JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

Con la fe del carbonero

Así marchó una multitud de ciudadanos en defensa de Álvaro Uribe.

Jorge Humberto Botero
12 de agosto de 2025

Palomar es el título de la última obra publicada por Ítalo Calvino antes de su muerte, ocurrida en 1985. Se trata de una compilación de breves ensayos y fábulas que acompañan al señor Palomar, un vejete culto y reflexivo, en sus recorridos por el mundo circundante. En sus vacaciones va a la playa a observar el crepúsculo, la plástica belleza de las olas, y a caminar, que —a su edad— harta falta le hace. Distraído como es, ingresa en un área solitaria donde una joven señora procura que no haya nada que se interponga entre su piel, que se vislumbra de caoba y oro, y el sol radiante. Palomar, perplejo, medita sobre cuál debe ser la actitud correcta mientras recorre la playa varias veces de un extremo al otro. ¿Debe hacerse el desentendido o, por el contrario, mirar con disimulo; o, más bien, hacerlo con franqueza para demostrar su gratitud por ese inesperado don del azar?

Asistí, con ese mismo espíritu analítico, a la marcha realizada en Bogotá para respaldar la inocencia de Álvaro Uribe Vélez. Esta actitud me convirtió en un bicho raro que no replicaba las arengas, no portaba la camiseta alusiva al evento y no se sumaba, a pesar de su íntima inclinación, al coro “fuera Petro”. (Si aparecen fotos mías cargando una pancarta, sepan que es un montaje).

Es ya un patrón establecido, en estas movilizaciones de la sociedad civil, su carácter espontáneo. Alguien, que no es visible para el común de la gente, lanza la convocatoria y esta se difunde por redes sociales. No se requiere nada más para que la gente acuda el día y hora señalados. Lo sucedido en la capital se reprodujo en muchas otras ciudades. No hubo transporte gratuito, “refrigerios” o el anuncio de días libres a los funcionarios del Estado. Todo lo cual, es bueno recordarlo, es ilegal y ha sido tolerado por las autoridades.

No se vieron de algún sindicalista del magisterio, ni de aprendices del Sena; tampoco de las delegaciones étnicas venidas del Cauca, que suelen estar acompañadas por sus intimidantes guardias indígenas, tan fáciles de convertir, piensa el señor Palomar (tanto como su alter ego), en milicias revolucionarias. Cada quien acudió porque se le dio la real gana, en el espíritu maravilloso de Antanas Mockus: “Yo vine porque quise, a mí no me pagaron”, un mensaje que conserva plena vigencia. A juzgar por su apariencia y lenguaje, los marchantes eran gente de todos los estratos, lo cual contrasta con el mito de que los seguidores de Uribe solo se encuentran entre las clases altas de El Poblado o El Chicó. (Sí, presidente: cómo le parece que un negro puede ser presidente de la Corte Suprema y, ¡qué horror!, militar en el Partido Conservador).

La indignación popular que ha surgido con motivo de la condena a Uribe Vélez, tanto como la deplorable puesta en escena que tuvo lugar en la audiencia de lectura de la sentencia, permiten vaticinar que habrá nuevas movilizaciones hasta que el Tribunal de Bogotá decida en segunda instancia. No me atrevo a vaticinar el sentido de ese nuevo fallo, pero es claro que cualquiera de las dos opciones posibles tendrá una marcada influencia en la contienda electoral.

Hago notar esta paradoja que viene desde años atrás. Las marchas realizadas desde la sociedad civil son, por su contenido e intención, eventos políticos; sin embargo, en ellas no intervienen dirigentes políticos de ninguna clase, ni siquiera aquellos que comparten las causas de la movilización. Y lo que es todavía más notable: el evento no culmina con discursos, como sucedía hasta hace pocos años. Los dirigentes de todas las tendencias se acomodan a esta dinámica; aparecen, una vez finalizadas las marchas, en los medios de comunicación para pasar sus mensajes. El fenómeno resultante es la escisión de la plaza pública —el ágora de la democracia ateniense— en dos: la plaza física, en donde los ciudadanos se congregan, y la plaza virtual, que es el ámbito del debate político.

Fue evidente la civilidad de los marchantes uribistas, la misma que se ha observado en las movilizaciones a favor del gobierno, inducidas, en general, por él mismo. Los alcaldes y la policía han venido actuando de manera coordinada para evitar desmanes. Bien por ellos. Sin duda, recuerdan los desmanes que padecimos hace pocos años.

Cabe aquí una pregunta: ¿será Petro capaz de emular estas marchas de la semana pasada? Es difícil que lo logre si el móvil fuere su reverso: golpear y deslegitimar a Álvaro Uribe Vélez. Se tiene que inventar otra causa para arroparse en el tricolor nacional. Tiene dos a mano.

La primera es que el Perú, como consecuencia de la negligencia de las oligarquías que han gobernado este país (es el discurso oficial) nos ha robado parte del territorio nacional. Si no actuamos con firmeza, en cuestión de pocos años, el río Amazonas dejará de pasar por Leticia, nuestro único puerto amazónico. Petro recordará el pasaje de El otoño del patriarca, en el que se narra que los gringos se llevaron el mar. Podría mencionarlo en su próxima “alocución”.

La segunda, lograr que Estados Unidos le imponga sanciones a nuestro país por los malos resultados en materia de erradicación de cultivos ilegales. Ambas estrategias ya están en marcha. Viene el ciclo del nacionalismo hirsuto, caro a los extremos políticos.

Quienes marcharon el 7 de agosto, lo hicieron “con la fe del carbonero”, persuadidos, desde lo más hondo de su corazón, de la inocencia de su líder. No han leído —es imposible que lean— la sentencia inicial. Solo unos pocos siguen los análisis jurídicos, siempre que en ellos se confirme su profundo anhelo de justicia, tal como ellos la sienten. No hay de que extrañarse. La militancia política está anclada en la dimensión emocional de nuestra condición humana. No hay razones que la justifiquen, como tampoco el fervor por ciertas expresiones culturales, equipos deportivos y territorios. ¿Por qué amamos a alguien o algo? La respuesta verdadera y única es porque sí. La razón viene después para justificar y defender lo que ya decidimos.

Briznas poéticas. Escribe Ítalo Calvino: “La luna de la tarde nadie la mira, y este es el momento en que más necesitaría de nuestro interés, puesto que su existencia está todavía en veremos… ¿Quién nos asegura que se las ingeniará también esta vez para cobrar forma y esplendor?”.

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