Marcha

Un día de gritos

Definitivamente, la Plaza de Bolívar fue este lunes el escenario donde cada quien pudo decir lo que quiso. Se hicieron evidentes temores, opiniones y diferencias políticas. Todo se quedó en palabras.

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Juan Esteban Mejía Upegui
4 de febrero de 2008, 12:00 a. m.
Las centrales obreras y el Polo Democrático llegaron con consignas para rechazar la guerra en general y para apoyar el acuerdo humanitario.
Las centrales obreras y el Polo Democrático llegaron con consignas para rechazar la guerra en general y para apoyar el acuerdo humanitario. Foto: León Darío Peláez

Todo estaba listo desde muy temprano. Frente al Capitolio había una gran tarima con micrófonos y amplificadores de sonido. En el centro de la Plaza, donde queda la estatua de Simón Bolívar, había gigantescos bafles, por donde se ampliaría lo que se dijera desde la tarima. Y frente al Palacio de Liévano, donde se concentrarían las centrales obreras y el Polo Democrático Alternativo, no había nada todavía.

Los temores también madrugaron. Los jóvenes que convocaron la marcha por medio del portal Facebook decían, en voz muy baja, que temían por lo que pudiera pasar cuando la plaza estuviera llena de personas afines a las centrales obreras y el Polo, más los simpatizantes de su marcha y los cercanos al gobierno de Álvaro Uribe.

Por otra parte, se repetía de boca en boca la amenaza recibida por Carlos Gaviria, presidente del Polo, el fin de semana. En una comunicación, le dijeron que si se asomaba el lunes por la Plaza de Bolívar lo iban a recibir a machetazos y eso, para muchos, era motivo de tensión.

Mientras tanto, la Policía estaba alerta. El general Rodolfo Palomino coordinaba desde el centro de la Plaza los movimientos de los más de ocho mil policías que estarían controlando el orden en toda la ciudad. Y daba especiales indicaciones a los más de 400 que rodearían el sitio donde confluirían a las pocas horas miles de personas con pensamientos políticos opuestos.

La Defensa Civil también tenía su operativo. Desde las seis de la mañana llegaron para instalar equipos de urgencia y llegaron 200 socorristas sólo para estar pendientes de cualquier percance en la Plaza. Desde allí se coordinaban los movimientos de cinco mil socorristas en toda la ciudad.

Hasta los inmensos bafles en la mitad del lugar parecían ser una amenaza contra las manifestaciones del Polo y las centrales obreras, que no tenían ni un micrófono y mucho menos un amplificador de sonido. “Esos bafles nos van a opacar”, alcanzaron a decir algunos, en voz muy baja también.

Pero la suerte estaba echada y ya nada tenía reversa. Así, la plaza empezó a llenarse de carteles de sindicatos y del Polo. Al rato, llegaron los senadores Gustavo Petro y Jorge Robledo. Apareció el secretario general del partido, Daniel García-Peña. Y, de repente, se escucharon hurras que decían “presidente, presidente”. En ese momento, se vio llegar a Carlos Gaviria. A pesar de las amenazas, llegó porque consideraba que ese era “su deber con la sociedad”.

Media plaza se llenó con personas convocadas por los sindicatos y el Polo Democrático. Llegaron personas portando camisetas con diversas consignas, pero todas hacían alusión al acuerdo humanitario y a la oposición a la guerra en general. Algunas mencionaban a todos grupos armados. No dejaban por fuera ni a los paramilitares, ni al Eln, ni mucho menos a las Farc.

La razón de tales manifestaciones la resumió Petro. “Muchos pensamos que la barbarie no es solamente las Farc. La mamá de la barbarie es la guerra”, dijo. Y fue enfático al decir que “los revolucionarios no son los que ponen cadenas, sino los que las quitan”.

“No más pasión por la guerra y la muerte. Compasión y reparación a las víctimas. Diálogo, acuerdo de paz, por la humanidad”, “!Libertad, acuerdos humanitarios y paz. No más guerra”, “Ninguna guerra en nuestro nombre”, eran algunas consignas estampadas en inmensas pancartas y en camisetas.

Pero las mismas empezaron a mezclarse luego con otras camisetas, globos y estandartes. Se inició una mescolanza de símbolos. En realidad, eran pocas las diferencias entre los mensajes entre unos y otros. Mientras los marchantes concentraban su atención en las Farc, los otros mencionaban más grupos armados y más manifestaciones de la guerra. Pero la idea era la misma, el repudio al secuestro y a la violencia. Sin embargo, en una especie de disputa loca, cada quien quería gritar más duro y sentar su punto de vista sin consenso alguno.

A pesar de la solicitada calma, algunos se fueron a los extremos y fue cuando se evidenció la sensación política que se sospechaba de la manifestación. “Colombia y el mundo ya se enteraron con la liberación de las secuestradas (Clara y Consuelo). Simpatía comedia y Piedad guerrillera”, decía una pancarta, que tenía una foto de la senadora con miembros de las Farc. “No más Piedad con los terroristas”, decía en algunos globos, aduciendo también a la Senadora.

