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A votar por mujeres

Cuando converso con amigos y amigas sobre las elecciones, muchas veces me dicen que uno debe votar con convicción y no de acuerdo con el sexo de la persona: “Hay mujeres que son terribles personas y están lejos de representarnos adecuadamente”. Yo creo que esto sugiere que no entendemos todavía cómo funcionan los sesgos en el sistema electoral y tampoco asumimos realmente, como ciudadanos y ciudadanas, la responsabilidad de que el sistema funcione mejor.

Isabel Cristina Jaramillo, Isabel Cristina Jaramillo
23 de agosto de 2019

El próximo 27 de octubre se llevarán a cabo las elecciones para autoridades regionales: alcaldes, gobernadores, miembros de concejos y asambleas departamentales, y miembros de juntas administradoras locales. Es una elección compleja por la cantidad de información que nos corresponde procesar a los electores. Pero es una elección clave porque muestra las tendencias políticas que se consolidan en el país y porque los funcionarios a elegir están mucho más cerca de la gestión cotidiana que los ciudadanos pueden controlar y aprovechar. Es también una nueva oportunidad para aumentar el número de mujeres en cargos de elección popular.

En efecto, a pesar de las reformas que se han introducido en el régimen electoral para incentivar que los partidos garanticen que hay un número significativo de candidatas mujeres (artículo 28 de la ley 1475 de 2011), el número de mujeres elegidas sigue siendo reducido. En 2016, las mujeres solamente lograron ser elegidas en el 12% de las Alcaldías, el 15% de las Gobernaciones, el 16% de los cargos en los Concejos Municipales y el 17% de los cargos en las Asambleas Departamentales. Según datos de la Registraduría, solamente 1 de cada 5 candidatas mujeres tuvo éxito en las elecciones.

Cuando converso con amigos y amigas sobre las elecciones, muchas veces me dicen que uno debe votar con convicción y no de acuerdo con el sexo de la persona: “Hay mujeres que son terribles personas y están lejos de representarnos adecuadamente”. Yo creo que esto sugiere que no entendemos todavía cómo funcionan los sesgos en el sistema electoral y tampoco asumimos realmente, como ciudadanos y ciudadanas, la responsabilidad de que el sistema funcione mejor.

Por lo que he estudiado, el funcionamiento del sistema electoral depende de la calidad de los candidatos que se presenten, tanto como de la capacidad del electorado de elegir bien. El problema histórico de las mujeres es que les resulta demasiado costoso presentarse a las elecciones: 1) no tienen padrinos o madrinas que las respalden porque, como grupo, son advenedizas o recién llegadas al juego; 2) las cifras les muestran que las probabilidades de perder son muy altas; y 3) no hacen parte de las redes de colegaje en las que se negocian las estrategias y los resultados.

No debería sorprendernos, entonces, que no sean las mejores las que se presenten. Las mejores saben que les va a ir mal y pierden más que las otras. En contadas excepciones, mujeres de excelencia han labrado largas carreras políticas. Sabemos que ha sido porque han encontrado padrinos que las han sacado adelante, que han tenido suerte y que han tenido gran entereza de carácter para resistir las humillaciones –todo mi respeto para estas pocas sobrevivientes del sistema político, Viviane Morales es una de ellas sin duda. Angélica Lozano es otra. En la mayoría de los casos, las candidatas que tenemos son las esposas, hijas o hermanas de alguien, pensadas más como parte de una gran maquinaria partidista que como individuos con proyectos de servicio a la comunidad.

Todo este andamiaje es difícil de cambiar desde “afuera”, aunque ciertamente tenemos información de cómo las presiones sobre los órganos de representación popular los va a obligar a reformarse para responder mejor a los electores. Las redes sociales van a cambiar la forma en la que pensamos la política, pero tal vez no todavía y ciertamente no todavía en Colombia. Las ciudadanas y ciudadanos lo que si podemos hacer es elegir bien y presionar a los partidos a que nos presenten mejores candidatos en próximas elecciones. Una estrategia a nuestro alcance es elegir más mujeres para que se vea la rentabilidad política de tenerlas y las mejores mujeres asuman los riesgos en una próxima ocasión. Eso supone que evaluemos a mujeres y hombres en igualdad de condiciones y no con prejuicios que nos da vergüenza reconocer, pero todavía afectan nuestras decisiones.

A las mujeres se les reprocha su edad: es muy joven o es muy vieja; su estado civil: el esposo es un tonto o es demasiado sagaz, el papá es importante o es un donnadie; su mérito: se ha preparado demasiado o parece como tonta; su apariencia física: se ve demasiado arreglada, está muy despeinada, es fea, es crespa, es postiza, usa mucha falda, nunca usa falda, entre otros.

La única manera de darnos cuenta si estamos sesgados es detenernos a preguntarnos si estamos evaluando de la misma manera a los candidatos hombres o si simplemente aceptamos que los medios escojan alguno para resaltar y los jefes de los partidos aparezcan como respaldándolos: ¿averiguamos sobre los hombres la manera en la que tratan a sus empleados, cuántas cirugías se han hecho, si les pegan a sus esposas o si pagan puntualmente los alimentos a sus hijos? ¿averiguamos la edad y sus “relaciones” antes de considerar sus méritos y los criticamos por “estudiar demasiado”? Mi experiencia ha sido que cuando aplico el mismo rasero en ambas direcciones – a hombres y mujeres- me quedo con muy pocas opciones y casi nunca con candidatos que yo quisiera tener como representantes de mis intereses.

Enfrentada a la situación de elegir entre un cáncer y un sida, como alguna vez dijo Antanas Mokus, voto mujer. Cuando voto mujer creo que contribuyo ya no solamente a que en esta elección la persona a la que le di mi voto pueda hacer algunas cosas por cambiar los resultados, sino a cambiar el juego en general. Espero que esta confianza vaya animando a otras, jóvenes y excelentes, a arriesgarse en las elecciones. Como una golondrina no hace verano, ojalá seamos muchas las que nos animemos a hacer este cambio desde abajo, que es donde todavía estamos, pero no donde merecemos estar.

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