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La reinvención de Duque

En la administración de Duque los nombramientos en las embajadas parecen impuestos por el Centro Democrático o el pastranismo.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
20 de junio de 2020

Hace unos 25 años, al expresidente César Gaviria se le escuchó decir que la carrera diplomática era la solución. Era una opción que pasaría callada, sin prensa. Fue también la manera de acabar con el clientelismo, ya que otros nombramientos como las alcaldías y gobernaciones dejaron de existir. Ese fue el precio de la Constitución de 1991 que buscaba reducir la práctica de puestos por votos. Un cargo en el exterior servía para el pago. 

El problema, sin embargo, era que de labios para afuera había que defender la importancia de un servicio profesional. No podía verse como un regalo. Más aún en momentos en que Colombia andaba en la onda de la globalización. Por eso, se estableció una carrera con ese fin. Pero se incluyó también una norma fundamental para cualquier servicio exterior: se podría nombrar a personas expertas fuera del servicio, provisionalmente hasta por cuatro años.

Desde Gaviria, cada jefe del Estado –Ernesto Samper, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos e Iván Duque– ha llenado la diplomacia con expertos y también con amigos, mientras defienden el profesionalismo del servicio. Todos lo han hecho.

En la administración de Duque los nombramientos en las embajadas parecen impuestos por el Centro Democrático o el pastranismo.

Es un costo necesario para el rol: enviar aliados al exterior. Y es importante. Por eso, no comparto la idea de algunos de prohibir estos nombramientos provisionales. Pues es una facultad necesaria para un presidente que debe tener una nómina adecuada y de su entera confianza. La acertada combinación de carrera diplomática y nombramientos temporales es el camino a seguir. Donde funciona, las embajadas son un cohete, que combina la experiencia diplomática con el conocimiento especializado. Pero no todos los nombrados provisionalmente son aptos para prestar el servicio diplomático. Hay que hacer unas pruebas mínimas. Por ejemplo, enviar a la embajada en Washington profesionales que hablen inglés. O a las islas caribeñas ex colonias británicas. Cuando no se hacen las pruebas mínimas, el mensaje es un golpe bajo para los funcionarios de carrera. 

Hace 30 años, no importaban las embajadas. Hoy, no pasa lo mismo. Hay demasiada interacción entre los países para permitir que una sede pase desapercibida. Más aún, cuando las delegaciones son pequeñas como ocurre con Colombia. Cada cargo vale oro.

En una embajada se necesita un equipo dinámico, con una cabeza relevante. Y eso comienza en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Hoy, tristemente, tenemos una canciller invisible. Ya lleva más de siete meses en el poder. Y no existe. Como si su ministerio se hubiese detenido. Muy extraño. 

En previas administraciones, había algunas embajadas clave que recibían atención. Con Uribe, Luis Alberto Moreno en Washington, María Ángela Holguín en Caracas y Noemí Sanín en Madrid. Con Santos, Gabriel Silva en Washington y Néstor Osorio en Naciones Unidas. Todos esos embajadores eran de confianza del presidente de turno y expertos en el país al que eran asignados. No eran nombramientos a la ligera. 

No ocurre lo mismo en la administración de Duque. Los nombramientos parecen impuestos por el Centro Democrático o el pastranismo. Nadie considera duquista a Francisco Santos en la embajada en Washington. Ni a Guillermo Fernández de Soto en Nueva York, un pastranista al ciento por ciento. Menos en Madrid donde tuvo que designar a Carolina Barco, una uribista. 

No hay personas de confianza del presidente en el servicio exterior. María Elvira Pombo lleva diez años como embajadora (Brasil, Perú, Alemania y Portugal). O la embajadora de México, Patricia Cárdenas, que ya lleva 14 años por el mundo. Ha representado a Colombia en Japón, Brasil y México. Cárdenas es hermana del exministro de Hacienda y Minas Mauricio Cárdenas, santista. En París, está la ex fiscal general Viviane Morales, nuevamente un nombramiento no duquista. Fue un pago de elecciones. Lo mismo ocurre con Jaime Castro, nuestro octogenario representante ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde). Una organización de la cual Duque no era muy partidario. 

Italia es de los pocos sitios con duquistas. Glorisa Ramírez fue la consejera de comunicaciones en la campaña de Duque, una labor muy exitosa. La pregunta es por qué la cambiaron y no se quedó con Duque asesorándolo en un tema tan crítico. 

El otro duquista, Jorge Mario Eastman, es el embajador de Colombia en el Vaticano. Al parecer, presiones locales lo llevaron a prestar servicios en el exterior, tras solo ocho meses como secretario general del presidente.

Es evidente que a Iván Duque no lo acompañan sus personas de confianza ni aquí ni allá. El primer paso para retomar su camino es rodearse de amigos expertos. En Colombia y afuera.