¿los que ganaron fueron los paramilitares? Desde el punto de vista territorial, tal vez sí. Pero políticamente tuvieron que aguantarse un conejo descomunal. Después de muchos contactos, iniciados a principios de 1996 por el entonces ministro del Interior Horacio Serpa, en encuentros con la cúpula de las autodefensas, el gobierno finalmente no cumplió con su oferta de reconocerles un estatus político. Y, como si fuera poco, les cerró la otra vía de legalización, la que se había abierto con las controvertidas Convivir, organizaciones bajo cuyo manto legal estaba comenzando a cobijarse mucha actividad paramilitar. La reglamentación de las Convivir resultó tan restrictiva que les prohibieron a sus miembros casi todo, hasta hacer inteligencia, es decir, averiguar cosas sobre la guerrilla para contárselas a los militares.

Otro conejeado
Los paramilitares no fueron los únicos a quienes el gobierno les falló. Uno de los más destacados en este subgrupo de perdedores del 97, el de los conejeados, fue el ya retirado embajador Myles Frechette. En 1996, en medio de la crisis política, el diplomático tomó un decisión absolutamente exótica para un embajador estadounidense: abandonó el arma contundente del garrote y decidió jugar a que él era más vivo que el presidente Samper. Convenció a sus superiores de que, en vez de tumbar al entonces tambaleante mandatario _cosa que habría logrado en unos cuantos días de sanciones económicas_, había que chantajearlo y sacarle la extradición de los grandes capos. Pero como se metió en un terreno _el de la viveza_ en el que Samper tiene mucha más cancha, salió perdiendo. La extradición fue aprobada sin dientes, sin posibilidad de servir para enviar a Estados Unidos a los jefes de los carteles. Samper se dio el lujo incluso de lograr que en la primera legislatura del año la extradición saliera tal y como Frechette quería. Pero en la segunda, cuando el embajador ya empacaba las maletas, el Congreso le limó las uñas a la reforma y el embajador debió partir de regreso a su país con el rabo entre las piernas. Más demoró Frechette en subirse al avión, que Samper en cobrar su nueva pilatuna de burlador. Con un sarcasmo que la ocasión ameritaba, soltó en la mitad de un discurso una frase que resumía a la perfección la estruendosa derrota del diplomático: "El gringo se va y yo me quedo". Hubo risas hasta en las tribunas antisamperistas.
Candidatos
Muchos creerán que la teoría de que el 97 fue un año de perdedores se viene abajo a la hora de examinar lo sucedido con Horacio Serpa. Y si bien es cierto que el bigote más popular de Colombia concluye el año ubicado en un claro primer puesto para las elecciones presidenciales del próximo año, también lo es que sus fiestas de diciembre se están viendo amargadas por el sabor de dos procesos recientes de los que salió apaleado. Si había dos puntos en los que Serpa basaba su fortaleza ellos eran su imagen de un temperamento vertical sin curvas, sin dudas, sin titubeos, y su discurso antiimperialista tan efectista como efectivo. La primera resultó lesionada después de que el país lo viera cambiar una y otra vez de opinión frente al tema de la consulta interna del liberalismo. Serpa empezó con un convincente "al son que me toquen bailo" para referirse a las reglas del juego para la selección del candidato, y terminó sacándole el cuerpo a la consulta, proponiendo una fórmula que retiraba a la semana siguiente y volvía a proponer 15 días más tarde. Fueron tantas sus idas y venidas, que la canción Ni chicha ni limoná con su verso según el cual "usted ya está acostumbrao' a andar dando volteretas", que en el 96 Serpa le dedicó al saliente vicepresidente Humberto de la Calle, se le devolvió en el 97 a tal punto que hoy le cae como anillo al dedo. Y en cuanto a su antiimperialismo, bastó una poco sólida publicación de la revista Newsweek según la cual Washington tenía pruebas contra Serpa, para que el ex ministro cambiara su posición frente a temas como el de la extradición y se convirtiera en uno de sus más fervientes defensores. Washington le midió el aceite al candidato oficial y descubrió que lo tiene más bajito de lo imaginado. A su principal adversario, su coterráneo Alfonso Valdivieso, tampoco le fue bien en el 97. Le costó más de una raspadura el salto que dio de la cabalgadura de la Fiscalía a la de la candidatura. Su temperamento más bien reservado y su tono prudente, que eran virtud del Fiscal General, se convirtieron pronto en defecto del candidato. Y aunque algo mejoraron su actitud y sus declaraciones en el último trimestre del año, no hay duda de que Valdivieso no está al final del 97 en la privilegiada cima que le otorgaban las encuestas 12 meses antes. El panorama de los demás candidatos resulta igualmente desalentador. Noemí Sanín se quedó estancada en un segundo piso de las encuestas y acabó el año tratando de convencer a la gente de que no estaba jugando a la vicepresidencia. El general Harold Bedoya vivió un boom que lo llevó a pelear el segundo lugar de los sondeos, pero al final tocó techo y empezó a perder terreno. A Antanas Mockus y a Carlos Lleras les había sucedido algo muy parecido meses antes. Juan Manuel Santos merece mención especial, pues hizo grandes esfuerzos por salir del fondo del lote y se transformó este año en una especie de candidato-guerrillero, con una gran capacidad de perturbación, como lo demostró en dos campos en los que sin duda le robó protagonismo a Serpa: la paz y la consulta liberal. Aún así, sigue lejos en las encuestas, entre otras cosas porque no ha podido trasladar a las capas medias y bajas la credibilidad que despierta entre la clase dirigente. Algo similar le sucede a Juan Camilo Restrepo, el guerrillero de las toldas azules, quien ha logrado el milagro de convertir en discutible una candidatura que a mediados del año simple y llanamente carecía de viabilidad. Pero todo ello sólo le va a alcanzar, en el mejor de los casos, para disputarse la vicepresidencia de algún otro candidato. Hay quienes creen que el único que puede cantar algo de victoria es Andrés Pastrana. Y aunque es verdad que ha avanzado mucho en el proceso de eliminar las enormes resistencias que despertó _sin duda injustamente_ en el torbellino del 8.000, su drama no es de poca monta: su gracia parece ser la de no hablar, la de no opinar, la de no existir. En resumen, como consecuencia de la polarización nacional, es claro que por ahora ningún político puede aspirar a ser monedita de oro de los distintos sectores, ni a vivir con la opinión largas lunas de miel. Aquel que despierta fervor de un lado, desencadena odios del otro y en todo caso recibe tanto palo que nunca sale indemne. Los candidatos presidenciales terminan el 97 tan apaleados que el presidente del 98 no será aquel a quien le vaya mejor, sino aquel a quien le vaya, como dicen los rolos, "menos pior".
