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Alcaldes vitalicios

Lo curioso es que muchos periodistas se toman en serio las propuestas de los politiqueros. Las discuten sesudamente. Como si fueran propuestas serias.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
27 de octubre de 2018

Me dicen que el súbito frenesí por alargar períodos que les ha dado a los politiqueros, encabezados por la viuda del insepulto Germán Vargas Lleras, se debe a que le tienen miedo a Gustavo Petro. Miedo a que los candidatos petristas (aunque no hay petristas: Petro es un pájaro solitario), apalancados en los ocho millones de votos que obtuvo como aspirante presidencial, ganen las elecciones de gobernadores y alcaldes de 2019 y le faciliten así su victoria en las presidenciales del 2022. Los politiqueros asustados del resto de los bandos prefieren entonces aruñar sus cargos por dos años más, o hacerse reelegir como propone su “presidente eterno”, para así garantizarse la conservación de la presidencia uribista en cuerpo ajeno: el del para entonces resucitado Germán Vargas Lleras.

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El cual, desde su tumba, ya está ferozmente en campaña. Yo, por ejemplo, recibo semanalmente de parte de su partido Cambio Radical un lujoso folleto ilustrado con bellas fotografías detallando ora su plan agrario, ora su propuesta de reforma de la justicia, aquí su lucha contra la corrupción, acullá su proyecto de ley para modificar y agilizar el procedimiento de licencias ambientales: lo grande y lo pequeño, lo humano y lo divino. Y a eso se suma que Vargas tiene ahora en El Tiempo dos o tres columnas semanales, privilegio que solo le cupo a Calibán cuando el propietario del diario era su hermano Eduardo Santos (una pregunta: ¿es Luis Carlos Sarmiento el hermano de Germán Vargas Lleras?)

Lo curioso es que muchos periodistas se toman en serio las propuestas de los politiqueros. Las discuten sesudamente. Como si fueran propuestas serias.

Lo curioso es que muchos periodistas se toman en serio las distintas propuestas de los politiqueros: la de la viuda de Vargas, que afirma encolerizada que ella no ha consultado la suya con el difunto, como piensan los machistas, sino que la pensó ella solita desde su recién ganado cargo de presidenta de la Asociación Colombiana de Ciudades Capitales; la del “presidente eterno” de los uribistas, que hace creer que se distancia de su partido sugiriendo que en vez de alargar los períodos se rompa un articulito de la Constitución para permitir la reelección de alcaldes y gobernadores, como en su momento se permitió la suya propia con tan felices resultados; la del presidente del Senado, que propone alargar en un año el período presidencial de Iván Duque en vista de lo bien que ha gobernado hasta ahora: ya le llevó saludes de Uribe al rey de España y le entregó una camiseta sudada por el futbolista James al papa de Roma. Se las toman en serio y las discuten sesudamente: desde el ángulo de su posible inconstitucionalidad los unos, los otros desde el ángulo de su conveniencia institucional. Como si fueran propuestas serias. Cuando no son otra cosa que los habituales recursos de la astucia oportunista de los politiqueros para sacarles el mayor jugo posible a sus cargos: quieren puestos, quieren sueldos, quieren ampliar, prolongar, y si es posible eternizar su poder.

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Y eso de que tantos periodistas, y aún juristas expertos, las tomen en serio, como si fueran serias, es ya su primera victoria.

Por eso los politiqueros, en su versión de congresistas, aprobaron ya a alegres pupitrazos en un primer debate el proyecto de acto legislativo que cambia las fechas electorales, dándoles más tiempo a sus colegas politiqueros para los proyectos emprendidos en su versión de alcaldes. Del mismo modo tumbaron en cambio, a entusiastas pupitrazos, la propuesta de reducir sus propios períodos en cumplimiento de lo dispuesto por la consulta anticorrupción que habían fingido respaldar. Y así ellos mismos, de nuevo en su versión de alcaldes, eligieron hace unos meses por unanimidad a Luz María Zapata, que entonces no era la viuda todavía sino la esposa del muy vivito y coleteante candidato presidencial Germán Vargas, presidenta de la Asociación Colombiana de Ciudades Capitales, Asocapitales: institución gremial privada y sin ánimo de lucro que trabaja, según dice, “por generar espacios de intercambio de experiencias exitosas” (experiencias exitosas que, dicho sea sin ánimo de ofender a los alcaldes, no han abundado mucho entre las alcaldías de las ciudades capitales de Colombia). Y así a continuación la doctora Zapata logró ella la, esa sí, exitosa experiencia de hacer que como por arte de birlibirloque el presupuesto de su Asociación, que financian los dineros públicos de las alcaldías, se multiplicara por veinte, pasando de 800 millones a 15.000 millones al año. “Para que así tenga –explicó el alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa– capacidad de influir ante el gobierno nacional y el Congreso”. Con lo cual se cierra el círculo gozoso de la politiquería.

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No todos los alcaldes miembros de Asocapitales son varguistas, como Peñalosa; pero con el impulso recibido por las exitosas experiencias de su presidenta Luz María Zapata todos van camino de serlo. Su modelo es el alcalde de Barranquilla, Alex Char, que no solo ha conseguido convertir su cargo en una dignidad hereditaria, sino a perpetuidad.

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