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Sin hoja de ruta

Tan débil es su liderazgo que ni siquiera ha podido contar con su partido para patinar en el Congreso su propuesta de gravar la canasta familiar, que busca, además, rebajarles el impuesto a las empresas por cuenta del cuentazo de la Economía Naranja.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
10 de noviembre de 2018

Desde que Iván Duque llegó al poder, los hechos que más nos han marcado han ocurrido fuera de Colombia. Así de exultantes están resultando estos primeros 100 días de gobierno.

Desde que Duque empezó a acomodarse en el poder y su figura se nos comenzó a perder entre los corredores palaciegos, la democracia en la región sufrió un profundo sacudón en Brasil con la elección de Bolsonaro; un político homófobo que se precia de odiar a los negros y que piensa que los valores democráticos son un obstáculo para gobernar. Duque, el extraviado, reapareció por un momento para desmentir la noticia de que estuviera planeando junto con Trump y Bolsonaro –sus dos nuevos mejores amigos– una intervención militar en Venezuela. Su salida pública, sin embargo, fue fugaz: cuando pensamos que lo habíamos recuperado, ya se había devuelto a su laberinto y de nuevo lo perdimos de vista en el horizonte.

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El Duque errante por los pasillos del poder no pudo impedir que sus propuestas de reforma se le embolataran antes de tiempo en el Congreso ni que su bancada, liderada por su presidente eterno, lo ninguneara hasta maltratarlo.

Duque siguió desorientado, sin hoja de ruta.

Entre tanto, en Estados Unidos, el tanque arrollador de Donald Trump, su más grande aliado, por primera vez era contenido. Los demócratas consiguieron arrinconarlo al obtener la mayoría en la Cámara de Representantes, en una victoria electoral que dejó malhumorado al caudillo norteamericano. (Para mí, en cambio, fue reconfortante constatar que la humanidad no ha perdido la capacidad de reaccionar ante la tiranía de los manipuladores de datos y de los que se sirven de los algoritmos para exacerbar los miedos y los temores. Este triunfo de la racionalidad sobre la percepción nos hacía falta).

Todo eso pasó en los últimos 100 días. El mundo fue de sacudón en sacudón, pero aquí en Colombia no pasó casi nada. O mejor, nada: todavía estamos a la espera de saber cuál es la hoja de ruta que tiene para el país el presidente Duque, pero los días pasan y la incertidumbre crece.

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Su incapacidad de construir su gobernabilidad en estos primeros 100 días ha sido notoria. Hasta ahora, ninguna de sus propuestas de reformas tiene el aval de su partido. Su reforma a la justicia –que tiene buenas ideas– es muy distinta a la que propuso el Centro Democrático y ya está naufragando; a su reforma política, su propio partido le colgó un mico del tamaño de un orangután que legaliza la mermelada porque le permite al Congreso decidir de manera autónoma en qué debe invertir la quinta parte del presupuesto nacional, lo que nos devolvería a la época aciaga de los auxilios parlamentarios. Es decir, Duque, el presidente que nos prometió gobernar sin mermelada, está a punto de revivir una de las prácticas más corruptas que en el pasado sirvió para que los congresistas se lucraran personalmente de los dineros de sus regiones, sin que tuvieran que rendirle cuentas a nadie. No va a haber mermelada, es cierto; ¡lo que va a haber es un ‘mermeducto’!

Tampoco va a haber un frente común con la oposición en la lucha contra la corrupción porque lo acordado está hundiéndose en el Congreso como el Titanic.

La paz ha languidecido en estos primeros 100 días. Están en vilo la reforma rural integral y el catastro multipropósito, entre muchas otras reformas. Y lo que ya podría comenzar a implementar está detenido porque, según Duque, Santos le dejó desfinanciado el presupuesto para la paz. (El gobierno anterior insiste en que eso no es cierto). Qué más da. Ahora lo que vale es el color naranja, y la paz blanca no es lo suyo.

Tan débil es su liderazgo que ni siquiera ha podido contar con su partido para patinar en el Congreso su polémica propuesta de gravar toda la canasta familiar, espina dorsal de su Ley de Financiamiento que, además, busca rebajarles el impuesto a las empresas y aumentarles las exenciones por cuenta de ese cuentazo de la economía naranja.

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Para terminar este cuadro, habría que ser justos: en estos primeros 100 días no solo no hubo gobierno. Tampoco hubo oposición. Ni los verdes, ni los petristas, ni los del Polo han podido sintonizarse y andan cada uno tirando para su lado. Han sido sobre todo erráticos y parecen tan perdidos como Duque. Un día van a Palacio a firmar un acuerdo contra la corrupción que el mandatario no les cumple y al otro van a donde el otro presidente, el eterno, a firmar otro que desguaza a la JEP dizque para salvarla.

Una hoja de ruta. Solo eso pedimos para salir de esta confusión y de este desconcierto.

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