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Iván Duque: El hombre del momento

El candidato del Centro Democrático resultó un fenómeno político. ¿Cuánto se debe a él y cuánto a Álvaro Uribe?

25 de marzo de 2018

En menos de una semana, las discusiones en Colombia pasaron del miedo a Gustavo Petro a la posibilidad de que Iván Duque gane en primera vuelta. Pocas veces en la historia del país se había visto un cambio de escenario político tan radical en tan corto tiempo. Solo hay una explicación: la disparada de Duque.

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La estrategia de Álvaro Uribe para que el candidato del Centro Democrático llegara a la presidencia ha sido todo un éxito hasta la fecha. El expresidente inventó las primarias internas de los ‘quíntuples’ en las que se iban eliminando uno a uno cada semana con base en el resultado de encuestas sucesivas. Eso fue objeto de críticas, pues parecía un reality y muchos en el Centro Democrático consideraban que el jefe tenía que demostrar su autoridad asumiendo las consecuencias de escoger a dedo. La fórmula, sin embargo, resultó, pues se llegó a un triunfador sin que los perdedores se sintieran vetados por el expresidente. Además, el reality tuvo suspenso, creó expectativa y permitió que el partido tuviera cinco voceros promoviendo la causa por todo el país.

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Después vino la idea de la coalición de la derecha con Andrés Pastrana. El desequilibrio entre las dos fuerzas fue objeto de comentarios jocosos, y la inclusión de Alejandro Ordóñez parecía más un pasivo que un activo. Sin embargo, ese experimento produjo 6 millones de votos, en buena medida gracias a Marta Lucía Ramírez, quien accedió a meterse a un callejón sin salida, puso la cuarta parte de los votos y aceptó el resultado. La experiencia en el país es que los vicepresidentes no aportan votos. Ella sin duda alguna sería una excepción.

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Pero el resultado de las encuestas de esta semana no obedeció únicamente a la estrategia de Álvaro Uribe. En el mundo del marketing no solo se necesitan vendedores, sino también producto. E Iván Duque es un buen producto. Las elecciones no se ganan por experiencia, sino por elegibilidad y suerte. Y el candidato del Centro Democrático tiene mucho de las dos.

Su suerte consistió, en primer lugar, en quedar en manos de Álvaro Uribe, y, en segundo, en convertirse en el anti-Petro, lo cual le permitió capitalizar el pánico al castrochavismo. Además, llegó en un momento en que los colombianos están hastiados de la política tradicional. De ahí salió la teoría del outsider. Y esto era tan claro que varios candidatos como Petro, Fajardo y la propia Marta Lucía trataron de apoderarse de esa bandera. Pero nadie imaginaba que Duque se quedaría con ella.

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Paradójicamente, no hay nada menos outsider en Colombia que Uribe y el Centro Democrático. El expresidente y su partido tienen muchos méritos, pero definitivamente no representan una Colombia nueva o diferente. Se puede decir que con ellos se movió el péndulo ideológico hacia la derecha, pero no que llegó el cambio.

La imagen de renovación llegó por cuenta de Duque. Tal vez su mayor virtud era ser desconocido. Eso le permitió hacerse conocer gradualmente como la única cara nueva que los colombianos vieron en estas elecciones. Hace un año en la primera encuesta solo el 43 por ciento sabía quién era. En la última, el 92 por ciento. Vargas, Petro, De la Calle y otros no tenían por dónde crecer. Duque sí. Y a medida que los colombianos lo descubrían, iba gustando. En los primeros sondeos, cuando era muy poco conocido, tenía una imagen negativa superior a la positiva, probablemente por su asociación con Uribe. Cuando fue mostrándose como Iván Duque, esa percepción fue cambiando y hoy su favorabilidad es del 62,4 por ciento y el negativo de 22,8 por ciento, uno de los más bajos.

