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JAIME CASTRO Columna Semana

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La espada de Bolívar: ¿símbolo patrio o instrumento político?

Es evidente el interés que el actual mandatario tiene por la espada.

8 de noviembre de 2022

Los ecos de la orden de Gustavo Petro de que le fuera traída la Espada de Bolívar durante su posesión no han dejado de escucharse. De hecho, una encuesta del Centro Nacional de Consultoría mostró que, aún días después del suceso, había opiniones divididas. Mientras que a un 56 % de los encuestados le gustó ese episodio, un 34 % lo rechazó. Y aún hoy, semanas después de aquel 7 de agosto, todavía es tema de expertos, periodistas y caricaturistas en los medios de comunicación.

Tal vez este sea apenas el tercer momento en la historia reciente del país en que la Espada del Libertador es protagonista. Su primera figuración la tuvo cuando fue sustraída de la Casa-museo Quinta Paredes por la recientemente creada guerrilla del M-19, que la robó gracias a plan original de Jaime Bateman, quien así lo había ideado desde su militancia en las FARC, pero sin llevarlo a cabo. Al final, el encargado de hacerlo fue Álvaro Fayad, junto a cuatro guerrilleros más, a las cinco de la tarde del 17 de enero de 1974.

La espada fue usada por Simón Bolívar en sus campañas. Seguramente la empuñó en los llanos de Arauca y Casanare y en todo su recorrido hasta Boyacá, hace ya más de 200 años. Y seguramente también hizo uso de ella en las sabanas de Carabobo, lo mismo que en Junín y Ayacucho.

Sin embargo, poca de esa gloria la acompañó después de que los guerrilleros la hicieron suya. Una vez la sacaron de Quinta Paredes, junto a los espolones y el estribo del Libertador, fue llevada a casa de un estudiante universitario cercano al M-19, donde le sacaron foto que luego publicó la Revista Alternativa cuando contó lo que había sucedido y quién estaba detrás de esa atrevida aventura.

Recientemente, Cambio hizo un seguimiento al paso a paso del preciado objeto histórico. Así se pudo saber cómo, tras unos días escondida, el M-19 la llevó a la casa del poeta León de Greiff, en donde estuvo hasta su muerte. Luego, fue su hijo Boris quien se encargó de ella. Hay quienes dicen que el poeta nunca se enteró de que estuvo oculta en una repisa, detrás de una colección de discos de vinilo. Y que, incluso, en esas mismas cuatro paredes estuvo el expresidente Alfonso López Michelsen celebrando el cumpleaños del literato.

Fayad, quien por ese entonces era el tercero al mando del Eme fue capturado en 1979 por su participación en el robo de más de 5.000 armas al Cantón Norte. Por ello, los demás jefes subversivos ordenaron mover una vez más la célebre hoja bolivariana. En ese momento el propio Bateman se quedó con ella. Luego de dos años la entregó a una pareja de contadores amigos, quienes la mantuvieron un tiempo en su patio e incluso la enterraron en predios de una finca en Cundinamarca. Solo que, inquietos por tanto movimiento, los insurgentes decidieron sacarla del país. Por eso pasó a manos de Manuel Piñeiro, cubano conocido como ‘Comandante Barbarroja’, jefe del Departamento de América del Partido Comunista y quien la guardó en su oficina de La Habana. ‘Barbarroja’ se quedó con el arma hasta 1985, cuando Bateman pidió que la acercaran a Colombia con el fin de aprovecharla políticamente. Metida en valija diplomática, la despacharon para la Embajada cubana en Panamá, por la época en que los guerrilleros asaltaron el Palacio de Justicia.

La hoja estuvo un tiempo en Panamá, guardada en caja fuerte. Todo cambió cuando la invasión de Estados Unidos al Istmo provocó que a comienzos de enero de 1990 la Espada volviera a Cuba, otra vez en valija diplomática, a manos del comandante ‘Barbarroja’.

A través de Venezuela, pues Colombia y Cuba no tenían relaciones directas, se gestionó el regreso de la Espada al país, por supuesto con la autorización de La Habana, que decidió entregarla únicamente a Navarro Wolff, en ese momento jefe de la transición y desmovilización del M-19 y miembro de la Asamblea Constituyente de 1991. Días después, en un acto en la Quinta de Bolívar, Navarro se la entregó envuelta en la bandera nacional al presidente César Gaviria, quien ordenó que fuera guardada en la bóveda del Banco de la República.

Después, en 1998, el presidente Andrés Pastrana pidió que fuera llevada a la Casa de Nariño, donde la mantuvo hasta el final de su mandato, cuando volvió a la sede del Banco emisor, donde permaneció durante los dobles periodos presidenciales de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.

En esos mismos años, Hugo Chávez se dedicó a hacer copias de las espadas usadas por Bolívar para regalarlas a quien él consideraba. Muamar el Gadafi y Sadam Hussein recibieron algunas.

El reposo del acero cesó el 7 de agosto, cuando Petro exigió tenerlo en su posesión, pero no fue la primera vez que lo había pedido. Posiblemente por instrucciones o con aprobación del presidente Santos, que tal vez quería agradecer el decisivo apoyo electoral que Gustavo Petro le había dado para que ganara las presidenciales del 2014, Mauricio Cárdenas, como Ministro de Hacienda, visitó al entonces alcalde para ofrecerle la ayuda presupuestal del Gobierno Nacional que el Distrito requiriera para financiar las obras y proyectos que interesaran a la ciudad. Petro no aceptó la generosa propuesta. Pidió, más bien, que el Gobierno le entregara la Espada para que él, como exguerrillero, fuera abanderado del proceso de paz que se negociaba en La Habana. La entrevista terminó sin la ayuda económica propuesta ni la entrega de la Espada.

Esa idea de Petro se repite ahora. Es evidente el interés que el actual mandatario tiene por la Espada. Esa devoción del hoy presidente por el acero de Bolívar deja preguntas nada fáciles de responder, pero que no deben dejar de hacerse: ¿será muestra de que comparte el ideario del Libertador o mero interés político, que asegura vigencia mediática, presencia ante la opinión y puede generar la controversia que conviene a una de las características de su gestión oficial?

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