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"Irak : vayamos paso a paso"

Semana
13 de octubre de 2002

Enfrentada a la crisis iraquí, la comunidad internacional atraviesa un momento decisivo en su historia. Cada Estado debe asumir sus responsabilidades. Ahora más que nunca, Francia está decidida a mantener el rumbo con firmeza.

Sí; Irak constituye una amenaza potencial para la seguridad regional e internacional. Sí; luchar contra la proliferación de las armas de destrucción masiva es fundamental para el futuro de cada uno de nosotros. Sí; Irak ha desafiado a la comunidad internacional al ocultar programas relativos a dichas armas: si bien aún no dispone de medios nucleares, todo apunta a que sí ha logrado reconstituir capacidades biológicas y químicas.

Frente a este envite, nuestro deber es combinar firmeza y lucidez. Tras los atentados de 11 de septiembre, nos movilizamos para luchar contra el terrorismo, lo que nos permitió cosechar buenos resultados. En lo que a Irak se refiere, debemos renovar esa unidad en torno a una voluntad común: la lucha contra la proliferación de las armas de destrucción masiva. Esta es la prioridad. Francia no alberga ninguna simpatía por el régimen de Bagdad pero una acción cuyo objetivo consistiera en derrocarlo sería contraria al derecho internacional y dejaría la puerta abierta a todo tipo de zozobras.

Desde el reciente discurso del presidente Bush, en el que reconocía el papel primordial de las Naciones Unidas, el debate ha retomado de nuevo en el seno de esa organización donde ha surgido un amplio consenso. Frente a esta sólida unidad, el 16 de septiembre, Bagdad comunicó que admitía el regreso sin condiciones de los inspectores internacionales cuyo trabajo supondría la eliminación total de las armas de destrucción masiva e impediría un futuro rearme. No olvidemos que se destruyeron más de esas armas en las inspecciones entre 1991 y 1998 que durante la Guerra del Golfo.

Irak representa un peligro para todos los pueblos pero, en primer lugar, para los de Oriente Medio. Y es con ellos con los que podremos alcanzar una solución duradera. Todos esos países han señalado que respaldarán una acción decidida por las Naciones Unidas. Ahora somos nosotros quienes debemos escuchar ese mensaje.

Hoy por hoy, la atención se centra en los trabajos que va a emprender el Consejo de Seguridad. El plan en dos fases propuesto por el presidente de la República permite preservar la unidad de la comunidad internacional, asentar la legitimidad de la acción y responder a la exigencia de eficacia: Irak debe respetar el derecho internacional. Si se niega a aceptarlo, tendrá que asumir las consecuencias. Esta es la única forma en que podremos controlar cada etapa de la crisis.

De manera que, en un primer momento, es importante alcanzar a una decisión en el seno del Consejo de Seguridad sobre un régimen de inspección que garantice que los inspectores podrán llevar a cabo íntegramente su misión sin ningún obstáculo. En caso de que el régimen iraquí violase esas obligaciones, el Consejo de Seguridad tendría que tomar las medias necesarias. Debemos ir paso a paso. No queremos dar un cheque en blanco a una acción militar pues queremos asumir nuestra responsabilidad hasta el final. Por este motivo no podemos aceptar una resolución que autorice desde ya el recurso a la fuerza, sin oportunidad de nuevo debate en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Francia comparte la voluntad de Estados Unidos de zanjar una crisis que nos amenaza a todos. Pero se niega a correr el riesgo de una intervención que no tendría plenamente en cuenta todas las exigencias de la seguridad colectiva.

Más allá de la crisis iraquí, lo que está en juego son los principios fundamentales de la comunidad internacional: estabilidad, justicia y responsabilidad.

La estabilidad es una exigencia estratégica. Si bien el desarme iraquí es imperativo, debe llevarse a cabo en condiciones que refuercen el orden internacional, sin generar nuevos factores de desorden en una región que ya tiene demasiados y sin crear nuevos riesgos de enfrentamiento en esa zona, núcleo de las fracturas del mundo. Francia no ve el orden como signo de debilidad o impotencia sino como el ejercicio de la voluntad y la lucidez para solucionar las crisis de manera duradera.

La justicia es el segundo pilar de la paz. En el contexto de urgencia e interdependencia que caracteriza nuestra era, la injusticia genera indignación, la indignación, desorden y el desorden, violencia, siguiendo un ciclo infernal que se transmite de país en país, de región en región y de continente en continente. La comunidad internacional quiere atajar con determinación el problema del desarme iraquí y para ello debe centrarse con la misma determinación en la crisis de Oriente Próximo para volver a encontrar las vías de una solución.

Por último, la responsabilidad colectiva es una necesidad moral y política. Moral, porque las democracias carecen de sentido si no respetan en el exterior los principios en que se basan en el interior. Y política, porque solo el consenso de las decisiones puede dar la necesaria legitimidad a una acción profunda, coherente y eficaz. La fuerza solo debe ser el último recurso.

Las decisiones que se tomen mañana van a modelar el nuevo rostro del mundo. El trato que se dé a la crisis iraquí influirá en su espíritu y contornos. La seguridad colectiva dependerá de la determinación de la comunidad internacional a respetar el derecho.

Pero el nuevo orden mundial solo se puede construir duraderamente sobre una base de reparto e intercambio. Frente al auge del miedo y de la intolerancia, frente al agravamiento de las tensiones y de las incomprensiones, el acercamiento de los pueblos pasa por la paciente afirmación de una comunidad de valores y reglas y por la asimilación de un mismo destino. Debe alimentarse del respeto al otro mediante un diálogo de verdad./.

*Ministra de Asuntos Exteriores de Francia.

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