Cifras y grupos
Por estos días navideños el gobierno anda empeñado en demostrar que el 97 fue un buen año económico. El tema es aburrido y el espacio se agota. Basta decir que el ministro de Hacienda José Antonio Ocampo nos dejó de regalo al partir para la Cepal un déficit fiscal de cinco billones de pesos, resultado de su limitada capacidad de decirle que no al Presidente y a sus amigos a la hora de girar contra la Nación para pagar los favores recibidos. La inflación cayó y esa es una buena noticia, pero se empaña un poco ante la evidencia de que su tendencia a la baja se vio definitivamente alentada por los vientos recesivos que soplaron durante buena parte del año. La cifra de crecimiento económico, que va a estar alrededor del 3 por ciento, ya no es buena para un país que venía creciendo al 5 y al 6 por ciento y que necesitaba sostenerse en esos niveles si quería, entre otras cosas, bajar el desempleo que, en consecuencia, no hizo más que subir y batió este año varios registros históricos.
A los pobres les fue mal, como lo demuestran no sólo el indicador de desempleo sino todos los estudios sobre el Salto Social que concluyen que buena parte de las inversiones y programas previstos se quedaron en el papel, y que un buen porcentaje de los dineros girados nunca llegó a sus destinatarios y en cambio se quedó en los bolsillos de los políticos intermediarios.
Pero entonces, ¿les fue, como siempre, bien a los ricos? Existe una impresión generalizada de que a los grandes grupos económicos les fue de maravilla. Pero eso no es gracia, pues lo normal es que les vaya así. En todo caso, vamos por partes. Para empezar, con las lesiones sufridas por la imagen internacional del país, en algo se afectaron sus negocios y su respetabilidad en el exterior. Pero eso puede ser teórico. Un ejemplo más concreto de asuntos en los que no les fue bien a los grupos es el de la televisión. Muchos dirán: ¡pero si se quedaron con los canales privados! Y es verdad, el Grupo Santo Domingo y la Organización Ardila Lülle se hicieron a los dos grandes canales nacionales de operación privada. Pero les salió carísimo: pagar más de 90 millones de dólares por cada uno de ellos es una locura en estos tiempos en que casi a diario la tecnología de los medios de comunicación se ve superada por nuevas alternativas de transmisión que están al alcance incluso de países subdesarrollados como Colombia. Y hablando de medios de comunicación, a esos sí que les fue mal. Congreso, gobierno y Comisión de Televisión trapearon el piso con el periodismo independiente en un negocio que se inscribió tanto en la ventanilla del pago de favores como en la del cobro de cuentas. Muchos creen que el periodismo independiente también sufrió por cuenta de la adquisición por parte del Grupo Santo Domingo del diario El Espectador. Entiendo las dudas, pero tengo mis reservas frente a ese juicio generalizado. El diario de los Cano estaba pasando por un pésimo momento económico, tan malo como su momento periodístico. De modo que pienso que es mucho lo que puede mejorarle su nuevo director Rodrigo Pardo. No es sino que las noticias más importantes de la jornada aparezcan en la primera página y el periódico habrá mejorado.Y en cuanto a la independencia, creo que ese es el único activo de El Espectador que el Grupo debe conservar intacto. ¿Que no es capaz? Tal vez sí. Cada uno habla del baile como le va en él: llevo un año trabajando en Radionet (50 por ciento del Grupo) y un año escribiendo columnas en Cromos (ciento por ciento del Grupo) y creo que oyentes y lectores son los principales testigos de que en la primera he podido informar lo que he querido y en la segunda he podido opinar lo que me ha dado la gana. Circunstancia feliz ésta que contrasta con aquello sobre lo que he tenido que informar y opinar. Pero en fin, queda la esperanza de que el 97 fue tan malo que el 98 sólo puede ser mejor.