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Las democracias están amenazadas: ¿qué podemos hacer?

La manipulación emocional del electorado mediante sofisticadas técnicas de generación de miedo e inseguridad en las redes, se ha convertido en un enorme riesgo para las democracias. Fortalecer el pensamiento y la lectura crítica, es lo que tendríamos que hacer para detener su avance.

Julián De, Julián De
9 de septiembre de 2019

Tres importantes procesos electorales de la última época alcanzaron resultados muy sorpresivos: el Brexit en Inglaterra, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y el plebiscito por la paz en Colombia. Los tres tienen un elemento esencial en común: la manipulación del electorado mediante sofisticadas técnicas de generación de miedo e inseguridad en las redes. En Inglaterra, la población fue manipulada emocionalmente para que se asustara ante la posible llegada de inmigrantes y de productos europeos y, de esta manera, votara por abandonar la Unión Europea. En Estados Unidos especializadas empresas en el manejo de datos, usaron la información de millones de usuarios en Facebook, elaboraron un perfil detallado de abstencionistas y de aquellos votantes susceptibles de cambiar su voto y éstos fueron bombardeados con propaganda racista y xenofóbica. Los resultados sorprendieron al mundo: se posesionó como presidente de la mayor potencia del planeta en enero de 2017, un comerciante mitómano y xenofóbico que cree que la solución a los problemas del siglo XXI, debería ser similar a la que se usaba en el siglo XV: construir un muro para impedir el acceso de los extranjeros a la ciudad.

La situación en Colombia fue similar. El pueblo fue invitado para decidir en las urnas si se aprobaba el acuerdo de paz con la guerrilla más grande y con mayor duración en el mundo occidental. Para sorpresa de muchos, la población rechazó los acuerdos. Previamente, un grupo político obsesionado con acabar la guerrilla a plomo y fuego, inundó las redes sociales con noticias falsas e insólitas que buscaban afectar especialmente a quienes creyeran que, si se votaba a favor del acuerdo, se le entregaría el país a la guerrilla, los niños serían contagiados por la enfermedad de la homosexualidad y que morirían del papiloma humano quienes apoyaran el proceso de paz. Días después, convencieron a parte de la población de que el presidente Santos había comprado el Premio Nobel al Comité de Noruega. Una y otra vez, dijeron en redes que se acabarían las mesadas de los pensionados para poder costear la paz. Mintieron y volvieron a mentir. Acudieron a las emociones primarias para generar ira, odio y sed de venganza. Efectivamente triunfaron y por 53.908 votos no fue posible que el 2 de octubre de 2016 se iniciara el proceso de entrega de armas y reinserción de la guerrilla de las Farc. Después, ha sido casi imposible la reconciliación y la paz: llenaron de intolerancia y odio a la población colombiana.

Para leer: El triunfo del NO y el fracaso de la educación colombiana

Vivimos en el mundo de las noticias falsas, de partidos populistas y totalitarios que aprendieron la fórmula alquimista para convertir el odio en votos; un mundo en el que los políticos inescrupulosos sacan a votar a la gente “emberracada” y llena de miedo. Así pasó en Inglaterra, en Estados Unidos y en Colombia, en tres elecciones que marcaron para siempre la historia. No se recurrió a ideas y argumentos, sino a las emociones elementales. No se generó esperanza, alegría y nuevos sueños, sino que se contagió a la población de inseguridad, desesperanza y miedo. Temor hacia los extranjeros, los musulmanes, los inmigrantes, los árabes y los guerrilleros; incluso contra la paz y la reconciliación. Hoy, los que manipularon a la población, están gobernando en los tres países.

Para entender estos sucesos es esencial comprender que hoy “Nada es privado”, tal como brillantemente lo explica el documental de Netflix que lleva este nombre. Gracias a las plataformas digitales, conocen nuestros sueños y esperanzas, nuestras cuentas bancarias, el color de nuestras ideas y creencias; nuestros gustos, amigos y, hasta nuestros más preciados enemigos; el color, el tamaño y la ubicación de nuestra casa; el nombre de nuestros hijos y el colegio y la universidad en la que estudian. Lo más grave es que han construido algoritmos para vender nuestra privacidad. Y la están vendiendo a los grupos que detentan el poder político y el económico. Facebook y YouTube, mercadean con los deseos más íntimos de los usuarios. Explotan la necesidad de reconocimiento del ser humano y nosotros les facilitamos su trabajo.

La estrategia fue sencilla: polarizar y dividir la población, para controlar y ejercer poder. Atemorizarla para que se dejara manipular emocionalmente, y luego, obedeciera en silencio y saliera a votar por quien dijera el caudillo. Como los abuelos que inventaron el cuento del “coco”, para que los niños les hicieran caso. Estamos cerca de lo que pronosticó Orwell en su obra maestra: el “Gran Hermano”. 

