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La estruendosa derrota del tirano Daniel Ortega frente a Colombia: estas fueron sus maniobras secretas para pretender quitarle mar a Colombia
Detrás de la demanda de Nicaragua contra Colombia, siempre estuvo la ambición y la maldad de Daniel Ortega. Así fue como el tirano, que ha ejercido contra su país las más graves violaciones e injusticias, quiso ir por el mar de Colombia.
El enemigo externo. Nunca falla. Lo han usado diversos gobernantes déspotas en la historia. Un blanco afuera de su país para distraer la atención de lo malo que pasa en casa. En el caso del dictador Daniel Ortega, sí que hay motivos para buscarlo. El gobernante, déspota como ninguno, ha cometido todos los abusos posibles para mantenerse en el poder en Nicaragua, donde lleva mandando a las malas 27 años. El exguerrillero se ha propuesto gobernar a perpetuidad y ha sacado del país centroamericano a quienes no comulgan con este deseo. En medio de esa carrera afanosa, a Ortega se le apareció el enemigo perfecto: Colombia. Y una causa excepcional: luchar por el mar.
En la historia de las confrontaciones de Nicaragua con el país, hay un hecho curioso. El Gobierno de Julio Cesar Turbay Ayala respaldó en su momento activamente a la guerrilla sandinista, de la que Ortega era uno de los comandantes, contra el dictador Anastasio Somoza. Este era hijo de una dinastía que había tenido el poder desde 1936 y a la cual también se le atribuían todo tipo de atropellos, entre ellos el asesinato del dirigente revolucionario Augusto César Sandino, que inspiró ese movimiento insurgente. Cuando los sandinistas triunfaron el 19 de julio de 1979, hubo euforia en el continente y también en Colombia.
Tres elementos permitieron que en ese momento una guerrilla llegara con buenos ojos al poder. El primero, el apoyo del bloque socialista, incluida Cuba. Y también el de América Latina, especialmente Colombia, Venezuela, México, Panamá y Costa Rica. El segundo, Estados Unidos, que había respaldado a Somoza por años, se le volteó. Y el tercero, una resolución de la OEA aprobada por mayoría, presentada por Colombia y otros países, que desconoció al Gobierno de Somoza y les dio aval a los sandinistas.
No obstante, apenas seis meses después de este triunfo, Daniel Ortega ya apuntaba a Colombia y a través de la Junta Sandinista declaró que el archipiélago de San Andrés era de Nicaragua y que el tratado colombo-nicaragüense de 1928 era nulo, pues había sido firmado por presión de Estados Unidos.
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Ortega se consolidó en el poder y poco a poco se convirtió en lo que él de joven odiaba. Comenzó como coordinador de la Junta de Reconstrucción Nacional de Nicaragua y en 1984 fue proclamado presidente por primera vez. Ganó con el 70 por ciento de los votos. Su historia en esos tiempos de revolución era inspiradora. Había sido monaguillo de niño, pero tras dudar de su vocación espiritual se había matriculado en Derecho, carrera que decidió abandonar para saltar a las filas de la guerrilla contra Somoza.
Pero luego ha usado todas las técnicas del dictador, por lo que se fue a la ilegalidad. “Después de una guerra civil y una guerra contrarrevolucionaria, pues Nicaragua pasó de la dictadura de Somoza a la dictadura comunista de los sandinistas, la democracia regresó durante tres periodos, 18 años, para volver a caer en otra dictadura igual que la de los Somoza”, escribió Francisco Santos en SEMANA recientemente.
Ortega perdió varias elecciones, en 1990, 1996 y 2001, y cuando volvió al poder tenía claro que no quería soltarlo. Ganó en 2006, y en 2007 se le apareció la virgen. La Corte Internacional de Justicia, que había aceptado la demanda contra Colombia, comenzó en julio 7 las primeras audiencias. Para el recién estrenado Ortega, fue el momento perfecto y el enemigo perfecto. En Colombia, el presidente Álvaro Uribe hizo el desfile de la independencia el 20 de julio en San Andrés. Y Ortega aprovechó para mandarse con toda y aseguró que se trataba de un enorme “desplante”. Para ese entonces, recuperar San Andrés y sus mares era la bandera de Ortega en Nicaragua, pero no su único interés respecto a Colombia.
