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Revoquemos a Peñalosa por Whatsapp

Dentro de esos grupos de chats el que más echaba de menos era el de Revoquemos a Peñalosa, en el cual se discutían pormenores de lo que sucede con el alcalde de Bogotá.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
6 de mayo de 2017

Supe que en el mundo entero se había caído la aplicación de WhatsApp en el justo momento en que me encontraba escribiendo en el grupo de chat Revoquemos a Peñalosa, y quise ofrecer la noticia a mis allegados a través de un WhatsApp, precisamente: qué paradoja.

–Estaba chateando sobre Peñalosa, pero no se va el chulo –me quejé ante mi esposa.

–No le digas así al alcalde –me reconvino.

–Me refiero al chulo del WhatsApp.

–Es que en las noticias estaban diciendo que se cayó.

–¿Peñalosa?

–No, hombre: WhatsApp

– ¿Y ahora cómo les aviso a mis contactos de WhatsApp que se cayó el WhatsApp?

–Pues llámalos –me dijo, mientras ponía en blanco los ojos, ya sin paciencia-: llámalos, o colorea, o dibuja algo: entretente de otra manera, deja de estar pendiente de tu celular.

Tenía razón. La verdad es que me encuentro absorbido por la tecnología, como bien se lo comenté el otro día a mi mamá. Vía e-mail. Por caminar con la vista clavada en la pantalla, como un zombi, ya no observo las maravillas de mi alrededor: los trancones de la ciudad, los baldosines despegados del andén. Los cacos.

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Y a veces creo que dependo del celular como Uribe de las Farc, porque lo utilizo para todo: para enviar chats, para oír radio. Para grabar. En eso me parezco a Sabas Pretelt, que llamó a Yidis Medina para que grabaran juntos un video. Es lo que los

youtubers llamamos colaboraciones. Aunque las colaboraciones de Sabas deberían ser con la justicia. En fin.

Pero de ninguna aplicación he dependido tanto como de WhatsApp. Por eso, durante las dos horas eternas en que falló el servicio, sentí que, a diferencia de los de Néstor Humberto Martínez, mis contactos no servían para nada.

Al contrario de Marta Lucía Ramírez, no me gusta hablar. Prefiero escribir. Y me produce una ansiedad feliz esperar respuestas cuando el chulo se vuelve como Santos, es decir, doble; cuando se viste de azul, ya no como un chulo, sino como un chulavita. Y soy de aquellos que exageran sus participaciones en chats grupales enviando comentarios, memes y aportes varios (como oraciones para comenzar el día o retratos de gatos recién nacidos) con un entusiasmo que desespera a los demás.

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Dentro de esos grupos de chats (algunos tan dispares como Fútbol de los Sábados, Vecinos, Club de Orquídeas o Paseo a Finca: tengo varios que se llaman así, Paseo a Finca, algunos abiertos hace dos años, de los que no soy capaz de darme de baja, en parte por nostalgia, en parte porque temo parecer maleducado), el que más echaba de menos era el de Revoquemos a Peñalosa, en el cual se discutían pormenores de lo que sucede con el alcalde de Bogotá.

Con la mirada fija en la pantalla, seguí ventilando la ansiedad de la falla tecnológica ante mi mujer.

–No puedo pensar sin WhatsApp –le dije-: ¿dónde hay un emoticón que simbolice que estoy desesperado? ¿Cómo lo dibujo?

–¿Cuál es el afán? –me respondió, ya medio impaciente.

–Pues que quiero seguir discutiendo si es buena idea revocar a Peñalosa

–Aguántate –zanjó, distante-: ¿o qué podemos hacer con estos problemas de comunicación?

–¿Los de Peñalosa?

–Los de WhatsApp: ¿no ves que no da señales de nada?

–¿Peñalosa?

–¡El chat!

–Sí: está como paralizado…

–¿El chat?

–¡No, Peñalosa!

Antes de que se cayera el sistema, me habían logrado convencer de apoyar la revocatoria: mal que bien, en el grupo participamos 100 contactos, 77 de los cuales me hicieron comprender que Bogotá está acabada por el año que lleva Peñalosa en el poder, y no por los 12 en que estuvo lo peor de la izquierda; y que el alcalde era ese cobarde que procura ahora interpelar su caída, en lugar de enfrentarla con honor, como lo hiciera Petro, quien denunció que era víctima de lo que llamó, con grandilocuencia de prócer, “un pecueco cálculo político”. Hombre, sí: puso una que otra tutelatón, organizó uno que otro plantón apoyado en los recursos del Distrito; volcó Canal Capital para su causa. Pero permitió que su megáfono vibrara como no sucedía desde Gaitán.

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Voté por Peñalosa y a estas alturas de la vida no me siento con fuerzas para responder por él. No le perdono que haya hecho con Bogotá lo mismo que el DT de Millos: dejarla sin reservas, acabar con todos sus troncos. Tampoco comprendo sus ansias por talar árboles para construir ciclorrutas ecológicas.

Pero debo decir que en la medida en que la inactividad del chat me dejaba respirar, tuve la calma suficiente para imaginar que revocar al alcalde resultará peor. Y que, si lo tumban, la responsabilidad será de su arrogancia, desde luego, pero también de un “pecueco cálculo político” orquestado por Petro: esa es la historia de Colombia, emboscarse los unos a los otros, por siempre y para siempre, y sin pensar en nada más.

Pero justo cuando ya me sentía claro en mis apreciaciones, WhatsApp recuperó la señal y me cayó un aguacero de mensajes contra el alcalde que me atribularon.

Por eso, esa misma noche decidí crear un nuevo grupo: Revoquemos a Peñalosa y de Paso a Petro. Y ahora participo activamente en ambos, mientras mi mujer me regaña. Vía e-mail. 

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