El diario New York Times estima que el presidente Donald Trump ha dicho 10.000 mentiras comprobadas desde que llegó al gobierno. A razón de una por cada hora que ha estado sentado en la silla presidencial. El documental Brexit indica que es muy similar la situación de Boris Johnson y, para el caso colombiano, por lo menos 200 mentiras se dijeron en los últimos dos meses en la frenética campaña para rechazar la paz en Colombia. Goebbels, director de propaganda del partido nazi, estaba seguro de que una mentira dicha mil veces con convicción se convertía en verdad. También el Gran Hermano reconstruía la historia una y otra vez según sus intereses. Para el caso colombiano, se está llevando a cabo la misma estrategia al pie de la letra: quieren convencer a la nación que nunca existió conflicto interno, que los desplazados no fueron obligados a huir, sino que migraban por el país buscando trabajo y que nunca hubo ni desaparecidos, ni masacres, ni torturas. Ahora están dedicados a reescribir lo que sucedió en el extenso conflicto armado colombiano. El Gran Hermano sería un simple aprendiz frente a lo que en Colombia están haciendo, con tal de objetar la JEP, impedir que se conozca toda la verdad del conflicto y hacer trizas la paz. Es muy fácil pedir la guerra cuando no son nuestros hijos quienes morirán en ella. En Colombia, tan solo el 0,5% de los hijos de las familias de estratos altos, presta el servicio militar, en tanto el 80 % de los soldados pertenece a los estratos 0, 1 y 2.

Para profundizar: ¿Democracia sin lectura crítica?

¿Qué pueden hacer la sociedad y el Estado ante el riesgo en el que está la democracia por la manipulación del electorado y la generación de emociones primarias ligadas con la ira, el odio y la sed de venganza? La respuesta es una sola cosa: invertir y mejorar la calidad de su educación. Un pueblo educado y culto, tiene más criterio y es más difícil de manipular, por eso todas las dictaduras le han tenido miedo a la lectura, a los intelectuales y al pensamiento crítico ¡Todas! En un país como Colombia, en el que menos del 1% de la población lee de manera crítica, es mucho más fácil crear miedo en su población, para luego venderles seguridad. La lectura y el pensamiento crítico son el mejor antídoto contra las falsas noticias. 

Contrario a lo que podría pensarse, la educación básica estadounidense también es de muy baja y desigual calidad. El exministro de trabajo Robert Reich, estimaba que tan solo el 10 % de las escuelas en EEUU eran de calidad. Tal vez, el problema es más grave. Según las últimas pruebas PISA, tan solo un 5 % de los jóvenes estadounidenses leen de manera crítica y el 42 % no comprende ninguna idea a pesar de llevar diez años en la escuela. No son los resultados adecuados para la mayor potencia económica del planeta; tampoco ocupar el puesto 39 entre 65 países que presentan las pruebas Pisa en matemáticas en el mundo. Estos datos son esenciales para entender la elección y posible reelección del inculto e impulsivo presidente y candidato republicano.

Para profundizar: Estados Unidos: una nación en peligro

La educación es la única opción que conoce la humanidad para alcanzar el desarrollo individual y social de forma sostenida. Todos los casos de países que lo han alcanzado en el último siglo, lo testifican. Una buena educación mejora la creatividad de un pueblo, la productividad, construye tejido social y favorece el trabajo en equipo; desarrolla el pensamiento crítico y la imaginación. Con muy buena educación, podríamos elevar la movilidad social y ampliar los sueños y la esperanza de las nuevas generaciones. No obstante, en Colombia hemos carecido de ella.

Sabemos la clave desde hace mucho tiempo: seleccionar y formar mejores maestros, fortalecer su reconocimiento social, favorecer la autonomía de las instituciones educativas, aumentar el liderazgo pedagógico, empoderar a docentes y rectores y, construir un currículo más contextualizado y pertinente para los jóvenes, la cultura y los tiempos que se viven. Una educación que desarrolle el pensamiento crítico, favorezca la convivencia y enseñe a los jóvenes a leer y escribir de manera profunda y argumentada. Para lograr este propósito, será necesario un gran movimiento ciudadano que conduzca a repensar el sistema educativo. Una mala educación frustra las oportunidades, deteriora la comunicación humana, empequeñece la democracia y destruye las ilusiones de toda una generación y de las que descienden de ella.

Si la calidad educativa mejorara, sería más difícil que las opciones totalitarias tuvieran la posibilidad de llegar o de permanecer en el poder. Alberto Merani nos enseñó que sin libertad no hay educación y que, sin educación de calidad, no hay libertad ni democracia. En consecuencia, luchar por mejorar la calidad de la educación, es también la mejor manera de construir democracia y paz.

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