Eso, sin contar las innumerables caricaturas de Chávez en camisetas y afiches. Pero del otro lado también hubo manifestaciones de corrientes políticas. Algunos carteles decían “No más Farc, no más Auc, no más Uribe”.

En ese marco, empezaron a materializarse los temores. Algunos tiraron la primera piedra, pero nadie los siguió. Tal vez, el primer tropiezo fue cuando una de las jóvenes organizadoras de la marcha estaba atendiendo una entrevista para un canal de televisión.

De repente, ella y el periodista se vieron rodeados por manifestantes que habían llegado con centrales obreras y el Polo. Estallaron en gritos. “Paracos. ¿Por qué no marchan contra las otras formas de violencia? Ustedes están manipulados por el Gobierno”, les dijeron a ambos, que tomaron esas palabras como insultos y provocaciones, pero decidieron alejarse.

Luego, otros periodistas fueron blanco de insultos. Personas de las que se habían aglutinado frente a la Alcaldía se ensañaron contra los comunicadores de diferentes medios que estaban cubriendo la manifestación.

“Ustedes son cómplices del paramilitarismo. Periodistas vendidos. No queremos más ‘paracol’, ni ‘radio casa de Nariño’. Mentirosos. Se ganan el sueldo engañando a los colombianos. Ustedes no son más que terroristas de micrófono”, les gritaba un grupo de manifestantes a los enviados de los medios de comunicación.

Cada vez subían más su tono. Por fortuna, en ese momento apareció El Libertador. Se trataba del artista Miguel Ángel Rodríguez, integrante de Polo de Rosa, que decidió personificar este día a Simón Bolívar.

Al pasar en su caballo blanco, todos se quedaron mirándolo y los periodistas fueron tras él, que incluso para las declaraciones encarnó al prócer. “No me trae nada porque siempre he estado aquí. Simplemente, hoy me he visualizado para decirle al pueblo que la espada de Bolívar camina por América Latina, a la cual todavía hay que liberar”.

Siguió su galopar por la Plaza, pasando entre recovecos formados por corrillos de tertulias donde se evidenciaban dos posiciones políticas opuestas. Que Chávez es bueno porque les da de comer a todos. Que entonces váyanse para allá, que aquí uno es libre, que allá está la inflación por las nubes. Que por lo menos nadie se acuesta con hambre. Que cada vez Venezuela se parece más a Cuba. Que aquí Uribe está rodeado de ‘paracos’. Que allá apoyan a las Farc. Y en cada corrillo se dijeron muchas cosas. Algunas veces, acaloradas, pero siempre primó la palabra y no el hecho.

Todos ellos estaban ubicados frente al Palacio de Liévano, donde se había convocado la manifestación estática del Polo y las centrales obreras.

Ahí debían permanecer hasta las 12 del medio día y así ocurrió. Después de lanzar globos al cielo y cantar el Himno Nacional, que nadie escuchó, los dirigentes sindicales y la mayoría de los integrantes del Polo se fueron de la Plaza de Bolívar. Mientras otros atravesaban el lugar para salir, algunos cuantos gritaron “fuera, Polo”, y nadie respondió. Algunos simpatizantes de los sindicatos decidieron quedarse en el sitio inicial de la concentración, frente a la Alcaldía, pero ya eran minoría.

Para entonces, la plaza estaba llena de personas que venían en las marchas y desde la tarima los organizadores lanzaban arengas que eran seguidas por la mayoría de la gente. Pero las mismas eran refutadas por los pocos que se quedaron al pie de la Alcaldía.

“Colombia soy yo. No más Farc”, decían los jóvenes que convocaron por medio de Facebook. “Colombia somos todos. No más Uribe”, refutaban al lado del Palacio de Liévano unos cuantos jóvenes.

“Las Farc no son el ejército del pueblo. No nos representan”, gritaban desde la tarima. “Guerrilla, paracos, el pueblo está verraco”, agregaban los otros. La división era evidente. No sólo por las consignas que gritaban, sino porque, literalmente, las masas estaban divididas. Una pequeña franja del suelo estaba despoblada. Era como una especie de línea de al menos un metro que dividía el terreno donde estaban quienes venían los de la marcha y quienes llegaron convocados por el Polo.

Ante el intercambio de arengas, un grupo de jóvenes con camisetas de Yo soy Colombia (que era las que vestían los marchantes), y usando gafas oscuras, se pararon de frente a los jóvenes que decían ser militantes del Polo. Mientras éstos gritaban contra las Farc y los paramilitares, los muchachos de lentes oscuros les refutaban. Pero nada pasó a mayores. Por fortuna.

Antes de empezar a desalojar la plaza, desde la tarima llamaron a que todos se tomaran de las manos para cantar el Himno de Colombia, pero la zanja se mantuvo despoblada. Al rato, cada quien partió, después de haber dicho lo que quiso. Finalmente, ese era el objetivo de la manifestación. Nadie planteó soluciones, ni hizo propuestas. Era una jornada para gritar.


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