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Germán Vargas Lleras cambió de enemigo y alternó entre Duque y Petro, que son extremos opuestos. Eso contribuyó a dejarlo sin nicho propio.

PRIMERA VUELTA

¿Qué le pasó a Germán Vargas Lleras?

El ex vicepresidente lleva formándose toda una vida para llegar a la Casa de Nariño y ha tenido una carrera sobresaliente como hombre público. La estrategia y la coyuntura jugaron en su contra.

27 de mayo de 2018

Hasta ahora casi nadie ha entendido la dimensión de la derrota de Germán Vargas. Hace apenas un año estaba prácticamente elegido presidente. Contaba con el apoyo de los empresarios, los políticos con votos, los medios de comunicación, el capital y hasta un guiño del gobierno. A esto se sumaba un voto de opinión importante que lo dejó de puntero con el 21 por ciento de apoyo en las encuestas el día en que renunció a la vicepresidencia.

Foto: Guillermo Torres/SEMANA

Vargas cometió errores, algunos graves como el coscorrón, pero no daban para opacar lo que él era como candidato. La inscripción de su candidatura por firmas no fue vista como un gesto de independencia, sino como una maniobra para distanciarse de los pecados de Cambio Radical, partido que fundó y del que es su jefe natural. Más daño le hizo la percepción de sus posiciones contradictorias frente al proceso de paz. Él tiene explicaciones válidas para afirmar que ahí no hubo incoherencia, pero muchos le cobraron la oposición de su bancada a aspectos estructurales del acuerdo, después de haber sido siete años el copiloto del gobierno Santos.

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Tal vez su principal error fue haberse lanzado por la derecha y no por el centro. Probablemente, tomó esa decisión con base en encuestas que demostraban que el país se había derechizado y que el descontento con el gobierno y el proceso de paz estaba aumentando. Pero Uribe monopolizaba la bandera del antisantismo y la mano dura y el intento de quitarle una tajada no funcionó. En cambio, sí tuvo el efecto de darles a los defensores del proceso de paz una impresión de deslealtad. En resumen, tanto los uribistas como los antiuribistas terminaron por verlo como oportunista.

También cometió otros errores estratégicos. Una forma de tener éxito en política es concentrar la artillería en un enemigo. En eso Álvaro Uribe y Gustavo Petro son unos expertos. Vargas, sin embargo, fue cambiando de enemigo y alternó entre Duque y Petro, que son extremos opuestos. Eso contribuyó a dejarlo sin nicho propio.

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Pero más grave que todo fue que el nombre de Germán Vargas llegó a convertirse en el símbolo de la clase política. Eso obedeció a la telaraña de apoyos regionales que tejió para apalancar su candidatura, que incluyó a uno que otro cacique de dudosa ortografía. La estrategia era lógica y consistía en sumarle maquinaria a la opinión, tal como se han ganado las elecciones en el pasado.

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Pero el país ha cambiado y lo que antes se denominaba clientelismo, que era una forma de garantizar gobernabilidad, acabó convertido para los colombianos en una obsesión que explica el origen de todos los males. La nueva ola era rechazar todo lo que estaba asociado con política tradicional: Congreso, corrupción, mermelada, clanes políticos y los mismos con las mismas. Vargas Lleras, quien no es corrupto, acabó encarnando todo lo que la nueva Colombia quiere dejar atrás. Dos o tres escándalos individuales de personajes de su andamiaje político lo estigmatizaron como dueño único de la politiquería. Eso no era así, pero nunca se pudo sacudir de esa nube negra. Como resultado, por sumar maquinaria, perdió opinión.

Foto: Guillermo Torres/SEMANA

Vargas tuvo un gran desempeño en su candidatura. En los debates y en las entrevistas se lució. Su programa de gobierno fue tal vez el más detallado y riguroso que se haya presentado en Colombia en varias décadas. Sus resultados como ministro y como vicepresidente son incuestionables. Y, además, era líder nacional, condición que ninguno de sus rivales había acariciado. Conocía el Estado más que ninguno, tenía jefatura en lo político y don de mando en lo administrativo. Cuando arrancó la campaña, Duque era desconocido; Fajardo, regional; De la Calle, estadista, pero no jefe; y Petro, un dirigente de izquierda con una alcaldía muy mediocre. Todo eso ha cambiado, pero inicialmente el único con categoría de líder nacional era Vargas Lleras.

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En la Colombia de hace diez años probablemente hubieran pasado a la segunda vuelta Vargas y De la Calle. Los dos son estadistas, pero el primero ha demostrado además ser ejecutor. Vargas, sin duda alguna, tiene las condiciones para ser un presidente a la altura de los problemas nacionales. Pero en el siglo XXI prima la elegibilidad sobre la experiencia. Su trayectoria en condiciones normales hubiera sido considerada un activo para el país. Pero él no perdió por lo que era, ni por cualquier error que pudo haber cometido, sino por lo que llegó a representar.