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Chismografía científica en un artículo de Rodrigo Bernal

Particularmente creo que el exprofesor Rodrigo Bernal debió dedicarse al periodismo de farándula y ocupar su tiempo en averiguar sobre las infidelidades de las estrellas.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
1 de noviembre de 2013

En un país donde difícilmente se le reconoce méritos a alguien, y las únicas ciencias que se practican con eficacia son la envidia y la  lambonería, los logros alcanzados por Raúl Gonzalo Cuero Rengifo deberían servir de modelo a estas nuevas generaciones de colombianos que sólo les interesan los reinados de belleza, los culebrones de RCN y los realitys de Caracol. 

Creo, además, que a este científico que proyecta para el mundo la verdadera cara de la mayoría de los nacionales -pues no olvidemos que en el exterior nos miran como potenciales narcotraficantes-, el Gobierno Nacional debería bautizar, al menos, una cátedra universitaria con su nombre.

Pero como este es ‘el país de nunca jamás’, donde sólo se espera que alguien levante un poco la cabeza para aplastársela, lo que pasó la semana anterior con este hombre humilde que ha sido financiado por la NASA -aunque el exprofesor de la Universidad Nacional de Colombia minimice los logros y escriba para El Espectador un relato que suma un cúmulo de verdades a medias  y acomodadas-  no deja de producir escozor y ese sentimiento que los abuelos llaman pena ajena.

No me imagino, de verdad, a un Albert Einstein gastando largas horas de su tiempo pegado al teléfono con el propósito de saber si Ernst Rutherford (1871-1937) merecía el premio Nobel de Química o no. Si su colega Howard Aiken (1900-1973) fue el primero en patentar el ordenador o si Newton fue un mentiroso porque dijo haber estado debajo de un manzano cuando descubrió la ley gravitacional universal. Y no me lo imagino alimentando esas pequeñeces del espíritu porque él era un CIENTÍFICO con mayúsculas sostenidas, un hombre que pensaba mil veces antes de ir al baño porque consideraba que en ese preciso momento el mundo podía sufrir el acontecimiento más grande de su historia y lo iba a  sorprender en la posición más desventajoso desde que el hombre empezó a caminar. 

Creo, particularmente, que el señor Rodrigo Bernal se equivocó de profesión. Creo que debió dedicarse al periodismo de farándula y ocupar su tiempo en averiguar sobre las infidelidades de Madonna y los amoríos de Jennifer López, sobre las excentricidades de Lady Gaga y las empelotadas de Miley Cyrus, sobre el último disco de Juanes y las peleas de Piqué y  Shakira.

El jueves pasado, mientras leía su “brillante investigación” que tituló ‘Los dudosos honores del científico colombiano Raúl Cuero’, y que tenía como propósito dejar al científico de Buenaventura como un zapato, me preguntaba cuánto tiempo preciado debió emplear nuestro agrónomo Ph.D. buscando en la internet las entrevistas que había concedido el ilustre vallecaucano. Cuántas horas perdidas en Google bajando los videos que ‘Pirry’ le hizo en su programa y que, por cierto, fueron filmados en las instalaciones de la NASA. 

Cuántas horas perdidas intentando llamar a las universidades donde el científico Cuero dicta sus clases y dedica su tiempo a la ciencia. Cuántas horas metido en una biblioteca buscando los libros escritos por su compatriota para dedicarse luego a la tediosa tarea de descubrir si fueron 2, 3 ó 4 las patentes que su colega tenía registrada en los Estados Unidos. Si los noventa artículos que publicó fueron en realidad noventa o, simplemente, una hipérbole.

Creo que un hombre de ciencias que se precia verdaderamente de ser un científico, no pierde su tiempo en cursilerías ni en chismes baratos ni en ninguna de esas tonterías que lo distraigan de su trabajo. La ciencia, siempre he creído, es el motivo por el que vive todo científico. Es el caballito de batalla por el que se levanta de la cama y, sin importarle la lluvia, el sol o la falta de luz eléctrica, se dirige a su sitio de trabajo pensando que en sus manos está el poder de convertir el planeta en un lugar mejor para la convivencia de nuestros hijos.

No sé por qué cuando pienso en un científico la imagen que me llega de repente es la de Albert Einstein con su melena blanca y desordena frente a un tablero lleno de ecuaciones, o aquella otra donde aparece en un laboratorio explicándole a un grupo de estudiantes su famosa teoría de la relatividad y la manera cómo el tiempo y el espacio pueden torcerse para crear distancias más cortas.

Quienes hayan leído el texto de marras han podido ver cómo nuestro agrónomo Ph.D. se regodea en detalles innecesarios intentando explicar “las mentiras” expresadas por Cuero Rengifo en su sitio web, cómo arremete con furia contra la universidad donde presta servicios su colega, dejando entrever  que la Prairie View A&M University es una institución de garaje,  “una universidad […] que ocupa el puesto 1.211 en la calificación de las universidades de los Estados Unidos y el puesto 41 entre las universidades de Texas”.

Luego agrega: “La hoja de vida de Cuero está desfigurada, incluso, en los reconocimientos y honores recibidos, a los que él les da tanta importancia”. Y se vuelve obsesivo en demostrar que los méritos del vallecaucano son ningunos: ni las patentes, ni los inventos patentados, ni los artículos publicados porque la indexación no está en la misma categoría de las revistas Nature o Science.

No se necesita ser semiólogo, ni especialista en el análisis del discurso para llegar a la conclusión de que cada palabra que compone el artículo de nuestro Ph.D. destila veneno. Cada palabra pareciera haber sido escogida con la intención de producir el mayor daño posible a la imagen de Cuero. Asimismo, sin miramiento alguno, arremete contra el diario El Tiempo porque un periodista de esta casa editorial calificó en el 2012 de  “genio” al vallecaucano. Y se lamenta diciendo: “La glorificación ha sido tal, que incluso la Universidad de Caldas y la Universidad de Antioquia le han conferido sendos títulos de Doctor Honoris Causa. ¿Acaso esas instituciones no revisaron en detalle su hoja de vida antes de tomar tal decisión?”

No conforme con la anterior, en un perfil suyo publicado por El Espectador pocos días después del río de comentario que suscitó su artículo, asegura que “en su búsqueda [de información sobre su colega] encontró a un hombre cuyo perfil no encajaba con la figura estándar de científico: pocos artículos [publicados] en revistas especializadas, un discurso débil en su área de conocimiento e inconsistencias en su lista de galardones”. 

En otras palabras, para exprofesor Bernal, el doctor Cuero tiene de científico lo que una gallina de pavo real. Me gustaría, de verdad, que este agrónomo Ph.D., especialista en realizar sesudas investigaciones sobre chismografía científica, le explicara al país y al mundo cómo hizo este negrito pobre hasta los huesos, de padres analfabetos, que aprendió a leer y escribir bajo las luces de las bombillas del alumbrado público de un pueblo abandonado por la mano de Dios y la del Estado, logró engañar a la comunidad científica internacional, patentar tres inventos, haber sido financiado por la NASA y ser profesor invitado de varias universidades de Europa y los Estados Unidos. Le dejo pues, señor agrónomo, el nuevo tema para su próxima telenovela.

*Docente universitario.

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