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Por Daniel Niño Tarazona
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Transmitiendo hoy desde la Desorganización Mundial del Comercio y mañana desde cualquier otro nuevo caos mundial. En la década de los años ochenta, Donald Trump decía que sus críticas a la política exterior de Estados Unidos se basaban en que él se centraría en hacer pagar más a los aliados de Estados Unidos y para ello usaba como ejemplo a Japón, que usaba prácticas de discriminación del comercio internacional para acceder a los mercados americanos sin permitir el acceso de Estados Unidos al mercado japonés, erosionando así la posición de las empresas americanas, generando grandes pérdidas de comercio y un creciente endeudamiento al país.
Pocos años antes se había firmado el Acuerdo del Plaza, que pactaba llevar a una fuerte apreciación al yen japonés. Sus efectos se verían luego, comenzando los años noventa, cuando se desató el estancamiento económico japonés, más semejado a una depresión. La moneda extremadamente fuerte habría aportado o incidido en una fuerte expansión de crédito interno, una burbuja en los precios de la finca raíz y de los mercados de valores japoneses, que volarían por los aires al estallar, desatando una insistente deflación generada por la caída del consumo interno y una altísima inclinación a ahorrar tras las grandes pérdidas acumuladas del estallido. La bolsa japonesa tuvo que esperar hasta 2024, o 34 años, para superar el nivel que tenía terminando la década de los años ochenta del siglo pasado.
El antecedente es realmente un hilo a este siglo XXI, el auge mundial de China y la creciente confrontación con Estados Unidos; el trasfondo es el modelo de desarrollo asiático, basado en exportaciones, manipulación cambiaria y protección o gestión planificada del mercado interno.
Explica la severidad de los aranceles con Asia, las inmediatas medidas de escalamiento con que ha respondido China y la posibilidad de que ello incremente la zona de influencia de China en Asia y en el mundo.
En el albur de la crisis financiera mundial de 2008, desatada con la burbuja inmobiliaria y de crédito en Estados Unidos, así como en la cresta de la crisis de deuda de 2011 desatada en Europa, la discusión profunda e inconclusa fue alrededor de los efectos económicos y financieros de persistentes, acumulados y crecientes déficits comerciales entre países. En ese entonces se describía la quiebra del consumidor americano y del consumidor griego generada por China, para el primero, y por los alemanes, para el segundo. Más que dejar de hablar de libre comercio, se cambió la retórica del gana-gana por un gana-pierde.
La parte central y crítica eran las tasas de cambio. En el caso de China, porque la fuerte balanza comercial a su favor no se reflejaba en una moneda más fuerte que recogiera en su precio sus ventajas comparativas y las diferencias favorables de productividad, y que permitiera un equilibrio autorregulado para el intercambio de mercancías. En el caso de Europa era peor, del todo imposible, dado que Alemania y Grecia tenían, y tienen, la misma moneda.
¿Cómo podían continuar comprando tanto americanos como griegos a chinos y alemanes si en las relaciones comerciales perdían de manera creciente, acumulada y persistente parte de su ingreso? Pues a través de endeudamiento. ¿Quién les prestaba el dinero? Los chinos y los alemanes.
Los mayores ingresos, convertidos en ahorro, del intercambio comercial de China con el mundo y con Estados Unidos no están en China, están en Estados Unidos invertidos en bonos que emite el Tesoro del Gobierno americano, en deuda emitida por las empresas y en hipotecas de empresas y familias americanas empaquetadas en títulos valores. El ahorro chino financia a los americanos para poder continuar comprando a China, al tiempo que permite que la tasa de cambio de China, el yuan, no se esté apreciado o revaluado sostenidamente, ayudando así a mantener la ventaja del aparato exportador chino frente a Estados Unidos.
Sin embargo, a todo este profundo embrollo se suma algo inédito. ¿Por qué, en lugar de liderar un diseño y un acuerdo mundial para transitar a un nuevo orden económico y financiero global por la vía del diálogo y la negociación, Trump decide tirar todo y echar al traste el orden mundial que Estados Unidos mismo ha creado? Decide enfrentarse con China atacando a todo el mundo, incluyendo a sus propios históricos aliados –aquellos que le acompañaron tras la posguerra a crear este sistema internacional actual– en lugar de enfrentar fortalecido con esos aliados a China.
Bajo la doctrina unilateral interna y externa de Trump, la era de la cooperación, la colaboración, la concertación y la cocreación ha terminado y, en ese sentido, será más el caos y el desorden la forma de enfrentar las diferencias y los conflictos. Sin duda, un mundo más individualista, egoísta y peligroso con un antes y un después del D-Day al Liberation Day.
