Jorge Eduardo Barón Columna Semana

Opinión

Guerra de clases

(...) La “lucha de clases” se termina cuando estas dejen de existir, llevando a la humanidad al mundo meramente ficticio que representa el comunismo.

Jorge Barón
15 de octubre de 2024

Los discursos de Gustavo Petro se tornan cada vez más peligrosos y polarizadores, en los que normalmente llama a la clase trabajadora a defender su gobierno de un posible golpe de Estado, perpetrado por la oposición e instituciones como el Consejo Nacional Electoral, a los cuales no solo califica de golpistas y “asesinos”, sino también de oligarcas, utilizando de manera reduccionista y populista los postulados teóricos más famosos de su ideología política. Dicho comportamiento —tan violento— nos lleva a preguntarnos si Petro y sus seguidores buscan una guerra de clases sociales para tomarse el poder, y qué elementos ideológicos usa el mandatario para moldear sus discursos incendiarios.

Lamentablemente, la respuesta es un rotundo sí, y aunque superficialmente parezca una más de las imprudencias del mandatario, su núcleo discursivo es peligroso y denota explícitamente su espíritu socialista y antidemocrático. Las alocuciones del presidente esbozan la creación del ambiente perfecto para que el resentimiento y el odio se apoderen de las almas de los trabajadores, resultando en la concepción de la “lucha de clases” y así ganar poder político. Esta teoría, cuyo origen más primitivo se remonta a las tesis de Maquiavelo y las de Burke, tiene su concepción más aceptada con Marx, quien afirmó temerariamente que la historia de la humanidad se formó a partir de estos enfrentamientos entre los dueños de los medios de producción y quienes carecen de estos. De esta manera, el autor concluye que la “lucha de clases” se termina cuando estas dejen de existir, llevando a la humanidad al mundo meramente ficticio que representa el comunismo.

Esta teoría, a pesar de exhibir unos cuantos rayos de racionalidad en cuanto a su análisis de la historia, resulta sobrepasar el universo de lo absurdo a la hora de plantear su solución, la cual fue inservible en la práctica y llevó a la muerte a alrededor de 160 millones de personas en el siglo XX. Ahora bien, este no es el único concepto marxista que es utilizado por Petro en su prédica populista; de hecho, el primer mandatario describió de manera burda al llamado “trabajo enajenado”, en el que el obrero no ve el sentido de su labor, llevando así a que el producto de su esfuerzo resulte ser ajeno a su naturaleza. En otras palabras, los obreros no tienen un propósito verdadero para levantarse a trabajar, sino que solo se levantan para sobrevivir el día a día con un mísero salario.

Tales afirmaciones solo crean división. No obstante, lo que es verdad son los altos índices de desigualdad económica que experimenta nuestro país. Yo mismo he presenciado de manera empírica las dificultades de las familias trabajadoras de varios rincones de Colombia. En algunos casos las conocí personalmente y compartí en sus hogares, donde pude comprender los obstáculos que tienen a la hora de acceder a ciertos servicios básicos y cómo el gobierno de Petro ha fallado con su función de proteger los derechos fundamentales de los ciudadanos más vulnerables.

Ahora bien, ¿cómo reducir la desigualdad sin afectar al sistema socioeconómico? Aunque suene cliché, una manera para disminuirla radica en enseñarles a nuestros compatriotas a ser solidarios y respetuosos con los demás, una educación que tiene que formarse desde la primera infancia para así crear una sensibilidad y compasión ante la vulnerabilidad de los demás. Concibo una sociedad en la que el rico no categorice al pobre como una herramienta para la producción, teniendo una mentalidad humilde y destruyendo su ego hasta llevarlo a las cenizas. Por otra parte, el pobre no debe ver al rico como el culpable de todas sus desgracias y un sujeto que solo busca explotarlo. Considero que para que ambas clases sociales no se discriminen, tienen el deber de ayudarse los unos a los otros, porque al final del día, todos somos seres mortales que compartiremos el mismo destino, sin importar nuestra clase social.

Dicho esto, otra solución —menos abstracta y sentimental— resulta ser la disminución del Estado colombiano. Nuestro Estado resulta ser uno de los modelos burocráticos más grandes del mundo, teniendo una gran cantidad de ministerios inútiles y una serie de estructuras administrativas que son utilizadas para pagar favores políticos, ofreciendo los famosos “cupos” en cargos directivos, como fue el caso de las diez nuevas embajadas del gobierno Petro que les cuestan a los colombianos más de 51.000 millones de pesos en sueldos. Sumado a la reducción estatal, se debe implementar una reforma tributaria que alivie los bolsillos de pequeñas y medianas empresas, para así incrementar la producción, generando más empleo en el sector privado, lo cual —consecuentemente— elevará los niveles de calidad de vida poco a poco.

A manera de conclusión, es imperativo resaltar que el método más eficiente para cerrar el ciclo de resentimiento histórico de la lucha de clases trata de realizar un ejercicio reflexivo sobre la bondad y la solidaridad, en la que los dueños de los medios de producción conozcan más a fondo las realidades de la clase trabajadora, y que los segundos no se dejen llevar por los discursos incendiarios de mandatarios que solo buscan la división de nuestra sociedad y no vean al empresario como un villano, sino como un amigo.