JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

100 años de liderazgo mundial

El paso del caudillo por la ONU marca un hito en la historia de la humanidad.

Jorge Humberto Botero
7 de octubre de 2025

¡Aleluya no son cien años de soledad, lo son de liderazgo! Habría que estar ciego para no advertir que su discurso en la ONU estuvo a la altura de los mejores de Cicerón en el Senado romano. Esa jerarquía de excelencia quedó confirmada con su valiente arenga en las calles de New York, lástima que la asistencia fuera poca; y que la esquina elegida fuera la que usan orates y despistados para decir, entre otras cosas, que es inminente la segunda venida de Cristo a la Tierra bajo el sonoro nombre de “Brayan Jesús”.

Esa aura de prestigio planetario debe consolidarse. Para lograrlo sería útil escribir un libro con las hazañas ya conocidas de su vida, y con aquellas otras que emerjan a la luz pública. Sería la ocasión adecuada para refutar muchos infundios, como el que le escuché en privado a un alto dignatario de otro país: que no fue posible que Petro llegara a una reunión con algunos de sus colegas, a pesar de que el presidente del país anfitrión mandó que le buscaran en su hotel. Por el contrario, creo que estaba escribiendo el mismo libro que lo indujo a encerrarse durante un fin de semana en un balneario ecuatoriano.

Serviría aquel libro en ciernes igualmente para desbaratar los infundios de Álvaro Leyva sobre los viajes que, como canciller de la República, realizó con el presidente. Las pruebas que ha aportado deben ser falsas o susceptibles de tener significados distintos a los que menciona ese resentido. No en vano los pensadores postmodernos, tales como Michel de Foucault y Jean-François Lyotard, nos enseñan que no hay verdades sino relatos.

Ahora se debate quién escribe esa magna obra. El candidato natural es Gustavo Bolívar cuyas capacidades como escritor de telenovelas es reconocido. Hay otros que en común tienen que están en prisión o próximos a habitarla. Invocan como precedente de sus aspiraciones que, como Miguel de Cervantes lo confiesa en el prólogo del Quijote de 1605, ese texto fundacional de la novela moderna “se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación”.

Sugiero que el libro comience con esta cita del presidente: “Inspirado como el artista, mis palabras iban tomando la forma de la multitud, su fuerza. Viví un momento de magia la gracia de García Márquez, convertida en palabra hablada que vuela en el viento, que entra en el corazón, que se vuelve huracán”. Tomen nota de una profunda contradicción: mientras el artista carece de responsabilidad social —lo suyo es la belleza y la imaginación—, el político está obligado a actuar en bien de su comunidad.

Me siento obligado a colaborar con ese proyecto escribiendo unas pocas palabras sobre la relación profunda de Petro, ya convertido en figura de ficción o culto, con otros personajes de la literatura.

Es profunda su identidad con el coronel Aureliano Buendía, uno de los protagonistas de “Cien años de Soledad”; el presidente mismo ha contado que usó ese nombre para identificarse cuando hizo parte de la guerrilla del M-19. Su alter ego inició treinta y dos guerras civiles y las perdió todas. Haberlas intentado tantas veces, fracasando siempre, es una inequívoca demostración de que Aureliano no entendía la magnitud de sus capacidades, y que no le importaban sus reiterados fracasos, conducta sin duda patológica. Peor todavía me parece su indiferencia por los efectos traumáticos que su paranoia militar tuvo que causar a Macondo. ¿De cuántas vidas perdidas fue responsable? ¿De qué magnitud fueron los daños que tuvo padecer su comunidad por causa suya? Hasta su muerte el Coronel fue un perfecto parásito para la sociedad.

Es también recurrente la identificación del caudillo con Don Quijote. En un discurso leído en España dijo: “El Quijote me enseñó el individuo que podía andar los caminos encima de un caballo deshaciendo entuertos. De alguna manera, ahí aprendimos que alguna función que teníamos era el caminar para construir justicia”. De paso digo que Cervantes escribía un tanto mejor, para luego afirmar que esta comparación preocupa.

Primero, porque como el propio Alonso Quijano lo reconoce al final del Quijote de 1615, “Yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy ahora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno”. Llegó a estar tan corrido de la teja que confundió molinos de viento con gigantes y rebaños de carneros con ejércitos. El episodio de las “cuentas de la lechona” del presidente es uno de sus más cómicos delirios.

Y segundo, porque en su tarea de administrar justicia el caballero de la triste figura fracasó. Ir por los campos de la Mancha, dotado solo de la fuerza de su brazo, montado en un caballo viejo y desgarbado, y portando armas obsoletas, no era una plataforma adecuada para transformar la sociedad española del siglo XVII. Tan idealistas y vanos eran sus objetivos como lo es convocar a “los pueblos del mundo” para liberar a Palestina de su trágica situación actual.

Las acciones justicieras de Don Quijote suelen terminar en fiascos. En el capítulo IV de la primera parte, se encuentra con un labrador que le estaba dando a un muchacho una tunda de azotes. Aquel aducía que ese casi niño había dejado perder algunos animales del hato, mientras que este ponía de presente que no se le había cubierto su salario. Don Quijote ordena liberar a la víctima y pagarle de inmediato. El resultado no pudo ser peor: una segunda azotina tan pronto Sancho y su amo se alejaron del lugar. ¿Quién resarcirá a los usuarios del sistema salud por los enormes daños que el petrismo —por su bien— les ha causado?

Tan rebelde como Petro frente a la ley, Don Quijote ordena a los guardias que conducen a unos delincuentes a servir la pena de remar en las galeras del Rey que los liberen. Postura equivalente al exabrupto petrista de exigir a la Fiscalía la liberación de unos copartidarios suyos que afrontaban procesos penales. En el capítulo XXII de la primera parte, El loco sublime defiende el proxenetismo, conducta entonces punible; Petro pide, sin ningún fundamento jurídico, un tratamiento de excepción para “Epa Colombia”.

Para Don Quijote existió una “Edad Dorada”, “porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes”. O, lo que es lo mismo, no estaban los seres humanos “dominados por la codicia”, como sucede ahora. Recordemos que al pobre hidalgo manchego lo persigue “una caterva de encantadores que a todas nuestras cosas mudan y truecan”. Le sucede lo mismo que al caudillo de Ciénaga de Oro: “los herederos de los esclavistas”, la burocracia, los nazis, el parlamento y sus propios ministros le escamotean el éxito que merece.

Epígrafe. Para fines electorales es mejor un presidente sin visa. Menos es más.

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