Santiago Ronderos

Opinión

Ecopetrol y el costo estratégico de retroceder

Una empresa del tamaño e importancia de Ecopetrol requiere estabilidad, visión a largo plazo y autonomía técnica.

Santiago Ronderos
25 de noviembre de 2025

La política energética de un país revela, quizá como ningún otro indicador, su claridad estratégica. De ella dependen la estabilidad macroeconómica, la confianza inversionista, las finanzas públicas y, en buena medida, la competitividad futura. En Colombia, sin embargo, el manejo del sector petrolero bajo el Gobierno de Gustavo Petro se ha convertido en un vaivén de decisiones improvisadas, tensiones internas y señales contradictorias hacia el mercado. El episodio más reciente y preocupante es la anunciada salida de Ecopetrol de la cuenca del Permian, el yacimiento de petróleo no convencional más relevante del planeta, su producción de petróleo es de 6.3 millones de barriles /día y 25.39 millones de metros cúbicos de gas natural, con un crecimiento constante desde hace cinco años.

El Permian, ubicado entre Texas y Nuevo México, es considerado la cuenca petrolera más prolífica, innovadora y estratégica del mundo. Allí, las principales compañías de energía experimentan, producen y desarrollan tecnologías de punta en exploración y explotación. La presencia de Ecopetrol en este ecosistema no solo genera ingresos directos, sino transferencia de conocimiento, diversificación del portafolio y un aumento sustancial en la valoración internacional de la compañía.

Retirarse del Permian es, en términos energéticos, equivalente a abandonar un laboratorio global de innovación para volver a un escenario doméstico limitado, con reservas decrecientes y sin un plan alternativo claro para reemplazar esos ingresos.

Ecopetrol había logrado mostrar, incluso en un contexto internacional volátil, que Colombia podía ser un actor competitivo en mercados sofisticados; esa narrativa hoy se diluye.

En 2019, Ecopetrol y Occidental Petroleum (OXY) crearon una alianza estratégica para la explotación en la cuenca del Permian, en la cual la empresa Colombiana tiene una participación del 49 % lo cual representa un 15 % de la producción (115.000 barriles diarios). En términos financieros, algunos expresidentes de Ecopetrol y exfuncionarios han informado que actualmente es el mejor negocio de Ecopetrol con un margen de EBITDA alrededor del 70 % en comparación con los promedios de 35 % o 40 % en los proyectos nacionales.

La decisión de una posible salida del Permian de manera inmediata genera incertidumbre, desequilibrio económico en el sector, negocios afectados, inversión extranjera que se sigue alejando e, indiscutiblemente, en los ingresos de la empresa y del país. También habría lugar a pérdidas en las reservas de Ecopetrol, estimando que perdería cerca de 189 millones de barriles, adicional a los perjuicios económicos derivados de las cláusulas de incumplimientos de los contratos que giran entorno a los acuerdos con Occidental Petroleum (OXY).

Analistas del sector han indicado que la venta del negocio de Ecopetrol en el Permian, valorado en $ 5.500 millones de dólares, podría representar una disminución del 30 % del precio de la acción.

El discurso del Gobierno Petro ha insistido en una ‘transición energética justa’, pero en la práctica las decisiones tomadas han sido más ideológicas que técnicas. La salida del Permian no parece obedecer a análisis financiero profundo, proyecciones de reservas o cálculos de riesgo-beneficio, sino a una postura doctrinaria que rechaza, por principio, la actividad petrolera en cualquiera de sus formas. Pero una transición energética no puede basarse en dogmas, requiere planeación, gradualidad y realismo económico.

En contraste con países como Noruega, que sí avanzan seriamente en la transición, es evidente que mientras ellos aumentan inversión en energías limpias al tiempo que protegen sus activos petroleros estratégicos, en Colombia se plantea desmontar la industria sin tener un sustituto rentable, escalable y sostenible.

Se debe tener en cuenta que Ecopetrol aporta cerca del 14 % de los ingresos corrientes de la Nación. En un país con déficit estructural, con demandas sociales crecientes y con un sistema estatal sobrecargado, renunciar a ingresos futuros sin una fuente alternativa es sencillamente irresponsable y absurdo.

Ya se mencionaba previamente la afectación directa en la inversión extranjera e igualmente en sectores complementarios como infraestructura, energías renovables y logística.

Una empresa del tamaño e importancia de Ecopetrol requiere estabilidad, visión a largo plazo y autonomía técnica; es la empresa más importante del país y no puede verse afectada por disputas ideológicas. La interferencia política constante, las pugnas internas entre juntas directivas y ministros, y la imposición de decisiones que priorizan intereses del Gobierno sobre los de la compañía no solo vulneran su independencia, sino que también comprometen la seguridad energética del país. Colombia necesita un debate serio sobre la transición, pero no uno guiado por impulsos y simbolismos de los que viven alucinando.

La salida del Permian puede terminar siendo recordada como uno de los errores estratégicos más graves de la política energética colombiana en años recientes. No porque la transición no sea necesaria, sino porque se está intentando construir sin cimientos económicos, sin evaluación técnica y sin un plan realista de sustitución. El país merece una transición energética que mire hacia el futuro, no que destruya sus capacidades presentes.

Ecopetrol merece ser gestionada con criterios técnicos, de sostenibilidad financiera y de competitividad global, no como un laboratorio de experimentación política.

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