
Opinión
¿En dónde estaría Álvaro?
Álvaro exigía una revolución moral y ética en lo público, en la justicia y en la educación. Buscó siempre sacudir y liberar al país del yugo del relativismo ético que permite que se relativice, e incluso se aplauda y justifique, el terrorismo.
La vigencia y actualidad de la propuesta política de Álvaro, el Acuerdo sobre lo fundamental, sigue siendo extraordinaria. Además de ser su marca o producto político más reconocido, superando en alcance al “desarrollismo”, a “mi revolución es el desarrollo”, al “talante” o la doctrina de Seguridad y Orden como premisa del desarrollo (que inspiró la exitosa doctrina Seguridad Democrática), el Acuerdo sintetizó un conjunto de premisas esenciales del Estado sobre las cuales se podía lograr un consenso suprapartidista. La defensa de la vida, sin restricciones o matices frente a cualquier violencia, el retorno de la ética y la moral a lo público y a la sociedad, la indispensable reforma a la justicia, el consenso sobre el desarrollo y la ecología entendida como la convivencia armónica entre las necesidades del ser humano y el medio ambiente, representaban una convocatoria para lograr que el Estado le cumpliera por fin a la sociedad en la satisfacción de sus fines esenciales e indispensables que en nuestro país —precisamente— no atiende adecuadamente, generando, con su fracaso, no solo la violencia y la inseguridad, sino la corrupción, la impunidad, la pobreza y el deterioro evitable de nuestros ecosistemas.
Álvaro exigía una revolución moral y ética en lo público, en la justicia y en la educación. Buscó siempre sacudir y liberar al país del yugo del relativismo ético que permite que se relativice e incluso se aplaudan y justifiquen el terrorismo, el crimen y la corrupción pública y privada. Reclamó —sin éxito y con grandes costos—, durante toda su vida política, la reforma a la justicia que permitiera acabar con la indolencia, la morosidad, la falta de transparencia y la politización.
Inconforme e independiente, de manera ardiente y solitaria, denunció contundentemente al régimen que capturó las instituciones. En la peor de las asociaciones del régimen con el narco, durante el gobierno de Ernesto Samper, no dudó en exponer la alianza perversa y de complicidades que involucró a políticos, jueces, militares, policías, periodistas y grandes empresarios en el sostenimiento a cualquier costo del narcogobierno. Sus denuncias, por su peso, relevancia y la autoridad que se le reconocía, condujeron a su asesinato de parte del régimen.
Reconocía al régimen como un problema sistémico y era un convencido de la necesidad de la reforma política. La “tenaza” que sufrió y denunció, habilitada por el cinismo clientelista, lo movió a proponer el Movimiento de Salvación Nacional como la plataforma con la que, sin distingos ideológicos, pretendió aunar los esfuerzos sinceros de conservadores, liberales y ambientalistas en torno de la transformación del país en 1990 y, posteriormente, en el escenario que enterró todos los rezagos del Frente Nacional de la Constituyente. Fue generoso en el abordaje: enterró rencillas viejas, concedió espacios políticos construidos por sus propios seguidores para asegurar la diversidad y cedió en diversos aspectos doctrinales durante la construcción del nuevo marco constitucional.
Ejerció, siempre y sin remilgos, un liderazgo fuerte, auténtico e independiente. Asumió los costos de la ruptura con el cinismo clientelista y sus intereses y la ruptura contundente con los “partidos”, promoviendo el voto castigo en una Colombia cada día más urbana e informada.
Hoy Álvaro estaría con quien decididamente adopta el retorno en nuestra sociedad, la educación, la función pública y las políticas públicas a la ética y los valores tradicionales. Estaría con quien denuncia de manera contundente el daño feroz e infame que Fecode le ha hecho a la educación de diversas generaciones de jóvenes, condenándolas al analfabetismo funcional, a la cultura de la mediocridad, a la privación de valores, a la prohibición de la religión, a la confusión de género, a la depresión, a la falta de autoestima, a la promiscuidad sexual, al adoctrinamiento socialista y al consumismo obsesivo.
Hoy Álvaro estaría con quien claramente antepone la vigencia de la ley y el orden por encima del acomodo falsamente garantista. Estaría con quien de manera inequívoca y sin hesitaciones respalda la acción efectiva, constante y plena de todos los poderes del Estado, incluido el monopolio en el ejercicio de la fuerza, para asegurarles a los buenos ciudadanos la seguridad y la tranquilidad y garantizarles a los criminales, mafiosos y terroristas la persecución sin cuartel y sin tregua.
Estaría con quien reclama de manera osada y constante la reducción del Estado y sus odiosos e inútiles gastos de funcionamiento en un 40 %, el desmonte de la carga tributaria, la eliminación de la tramitología y la vigencia del principio de la buena fe a favor del sector productivo como premisa que permita a su vez eliminar licencias previas y chantajes previos a través de las consultas que hoy frenan la construcción de cualquier infraestructura para el desarrollo o la crucial inversión privada, elementos todos que traerán de vuelta el crecimiento económico, el empleo de calidad, el aumento de la competitividad y la derrota del hambre que nos avergüenza.
Álvaro estaría con quien reclama con orgullo su condición provinciana y reclama la descentralización como prioridad nacional para superar el odioso e inútil yugo de las élites bogotanas.
Álvaro estaría con quien por su independencia desafía al régimen que lo mató, a sus financiadores corporativos, a sus áulicos de la prensa tradicional, a los poderes mafiosos, a los politiqueros vendidos al petrismo y a los tecnócratas de acomodo que toleraron y promovieron la cultura de la mediocridad como el estándar de su propia incompetencia.
Álvaro estaría con Abelardo, como lo está hoy el Movimiento de Salvación Nacional, comprometido con mantener la democracia y transformar a Colombia en el país de la seguridad y el hogar de los sueños de nuestros jóvenes, y orando para que el régimen que mata, no mate otra vez.
