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Mario Bonilla es el líder de la Federación Agrosolidaria de Boyacá y uno de los más apasionados apóstoles del Comercio Justo en Colombia

Informe Especial: La guerra contra la pobreza

Comercio con dignidad

Rompiendo los paradigmas y contra todo pronóstico, el Comercio Justo se abre camino.

Por Álvaro Montes
29 de agosto de 2007

Mario Bonilla es un comerciante diferente. No busca que le paguen más, como todo buen comerciante, sino que trata de vender al menor precio posible. No quiere vender al mejor postor, sino a quien realmente necesita los productos. Su bandera es el mínimo lucro y concerta los precios con sus compradores. Hace añicos los principios del comercio convencional y, no obstante, su negocio es rentable. Él aplica los principios del Comercio Justo.

Como líder de la Federación Agrosolidaria, en el departamento de Boyacá, Bonilla es uno de los más apasionados apóstoles del Comercio Justo en Colombia. “Nuestro modelo busca fortalecer la lógica de la propiedad colectiva y del bien común en la economía”, explica.
 
Agrosolidaria agrupa veinte organizaciones campesinas de productores agrícolas que abrazaron la agricultura ambientalmente amigable, esa que se lleva a cabo sin utilizar químicos y respeta el medio ambiente. Cooperativas de producción ecológica existen muchas en el país, pero ésta es diferente. Se define a sí misma como “federación de prosumidores”, un término inventado por Bonilla para expresar la idea de “productores y consumidores juntos en el mismo negocio”. Y es que la estrategia del “consumo solidario” es una de las iniciativas más reconocidas de Agrosolidaria. En Duitama fueron creados, el año pasado, los primeros grupos de consumidores que participan en el programa de Comercio Justo de la federación. Los consumidores hacen parte de la misma cadena de negocio con los productores, y están en igualdad de condiciones para fijar precios y tomar otras decisiones. En el comercio convencional, los consumidores van a las tiendas y compran al precio que allí se establece y solo la caída de la demanda hace modificar el precio de un producto. En el Comercio Justo las cosas son diferentes. Es en realidad una plataforma ética de entendimiento entre quienes producen, quienes transforman y quienes consumen, que apenas comienza a abrirse paso en el país.

Agrosolidaria exporta pulpa de fruta a Argentina y vende café orgánico con denominación de origen (Pisba), así como fruta untable de feijoa y tomate de árbol, dereivados lácteos, el hongo shitake y la popular uchuva, entre otros productos de su nutrido catálogo, en los círculos de consumidores solidarios de Duitama y varios lugares más de Boyacá. Café orgánico que en Carrefour se consigue por 18.000 pesos el kilo, Agrosolidaria lo vende a sus grupos de consumidores en seis mil pesos, y aún es un buen negocio.

¿Qué es el Comercio Justo?

A finales de los años cincuenta, organizaciones no gubernamentales y sectores de la izquierda europea empezaron a presionar por condiciones comerciales equitativas para los productores agrícolas de los países pobres. La idea era generar procesos transparentes de compra y venta, especialmente de alimentos, que generen equidad para los productores y los trabajadores. El precio no era una bandera importante, porque los consumidores europeos generalmente no tienen problemas económicos que los obliguen a adquirir lo más barato del mercado. Asi, pues, el Comercio Justo nació como una iniciativa de consumidores europeos que querían pagar lo justo a los productores del “tercer mundo”. A finales de los años ochenta nacieron los primeros sellos de Comercio Justo y las primeras tiendas europeas que comercializaban productos cuyo precio llega casi totalmente a los productores. En 2003 se establece un sello único internacional y una certificación de Comercio Justo, bajo la denominación FLO (Fairtrade Labelling Organisation) que se encarga de garantizar que un proceso comercial es socialmente responsable.