El líder nicaragüense fue el primer jefe de Estado en recoger una tesis muy polémica: que las Farc no eran un grupo terrorista. La idea era de Hugo Chávez, quien tenía una enconada pelea con el entonces presidente Uribe. SEMANA registró este hecho en su momento así: “Ortega lo tiene claro. Para él, Uribe y su gobierno son la representación de ‘una invasión a la soberanía’ de su país, mientras las Farc es un grupo ‘insurgente’ comandado por su ‘hermano’ Manuel Marulanda Vélez, como le llama con afecto”.
Eran tiempos en que Chávez se sentía en Managua como en casa y acusaba a Colombia desde allí de ser el agente del Tío Sam y actuar “por mandato del imperio norteamericano”, en actos públicos con Ortega al lado.
En 2007, la Corte Internacional de Justicia desmintió a Ortega, pues afirmó que el archipiélago era de Colombia y que el tratado era un instrumento válido y vigente. Ahí resolvió cambiar la posición que había sostenido en la primera fase ante la Corte, de la línea media entre las costas continentales de los dos países, y se pasó al del supuesto borde externo de su plataforma continental.
Sin embargo, en 2012, la Corte nuevamente rechazó esa pretensión. Ortega no se rindió y la emprendió de nuevo contra el país. Lo que hizo fue cumplir un requisito formal ante la Comisión de Límites de la Plataforma Continental y volvió a demandar a Colombia para pedir nuevamente, con otros argumentos, el mismo límite que le fue negado en 2012. Ahora con la tesis de la “plataforma continental extendida”.
Desde allí, cada vez que en Nicaragua llovía, Ortega la emprendía contra Colombia. En todos estos años trató al país en los peores términos. “Un narco-Estado, sí, es un narco-Estado”, dijo hace unos años. Para él, desde Bogotá no se podían criticar las enormes violaciones de su Gobierno, pues “Colombia es un narco-Estado donde se asesina todos los días a líderes sociales, a trabajadores, es algo realmente impresionante la forma en que se asesina a los hermanos colombianos, a los cuales les damos nuestra solidaridad”.
Fue la petición de la “plataforma continental extendida” la que rechazó la Corte Internacional de Justicia este jueves. La decisión es considerada una de las mayores victorias del país en tiempos recientes. Por primera vez, no hubo disputas entre Gobiernos ni entre la izquierda y la derecha, sino que, como dijo el excanciller Julio Londoño Paredes, se trató de un triunfo de país y no se le puede adjudicar a ninguna persona o Gobierno en particular.
Como Daniel Ortega controla a los medios de comunicación y a unos “milicianos” muy activos que encarcelan a sus opositores y arremeten contra los estudiantes, por ahora ha logrado pasar de agache con sus derrotas sucesivas, que en cualquier otro país habrían causado la renuncia del presidente. Pero en Nicaragua nunca pasa nada.
Ortega no tiene vergüenza. No tuvo ningún problema en poner a su mujer, Rosario Murillo, de vicepresidenta y darle poderes extraordinarios. No es un secreto que ella también manda, en un ambiente de esoterismo y fervor católico bastante particular. Tampoco ha visto lío en que sus seis hijos con ella derrochen el erario, como lo ha denunciado la oposición.
Las Naciones Unidas emitieron hace unos meses un pronunciamiento urgente sobre lo que está pasando en Nicaragua. Un grupo de expertos reportó cómo, desde diciembre de 2018, al menos,3.144 organizaciones de la sociedad civil fueron clausuradas. Prácticamente, todos los medios independientes y organizaciones de derechos humanos operan desde el exterior.
También rechazaron la decisión con la que, hace poco, Ortega despojó a 222 personas de su nacionalidad y luego las expulsó del país, acusándolas de ser “traidoras a la patria”. La medida era totalmente ilegal, pues la Constitución nicaragüense no contempla la pena de expatriación ni destierro. A muchos, además, les decomisaron sus bienes. Entre las víctimas del régimen, estaba el famoso escritor Sergio Ramírez, quien fue su vicepresidente en los noventa. “Daniel Ortega encarna el marxismo esotérico que se protege contra el mal de ojo”, dijo el afamado autor desde el exilio luego de conocer la decisión.
“El Grupo concluyó que el presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo han puesto en práctica estos crímenes y continúan haciéndolo… Las violaciones y abusos dan lugar a la responsabilidad del Estado de Nicaragua, así como a responsabilidad penal individual de quienes resulten culpables”, advirtió el organismo internacional.
Nada ha podido con Ortega en los últimos años. Por eso, el inmenso tatequieto de la Corte Internacional y la victoria de Colombia lo tienen en silencio.