Opinión
El riesgo de entrar en piloto automático
El derecho a opinar necesita de un claro conocimiento de la realidad. Tenemos que estar a la altura del debate que hoy exige, con más urgencia, un verdadero compromiso con la información.
En tiempos de turbulencia política, las voces se intensifican. ¡Y qué decir en tiempos electorales! Cada persona, desde su conocimiento y entorno, tiene el derecho de señalar hacia dónde cree que va el país. No obstante, hay una diferencia abismal entre un análisis serio y el ruido que, muchas veces, aparece como un acompañante tóxico que nubla el criterio y la realidad. ¿A cuáles les vamos a hacer eco? Las críticas superficiales, esas que proponen teorías de conspiración sin fundamento y pesimismos absolutos, son el peor enemigo para convencer en un debate que hoy requiere de una altura de la que muchos han demostrado carecer.
Es legítimo, incluso necesario, cuestionar a los funcionarios. Interrogar sus decisiones y poner en duda sus prioridades es síntoma de democracia. Pero no podemos permitir que las críticas o denuncias se fundamenten en teorías ajenas al contraste con la realidad. Lo que podría ser un debate que ilumina y que propone, que trae a colación a las instituciones y sus expertos, termine reduciéndose a un coro de voces que buscan más likes que respuestas. Los activistas digitales podrían tener un poco más de responsabilidad en ello.
El debate público exige más que frases lanzadas o imágenes descontextualizadas sobre las polémicas del país. Esas opiniones que sobrevuelan la realidad sin aterrizar en argumentos comprobables inundan la opinión pública de pura ficción; y la democracia no se ejerce a punta de ficción. De lo contrario, cualquier trino mal compuesto se convierte en revuelo nacional.
Los análisis críticos sobre el estado del país necesitan dar credibilidad y, por querer convencer al ciudadano sobre lo que va mal, no se debería desconocer los esfuerzos de otras muchas instituciones por cumplir con su deber. Detrás del Estado hay mucha gente que trabaja sin querer beneficiar sus intereses personales. Por el mero hecho de criticar, no se les puede demeritar su esfuerzo. Tenemos que aprender a diferenciar lo que amerita ser cuestionado y lo que evidentemente se exagera para desinformar.
Hoy, más que nunca, necesitamos elevar el estándar. A las declaraciones de los funcionarios de turno que pueden llegar a ser polémicas por lo que plantean, se les debe denunciar con una correcta explicación de los hechos, de sus causas y consecuencias verdaderas. La indignación que se puede sentir frente a las problemáticas actuales que rodean al país no justifica dar sentencias superfluas de lo que podría pasar en un futuro o escenarios descontextualizados que manipulan la percepción ciudadana.
Plantear consecuencias que se alejan de la realidad solo por la intención de realizar un ataque político es mezquino con la verdad que muchos defienden: sacar este país adelante a pesar de la coyuntura. La estabilización del país es una necesidad nacional y la arena política no puede convertirse en obstáculo para ello. La salida no se encuentra en atacar por inercia, como si se tratara de andar en piloto automático, sino en elevar el debate con hechos y propuestas que ayuden a ajustar el rumbo del país.