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Óscar Ramírez Vahos

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La pesadilla de la movilidad en Bogotá está lejos de terminar

El cambio del pico y placa causó mucha polémica, y no es para menos, pero el problema de inmovilidad de la ciudad obedece a causas más profundas.

13 de enero de 2023

Bogotá es la ciudad del eterno trancón. Vivir en la capital supone estar alerta por los tiempos de desplazamiento, que siempre amargan la vida. No hay destino cercano, ni día sin afán, ni puntualidad que valga: siempre se llegará tarde en una ciudad donde el trancón es la regla y no la excepción.

El último ranking de Global Traffic Scorecard puso a Bogotá como la sexta ciudad del mundo más congestionada. Esto significa que al año perdemos 122 horas atrapados en trancones.

Para entenderlo mejor, es como si estuviéramos cinco días seguidos metidos dentro de un vehículo esperando que el tráfico se mueva, una locura que atenta contra la calidad de vida y la competitividad de una ciudad de la importancia de Bogotá.

Las causas son múltiples y no han hecho más que agudizarse: no tenemos metro, las vías se quedaron pequeñas para tantos vehículos, las personas no usan el sistema de transporte público y pululan las motos y carros particulares; si a eso le sumamos que es una ciudad sometida al invierno y que la malla vial tiene un serio deterioro, tenemos como resultado que la movilidad de Bogotá es más una forma de inmovilidad.

Por eso, la posible modificación a la primera línea del metro de Bogotá solo puede ser una mala noticia que condena a la capital a años de retrasos. Petro tiene la rara obsesión de perpetuar el rezago de Bogotá con su anhelado metro.

Los cambios al trazado inicial de la primera línea solo causarán un aumento en los tiempos de construcción que podrían prolongar a una década más los trancones y el caos en la movilidad.

En esto padece el síndrome del adanismo, de creerse el Adán, el primer ser de la creación, único en su especie: si se hace un metro en Bogotá, solo puede ser obra de Petro, de nadie más.

Es tiempo de plantear políticas y estrategias de movilidad efectivas. El cambio del pico y placa causó mucha polémica, y no es para menos, pero el problema de inmovilidad de la ciudad obedece a causas más profundas que no van a ser resueltas en el corto plazo, a menos que se fortalezca el sistema de transporte público y la cultura de la bicicleta. El problema va más allá de la congestión del carro.

Nuestra ciudad ha avanzado de buena manera en cosas como la cultura para evitar muertes en accidentes de tránsito.

Sin embargo, debería ser prioritario que también haya un plan general y efectivo para que se reduzcan las horas de trancón que un ciudadano padece en promedio. Bogotá ha aumentado 22 horas este promedio en los últimos años. Quien aspire a llegar a la Alcaldía de Bogotá el próximo año debería ofrecer a la ciudadanía una estrategia que apunte a que no sean 122 horas, sino cada vez menos.

Sin embargo, el discurso sobre la movilidad en la capital gira hoy sobre proyectos que no arrancan. Hay más debates que obras. Como dijimos con anterioridad, el presidente Petro está imponiendo una agenda que reduce todo nuestro drama al metro que a él le parezca, mientras que la ciudadanía lo que clama a gritos, más que un metro subterráneo o elevado, es que el metro que se haga sea el metro que esté construido en el menor tiempo posible y libere la movilidad de dos millones de usuarios al día.

Bogotá no está para obsesiones y orgullos políticos. O avanzamos, dejando de lado los egos partidistas y el adanismo que no nos permiten avanzar, o Bogotá seguirá sumida en su perpetua inmovilidad.