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ALFONSO CUELLAR

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Duque en su laberinto

A Duque le molesta que no le reconozcan que él identificó lo que salió mal. Que el narcotráfico es el causante de nuestra pesadilla y no enfrentarlo es un error catastrófico.

Alfonso Cuéllar
12 de septiembre de 2020

Se llama Iván Duque: de frente y a fondo, el libro de la periodista Diana Calderón, directora de Hora 20. Es una larga entrevista al presidente de los colombianos. El mandatario habla de sus comienzos en la política, su legado como senador, su campaña presidencial y de su programa de gobierno actual. Fue realizada a lo largo de un año (2019-2020) y fue un intento de descubrir al joven que contra todos los pronósticos derrotó al Centro Democrático y se convirtió en presidente.

El mandatario no ataca a nadie. Ni a Juan Manuel Santos, al que despacha en una sola pregunta. “Tengo con él discrepancias que son notorias, que fueron notorias durante mi época como senador”, dice Duque. Incluso, en 1995, cuando lo conoció en un viaje a Valledupar, se refiere a él como el director de la Fundación Buen Gobierno, sin nombrarlo. Es el gran ausente del libro. Duque presenta su visión de la política exterior, que, ilusa, choca con la realidad. “En estos dos de años de gobierno –dice en el libro–, Colombia pasó de ser un espectador del teatro global a ser un protagonista del multilateralismo”.

Nadie le compra ese discurso. La realidad es que Colombia ha perdido espacio y cedido influencia. Es el error de haber puesto al uribismo en el manejo de la diplomacia. En cambio, en el campo de la paz hay claridad del presidente. Está escrito en papel –Paz con Legalidad– y que él revisó letra por letra. Es un documento que le importa mucho a Duque. Lo menciona muchas veces en el libro. “Hace un año nos atacaban diciendo que haríamos pedazos los acuerdos. No lo hicimos y fue evidente”, afirma.

Uno de los éxitos es que el acuerdo siga en pie. Hasta se lamenta de la oposición: “Hay algunos a los que les conviene seguir manteniendo la división de amigos y enemigos de la paz porque es su única manera de hacer política, pero cada día se les agota más el discurso”. Repite su frase, que lo separa de su antecesor: “Todos los frentes hacemos una verdadera política de paz en lugar de hacer política con la paz”. Es evidente el malestar que le producen las críticas. Siente que nunca será suficiente lo que haga, siempre quedará debiendo. “Ahora que hemos dado a conocer los resultados de un año de trabajo –dice en otro aparte del libro–, están usando la idea de que las cifras no son cumplimiento sino una simulación de cumplimiento pues no van al ‘espíritu’ del Acuerdo, cualquier cosa que eso pueda ser”. Es notoria su frustración. Dice: “Es que algunos en Colombia tienen una percepción diferente, quizás sea por razones políticas”.

A Duque le molesta que no le reconozcan que él identificó lo que salió mal. Que el narcotráfico es el causante de nuestra pesadilla y no enfrentarlo es un error catastrófico. “Por eso me llama la atención que quienes los invitaron a intervenir se rasguen las vestiduras, cuando Washington ha señalado las cosas que salieron mal –narra en el libro–, como haber permitido el mayor auge del narcotráfico en Colombia y que nosotros hemos enfrentado con determinación”. Para Duque, el narcotráfico nutre el conflicto. Dejarlo crecer, como la administración de Santos hizo desde 2015, es imperdonable. Es una cuestión de principios que no va a ceder.

Duque no es amigo del acuerdo; su vocero oficial es un consejero. Pero sí considera importante cumplir con la reinserción de los miles de guerrilleros. Sobre los comandantes, sin embargo, no piensa lo mismo. “Sigo creyendo que a todos nos haría bien que los excombatientes condenados por crímenes de lesa humanidad abandonen sus curules en el Congreso mientras cumplen sus condenas –arguye en el libro–, haciendo claridad de que su partido puede reemplazarlos para que no pierdan las curules que hoy ocupan”. Además, si no cumplen con la verdad y la reparación, pierden los beneficios. Una posición difícil de hacer realidad.

Es su estrella negra en materia de paz. Sobre Álvaro Uribe Vélez, no se ahorra elogios. “Es un verdadero patriota y una persona que ha dado su vida por Colombia. Para mí la definición de Álvaro Uribe es honorabilidad”, dice en el libro. “Siendo él una persona tan perceptiva y tan profunda en sus análisis”, cuando habla de su trabajo como asesor de las Naciones Unidas. “Me descrestaba que estudiaba más que cualquiera, era impresionante. No creo que haya un senador que sea más pilo que él, se lee todo, llega con propuestas”, durante el tiempo en el Senado.

“Es el político más escrutado, más esculcado y más atacado en la historia reciente de Colombia –dijo al preguntarle por la medida de aseguramiento al expresidente–. Ha tenido una hoja de vida de casi cincuenta años al servicio del país y siempre se ha entregado con patriotismo. Enfrentó al narcotráfico, al terrorismo y a los regímenes totalitarios”. En otro aparte, Duque dice que “Álvaro Uribe le ha servido con entereza y amor a nuestro país. Él regresó al Congreso para servirle a Colombia nuevamente y no disfrutar de muchos honores que trae la expresidencia”.

Y deja claro que durante los dos años de su presidencia no ha sido el único consejero. Es uno de los muchos de los que se nutre el mandatario. En el tema difícil de Jesús Santrich en abril de 2019, el presidente no compartió la tesis de citar el estado de conmoción interior que le propuso el expresidente. Dijo que era inconstitucional. Fue un momento crítico y optó por lo institucional. Una decisión que habla mucho de su estirpe presidencial. Tal vez, de lo único que se arrepiente Duque fue de no haber marcado el 7 de agosto de 2018 como el punto de inicio y haber informado a los colombianos lo que recibió de la anterior administración. Un lamento entendible pero viejo. Es hora de pasar la página.

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