
Opinión
Buenas noticias
Nuestro presidente se está ocupando activamente de las relaciones internacionales en el ámbito doméstico.
Afrontamos una extraña etapa de dificultades con Estados Unidos, derivada del retiro de la visa a Petro después de una serie de agrias expresiones de este contra Trump.
Sin embargo, como el mandatario norteamericano tiene otras prioridades, domésticas e internacionales, lamentablemente todo ha quedado solo para el consumo doméstico. Incluyendo la renuncia a la visa norteamericana de algunos ministros, ahora, cuando más deben viajar a Estados Unidos.
Hemos tenido serias crisis con Washington a lo largo de la época contemporánea, que no se han derivado propiamente, como ahora, de peroratas improvisadas.
No hablemos de la separación de Panamá, que traumatizó al país por décadas y que obligó a la renuncia a dos presidentes de Colombia: Rafael Reyes y Marco Fidel Suárez, que no era precisamente un “blanquito” ni un “burgués”; hijo de una humilde lavandera que tenía que recoger cotidianamente ropa sucia para lavarla en las piedras del río Medellín y sostener a su familia.
Para no remontarse tanto tiempo atrás, Colombia afrontó durante la administración de Virgilio Barco un intento de bloqueo de la flota norteamericana a nuestro país, para “ayudarnos a controlar el narcotráfico”.
Igualmente, se enfrentó a la prohibición de desembarcar en puertos de Estados Unidos productos agrícolas colombianos, así como el de impedir el ingreso a territorio norteamericano de miles de colombianos con sus visas en regla y que no eran inmigrantes ilegales, que estuvieron durante varios días tendidos en los pisos de los despachos de migración de los aeropuertos de ese país. Eso, en retaliación porque un juez colombiano ordenó la liberación de un narco del Cartel de Medellín.
Los problemas fueron resueltos y nuestro país salió fortalecido.
También en la administración Barco, desde un principio se cambió la línea que de años atrás se venía siguiendo por Colombia respecto a las votaciones en las Naciones Unidas, en las que siempre se votaba igual que Estados Unidos, incluyendo la tradicional censura a Cuba. El secretario de Estado Schultz protestó por eso en una nota al canciller colombiano, la cual no fue contestada.
Más tarde, el vicecanciller israelí viajó a Bogotá para reclamar, también, por el hecho que Colombia ya no apoyaba infaliblemente a Israel en la ONU, como lo había hecho por años: se le explicó que nuestro país no podía aceptar conductas como la de las masacres en los campos de refugiados palestinos en Sabra y Shatila. Las relaciones continuaron, pero dentro de otros parámetros.
Luego, Colombia fue elegido por unanimidad como presidente de los 116 países del Movimiento No Alineado (NOAL), que muchos lo consideraban como un bloque antinorteamericano. Sin embargo, la relación con Estados Unidos fue cordial. La embajadora de ese país en la ONU Madeleine Albright, más tarde secretaria de Estado, solicitó varias veces la ayuda colombiana y de los NOAL en asuntos claves.
No se actuó por motivaciones políticas domésticas ni por vanidades personales, sino por el bien del país. Colombia tuvo una proyección sin precedentes en el ámbito mundial.
Ahora, hay buenas noticias. Nuestro querido presidente se está ocupando activamente de la política internacional, hasta el punto de pensar en irse como voluntario a defender a los gazatíes y organizar un ejército, más poderoso que el de Estados Unidos —según dijo—, constituido por voluntarios, mercenarios y seguramente por fuerzas regulares de algunos países.
Es de esperarse que, si piensa irse, le exija antes a Maduro la liberación de los 21 colombianos y 13 colombovenezolanos, prisioneros políticos en Venezuela, de los cuales nada se sabe.
Buenas noticias…