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La tiranía de la felicidad

La auténtica felicidad tiene que ver más con las virtudes que con las cosas, y aunque algunas cosas no sobran. Parte de la fórmula está en soñar.

Efrén Martínez, Efrén Martínez
15 de septiembre de 2016

La felicidad se ha convertido en uno de los mejores discursos de la actualidad; se tienen argumentos sólidos, investigaciones robustas y un anhelo poderoso que la hacen prácticamente irresistible. La felicidad está relacionada con menor presencia de problemas mentales, menor consumo de drogas, alcohol y cigarrillo, así como menos eventos asociados al bullying. Los jóvenes más felices suelen llevar una alimentación sana y balanceada, practicar mayor actividad física, mostrar mayor compromiso escolar y mejores resultados académicos. Al parecer, los adolescentes felices reportan mejores relaciones interpersonales y niveles de amistad más altos.

Hasta donde la investigación nos dice, un buen ambiente familiar y el compartir tiempo con los miembros del núcleo, genera mayores niveles de felicidad. Existe una correlación significativa entre la felicidad y el tener metas, buenas relaciones interpersonales, el pertenecer a grupos, el buen uso del tiempo libre, el tener una vida familiar, la religión, la realización de actividades deportivas y un buen lugar de residencia. Incluso sabemos que los jóvenes que viven más la gratitud, el perdón y el sentimiento que generan estos, son más felices. Hoy sabemos que la felicidad durante la infancia y la adolescencia repercutirá en la felicidad, optimismo y percepción de bienestar del adulto futuro. Sin embargo, pareciera que a veces se abusa del concepto y se llega incluso a la tiranía y la prostitución de la felicidad, en donde queda prohibido no ser feliz y el objetivo de la vida es asociado por el mercado a este tema, vendiéndonos productos y acciones como la solución para serlo.

La felicidad es el efecto de alcanzar un fin y no el fin en si mismo; cuando la felicidad se convierte en el único objetivo de la existencia humana, corremos el riesgo de vivir frustrados en una lucha frenética por alcanzar el tan anhelado tesoro. Si tienes algo que le de sentido a tu vida, si tienes muchas razones para vivir, si estás lleno de motivos, el efecto natural es que surja de manera espontánea la felicidad, pero si quieres ser feliz a toda costa, sin tener ningún motivo para serlo, puedes caer en la trampa de creer que se puede comprar la felicidad, causarla y producirla, generando mayores estados de frustración. Es decir, sería muy triste que para poder llorar hubiese que picar cebollas o para poder reír tuvieses que golpearte el huesito del coxis, la felicidad no se puede causar ni fabricar, pues es el efecto natural, espontáneo y secundario de tener una vida que se experimenta como valiosa; lo demás son simples sensaciones.

Cuando creemos que la felicidad se puede causar o comprar, terminamos probando de todo a ver si encontramos algo que nos haga felices, comprando de todo, haciendo de todo o experimentando cualquier cosa que nos cause una sensación de felicidad, pues si estamos obligados a ser felices, no queda otra opción que hacer lo que sea para lograrlo.

No se nos puede olvidar que también se vale estar triste a veces, especialmente cuando algo valioso esta dejando de ser, pues no puedo obligarme a ser feliz todo el tiempo, ya que lo natural es sentir tristeza cuando algo valioso está dejando de ser de forma natural. No se nos puede olvidar que es digno sentir rabia cuando algo valioso nos está siendo pisoteado, sería un poco loco tratar de sentirnos felices cuando presenciamos la destrucción de algo signiticativo. Bajo el mandato de la felicidad no todo se vale. Se puede ser feliz incluso en medio de la incomodidad. Feliz aunque a veces triste. Feliz aunque sin tener todo lo que se quiere.

No obliguemos más a los niños a ser felices, trabajemos con ellos para que se llenen de motivos y que la felicidad surja de manera espontánea, no los presionemos más para que sean felices, también se vale tener momentos en donde no lo sean e incluso a veces hay que hacer cosas que no nos hacen felices, pero que son importantes.

Si no soy feliz no quiere decir que tenga que matarme, si no soy feliz no quiere decir que tenga que drogarme, si no soy feliz no quiere decir que debo irme de compras. Si mi vecino compra más felicidad no quiere decir que yo sea infeliz. También se vale a veces no ser feliz. También se vale ser feliz con lo que se tiene y no infeliz por lo que no se tiene. También se vale ser feliz, pero no siempre a cualquier precio, ni confundiendo sensaciones de placer con felicidad, pues hay cosas que dan placer y no dan felicidad, y hay cosas que dan felicidad pero no siempre dan placer.

La auténtica felicidad tiene que ver más con las virtudes que con las cosas, y aunque algunas cosas no sobran, como diría mi amigo Andrés, parte de la fórmula está en soñar.