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Opinión

Embustes y gobernabilidad

Se equivocan las personas, sean de derecha, centro o de izquierda, que pretendan con embustes o mentiras ganar unas elecciones o tener un importante cargo en una empresa, en el Estado o en cualquier organización política o social.

Angelino Garzón
16 de enero de 2025

Si bien la mentira, el embuste, es algo que ha acompañado y acompaña al género humano, no es menos cierto que el esfuerzo por su erradicación debe suponer un esfuerzo supremo a la hora del ejercicio político y democrático, el cual, como ya he defendido en otras columnas, debe entenderse como un servicio público y guiarse por el logro del bien común.

Actualmente, existe un término, ‘bulo’, cuyo nombre se refiere a la articulación, de forma deliberada y expandida masivamente, del embuste o falsedad a través de medios electrónicos, principalmente Internet, para que pueda ser percibida y asimilada como verdad.

En este orden de cosas, sucede de manera lamentablemente cotidiana que los gobiernos se ven sometidos a este tipo de polarizaciones creadas desde la falsedad y son ellos mismos esclavos de un círculo nocivo difícil de evitar.

Este gran y permanente peligro, esta letal herramienta principalmente utilizada por las posiciones más extremas del pensamiento político en el que permanentemente se utilizan las emociones para nublar el pensamiento y la reflexión, es la amenaza real para la democracia y para una deseable buena gobernabilidad en cualquiera de sus estratos, internacional, nacional, regional o local.

La mentira, como los embustes, históricamente han conspirado contra la democracia y por consiguiente contra los nortes éticos de una buena gobernabilidad democrática. En tal sentido, se equivocan las personas, sean de derecha, centro o de izquierda, que pretendan con embustes o mentiras ganar unas elecciones o tener un importante cargo en una empresa, en el Estado o en cualquier organización política o social. No olvidemos que con mentiras y embustes se puede mantener temporalmente el optimismo de un pueblo, pero el mismo se debilitará o se perderá cuando aparezca la verdad, que es un norte ético de la democracia y la base fundamental para la existencia de un buen gobierno.

Lo anterior nos recuerda que, en el breve paso de los seres humanos por la tierra, no todo vale; que el fin no justifica los medios o la negativa práctica que a los familiares, amigos y copartidarios se les perdona todo, pero a los que critican o no están de acuerdo con nuestras opiniones o comportamientos, se descalifican y persigue con las inmorales herramientas de las mentiras, de los embustes, del aislamiento y de la fuerza bruta.

En la importancia que tienen las anteriores reflexiones para la democracia y su constituyente primario, que es el pueblo, es bueno recalcar que los gobernantes nacionales, regionales, locales e internacionales o quienes pretendan ocupar en el futuro dichos cargos, tienen el deber ético de no mentir, de cumplir lo que prometen, de cuidar los recursos públicos como sagrados, de no comprar votos, de respetar y hacer respetar nortes éticos como la cero tolerancia con la corrupción, el despilfarro, la violencia, las desigualdades sociales, los contaminadores ambientales y con todas aquellas personas que siempre han visto al Estado como su “vaquita lechera”.

Los gobernantes, como todos los seres humanos siempre debemos enseñar con nuestro ejemplo de vida, con nuestro comportamiento solidario, transparente, austero, respetuoso y con prácticas de vida de saber dialogar y escuchar tanto a los contrarios como a los diversos sectores de la población urbana y rural. Pero, ante todo, de contribuir a rescatar el valor y la credibilidad en la palabra.

A los anteriores principios éticos, que son la clave para el logro de un buen gobierno, debemos agregarle como un derecho democrático de la gente y un deber de obligatorio cumplimiento de las personas que ocupan responsabilidades de Estado o privadas, la rendición pública de cuentas de su gestión con énfasis en la administración de los recursos económicos y en los logros reales, muy distintos a las actividades o estudios de proyectos.

Por mi propia experiencia en diversos cargos públicos y sociales, considero que al Estado, como al sector privado, no se puede llegar con la pretensión de hacer una buena gestión de gobierno o privada, a punta de “carretología”, y menos sobornando o descalificando personas.

Reitero que los diversos nortes éticos que he anotado en el presente artículo son los que marcan la diferencia en cualquier democracia entre embustes y buena gobernabilidad democrática. Esos son, en mi opinión, los principales desafíos que tendremos en Colombia en las elecciones de 2026, tanto para el Congreso como para la Presidencia y Vicepresidencia de la República.

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