“El comercio justo de los europeos no es el unico posible ni el oficial; cada país tiene que inventarse su Comercio Justo", explica Luis Felipe Avella, experto en la materia e investigador de la Universidad de Los Andes. En el mercado colombiano el precio es un factor determinante, y las tiendas de Comercio Justo buscan comercializar productos que son a la vez ambientalmente amigables y económicamente accesibles para la población que los necesita. No se trata solo de venderle caro a los estratos cinco y seis, sino de garantizar el acceso de toda la población a los beneficios de este tipo de productos. “Para mí es más importante el Comercio Justo que los objetivos del Milenio, porque detras de él esta la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de la gente”, agrega Avella.

Las organizaciones internacionales que promueven el Comercio Justo se han propuesto convertirlo en norma internacional del comercio global, un propósito todavía lejano. La certificación FLO implica controles y monitoreo de los precios, la calidad de los productos y las relaciones entre los actores de la cadena. Hay que garantizar que lo que el comprador paga llegue – al menos la mayor parte – al pequeño productor rural y no se quede en manos de los numerosos puntos de intermediación, como ocurre en el comercio convencional.

Ejemplos a imitar

Las tiendas Juan Valdez son un buen ejemplo de Comercio Justo originado en nuestro país. Los pequeños caficultores colombianos poseen el 15 por ciento de las acciones de esta empresa; la Federación de Cafeteros es accionista mayoritaria e invierte sus utilidades en programas para mejorar la calidad de vida de las familias campesinas en las regiones cafeteras; pero adicionalmente, las tiendas Juan Valdez pagan un sobreprecio del 25 por ciento a los productores que le proveen el café que se vende en sus tiendas. Las tiendas Juan Valdez pagan más de lo que paga una comercializadora Fair Trade internacional, algo que los colombianos suelen ignorar. “Hay que decirle a los consumidores que no sólo se están tomando el mejor cafe del mundo en una tienda muy bonita, sino que además ese cafe es producido por 60 mil productores rurales y por grupos de mujeres que hacen las bolsas de fique”, explica Avella, quien levantó un estudio de los casos más destacados de Comercio Justo en Colombia.

Otra experiencia resonante es la explotación ecológica de oro en en Condoto y Tadó, en el departamento del Chocó. La Corporación Oro Verde acompaña a grupos de mineros en la extracción sostenible del oro; sostenible significa que no causa daños al ecosistema local y surgió como alternativa a los sistemas de mineria industrial tradicionales en la región, altamente predadores del medio ambiente. Oro Verde se inventó el tema, puesto que no existía un sello de minería responsable en el mundo. Gracias a ellos, FLO acepta el sello de Comercio Justo en minería y prestigiosas cadenas de joyerías en Nueva York, Londres y otras capitales participan del proceso, pagando un sobreprecio voluntario al oro extraido con métodos ambientalmente amigables en el Chocó colombiano. Este sobreprecio, generalmentre del diez por ciento, llega a los mineros y sus familias.

El principal obstáculo para una generalización de estas ideas es la poca información que tienen los consumidores colombianos. “Sin consumo responsable no puede haber Comercio Justo. Y en colombia estamos muy lejos del consumo responsable”, indica Avella. En Colombia la gente no está consumiendo productos buenos, sino prodcutos que entren en su imaginario de consumo. “Estamos mal informados acerca de los productos que nos venden en los supermercados; nos venden ficción”, agrega. Esto quiere decir que los colombianos no toman una decisión de compra considerando la responsabilidad social del fabricante del producto, sino solamente los mensajes del comercial de TV.

No se conocen cifras completas del Comercio Justo en Colombia. Los estudios académicos, como el que lleva a cabo en la actualidad Luis Felipe Avella para la Universidad de Los Andes y DanSocial, están todavía en fase de investigación. Se vende bajo el sello de FLO café orgánico, producido por los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta y por campesinos en otras regiones del país, así como oro extraído de manera sostenible mediante técnicas artesanales; frutas frescas y procesadas y otros productos alimenticios, además de artesanías. Pero existen numerosas cadenas productivas que, a pesar de no contar aun con el sello FLO, se basan en los principios del Comercio Justo aceptados internacionalmente. Agrosolidaria es una de ellas.