A las malacateras se les llama así porque controlan el sistema de poleas que, desde los indígenas mexicanos, se conoce como malacate. | Foto: Iván Valencia

INDUSTRIA CON MEMORIA

El regreso de las mujeres a las minas

Anteriormente no tenían cabida en este mundo por considerarse débiles o de mala suerte, hoy demuestran su talento y capacidad para trabajar duro.

6 de septiembre de 2017

Adriana Isabel Pérez empieza a trabajar a las seis de la mañana. Su centro de operaciones consiste en una silla plástica, un radio y un control con dos botones. “Lo primero que hago es encomendarme, y también a todo el personal, a Dios, porque un malacate es una responsabilidad muy grande. Aquí no operamos solamente carga, también bajamos personas y la vida de ellas es más valiosa que las esmeraldas. Mi mayor temor, aunque nunca me ha sucedido, es que haya heridos”, confiesa.

Después de una breve oración, Adriana ensaya el ascensor, lo sube y lo baja vacío, examina el freno del aire, el reloj, los patines, presta atención a algún ruido extraño en el motor, mira que la guaya no esté deshilachada, que los pisos de la canasta se mantengan en buen estado, que nada obstaculice la bajada del malacate. “Cuando no estoy segura de algo, llamo a mantenimiento para que revise en detalle; si no hay alguna anomalía, inicio con la bajada del personal y luego con los carros de carga”, cuenta esta mujer de 37 años.

Al igual que ella, Marisela Alvarado es una malacatera. Se les llama así porque al sistema de poleas, desde los indígenas mexicanos, se le conoce como malacate. Ellas y otras mujeres alternan sus turnos en las diferentes bocaminas de Minería Texas Colombia (MTC) para verificar que el tránsito de los trabajadores sea eficiente y seguro. Un segundo de desconcentración puede ocasionar un accidente fatal.

“Los radios tienen que estar en perfecto estado para comunicarnos con las personas, ¡sin eso es grave!”, afirma Marisela, de 36 años. “Si la canasta se queda en un nivel sin radio, hay que hablar al nivel siguiente para mirar qué pasó hasta encontrar las comunicaciones. Ahí está toda la información que va de la mina hacia fuera: así sabemos si viene una carga, si sale personal y cómo va todo allá abajo”, explica.

A pocos pasos de Marisela está Johanna Vega, de 30 años, sentada en un pequeño escritorio en medio del ruido constante de las poleas. Es auxiliar de seguridad. Ella debe estar atenta de quién entra o sale de la bocamina que le hayan asignado. Parece un trabajo sencillo: sentarse y llevar un registro con los nombres y las horas. Pero sus mismos compañeros admiten que ese es un puesto duro, de mucha responsabilidad. Primero, las vidas de los encargados de la extracción minera están a su cuidado; segundo, las cargas de esmeraldas que inspecciona pueden costar miles de dólares. Por eso, las auxiliares y las malacateras dependen de su concentración y de la buena comunicación. “Nuestros compañeros fueron el apoyo que nos tiene hoy aquí; ellos creyeron que las mujeres también podíamos”, asegura Johanna.

Además de su trabajo, Johanna, Marisela y Adriana tienen varias cosas en común: son madres cabeza de hogar con dos o tres hijos, nacieron en la región de Muzo y Quípama, atendieron unas convocatorias y llegaron a MTC después de cumplir un proceso de selección y de recibir una capacitación de tres meses para comprender la complejidad de sus labores.

“Quiero acceder a la educación superior para mejorar en la empresa –sostiene Marisela–: estoy muy agradecida porque (MTC) nos brinda la oportunidad de darles un buen futuro a nuestros hijos, tenemos útiles escolares, uniformes y nos ayuda con las matrículas de los que van a la universidad o estudian fuera de la región. Además, las beneficiadas no somos solo las mujeres, también hay trabajadores viudos y gracias a los horarios podemos cuidar de nuestras familias”.

“Mi hijo, de 18 años, está en Bogotá estudiando ingeniería industrial”, cuenta Adriana. “MTC es mi familia porque este empleo cambió nuestra situación totalmente”. Marisela la complementa: “También hay trabajo para las personas que no están dentro de la mina; con el sueldo que devengamos podemos pagar para que nos cuiden a los pequeños, para el mercado, para no vivir con deudas”.

Estas mujeres se siguen capacitando y se tecnifican cada día en su oficio. Johanna entró a MTC como aseadora y, gracias a su disciplina, en menos de un año le ofrecieron el cargo de auxiliar de seguridad, con un mejor sueldo. Por eso afirma: “Aquí hay oportunidades de crecimiento. Antes no nos tenían en cuenta para nada, en la región siempre han descalificado a las mujeres, muchos siguen creyendo que no tenemos fuerza. En esta empresa hemos demostrado que somos verracas”.