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Su cortísima trayectoria en la vida pública acabó siendo una ventaja. No ha tenido escándalos ni controversias. En cambio, todos sus rivales cargan un bagaje acumulado a lo largo de su historia política. Petro con su alcaldía y el castrochavismo; De la Calle con el costo del proceso de paz; Vargas Lleras con la politiquería; Fajardo con “el libro blanco” que le montó Luis Pérez, su sucesor; y Marta Lucía, con su habladera y sus volteretas de partido. Muchas de estas caracterizaciones pueden ser estigmas más que realidades, pero ahí están.

En tres minutos: los resultados de la encuesta presidencial explicados por Rodrigo Pardo

Iván Duque llegó virgen a la política. Su padrino definitivamente no lo es, pero él sí. A Álvaro Uribe lo adora la mitad del país y lo odia la otra. Duque neutraliza buena parte de la animadversión de esa segunda mitad. No polariza y no asusta. Solo le puede hacer daño el estigma de títere de Uribe. Pero eso solo se sabrá si llega a ocupar la Casa de Nariño. En todo caso, no le ayuda el trino del expresidente en el que amenazaba a Daniel Coronell con quitarle el noticiero Noticias Uno en un eventual gobierno de Duque.

Pero la escapada de Duque en las encuestas no se le puede atribuir solo a ser ‘el que dijo Uribe’. El candidato del Centro Democrático es una figura muy vendible en las actuales circunstancias del país. Aunque porta los estandartes de un partido que representa el pasado, él se proyecta como el futuro. Por su novedad no tiene rabo de paja. Su imagen de tecnócrata lo hace ver como el anti-Ñoño. Y también es moderado. El discurso de Uribe es confrontacional; el de Duque, conciliador. Esto le creó inicialmente algunos problemas con furibistas radicales, pero frente al grueso del electorado le sirvió.

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Iván Duque combina carisma y talento. Refleja conocimiento, habla muy bien y es cordial. Ha sido un senador estrella, particularmente por sus conocimientos en materia económica. Y como político primíparo se ha lucido. No solo derrotó a cuatro de los quíntuples de su partido, sino que ahora barre en las encuestas por encima de varios prohombres del país. Lo han fogueado y se ha defendido bien. Sus programas pueden ser buenos o malos, pero prácticamente nadie los conoce. La economía naranja, su bandera principal, resulta interesante y novedosa, aunque no da votos. Pero su personalidad ha gustado.

Al acercarse la intención de voto por Duque al 50 por ciento es inevitable especular sobre la posibilidad de que triunfe en primera vuelta. Como todavía faltan dos meses, eso no es seguro, pero sí probable. La prioridad para el candidato de ahora en adelante no es ser genial, sino no cometer errores. Y Duque se ha mostrado muy apto para esto. La mayoría de sus planteamientos son políticamente correctos. En otras palabras, dice lo que toca sin ofender a nadie.

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Su problema es que en la medida en que su presidencia se vuelva viable, tendrá que responder por las promesas incumplibles que su partido ha hecho en la oposición. No hay duda de que el ofrecimiento de reducir impuestos y aumentar salarios ha dado muchos votos, pero la coyuntura económica no lo permite. También le ha gustado a la gente oír que los exjefes guerrilleros de las Farc deberían estar en la cárcel y no haciendo política. Ninguna de esas dos cosas es viable. Y en materia internacional también hay problemas. El Centro Democrático rechazó el fallo de La Haya sobre el litigio con Nicaragua que perdió Colombia. Esa posición sería insostenible para un jefe de Estado.

En esta campaña la camiseta amarilla ha cambiado tres veces de portador. Hace un año se daba por seguro que Vargas Lleras sería el presidente. Hace seis meses Fajardo parecía imbatible. Hace un mes Petro iba a derrotar a todo el establecimiento. Hoy Duque está elegido. Pero las elecciones presidenciales serán el 27 de mayo y el 17 de junio. Eso en política es una eternidad.