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¿Líder tribal o jefe de Estado?

Para él, la democracia es un valor relativo. Solo la aprecia si ganan los suyos. Tampoco le preocupan las tiranías y su barbarie con tal de que le sirvan. Tenaz.

Salud Hernández-Mora
16 de diciembre de 2023

Es una lástima que Petro no tenga más mundo. Y que haya optado por moldear su política internacional con sus viejos rencores y los clichés de la izquierda más apolillada. Prefiere ser un líder tribal, con miras raquíticas, en lugar del jefe de Estado de una gran nación. 

Puesto que le fascina viajar al exterior, le recomendaría un periplo por los países que, al igual que Israel, nacieron tras la Segunda Guerra Mundial, así como los creados conforme a patrones religiosos. Luego seguiría por las regiones del planeta que cambiaron de manos para compensar lo perdido en un conflicto bélico de proporciones apocalípticas. Y, metidos en gastos, remataría la gira por las naciones que sufrieron siete décadas de ocupación soviética. Claro que este último sería para Petro una suerte de peregrinación nostálgica.

Tal vez olvida que Jordania surgió de la nada para desagraviar a la dinastía hachemita que había traicionado Gran Bretaña y Francia. Cuando en 1967 declaró la guerra a Israel, junto con el Egipto del llorado y laico Abdel Nasser, apenas había cumplido 21 años de existencia.   

Para desgracia de Oriente Medio, escenario de diversas guerras, algunas entre los propios árabes, al explosivo coctel se sumó el corrosivo integrismo islámico, que vino a ensombrecer aún más el panorama.

Difícil comprender que a Petro le haya dado por abrazar a grupos que utilizan el terrorismo para afianzar su poder, carcomen las sociedades que gobiernan y convierten a las mujeres en meras alumbradoras de futuros combatientes. 

También cabría recordar al cordobés mesiánico que Pakistán es otro invento de las potencias de la época. El año anterior al nacimiento de Israel, forzaron a 14 millones de indios a abandonar sus hogares e instalarse en la tierra donde su religión –hindú o musulmana– era mayoritaria. La inestabilidad de Cachemira es fiel reflejo de que la partición dejó heridas abiertas.

En cuanto a Europa, tengo unos amigos alemanes, ya octogenarios, obligados en su día a desplazarse de su provincia prusiana. En el armisticio se la arrebataron a Alemania para anexionarla a la sufrida Polonia. Los germanos digirieron mal el zarpazo y solo en 1991 aceptaron las fronteras con la firma de un tratado.

Podría continuar desgranando el listado, pero malgastaría el tiempo. Petro solo escucha a su ego aunque deje de manifiesto su congénita incoherencia.

Aún tengo fresca la expresión con la que despreció a los ucranianos. “¡Qué Ucrania ni qué ocho cuartos!”, bramó cuando le preguntaron acerca de la abominable invasión de Putin. Entonces era candidato y no querría criticar el que su amigo Putin arrasara Ucrania para dar rienda suelta a sus enfermizos delirios de grandeza.

Ya de presidente rectificó un milímetro el rumbo, aunque nunca salió de sus labios una condena radical, firme, incuestionable, de la guerra que inició el sanguinario exespía soviético. Poco parece preocuparle a Petro que el zar, en su afán de someter y anexionarse Ucrania sin justificación alguna, sea el responsable de la muerte de niños y de la devastación de un país que lucha por defender su independencia, libertad y democracia.Pero como el líder tribal comparte con Putin la aversión hacia los valores occidentales y la desolación por la caída de la Cortina de Hierro, prefiere atacar a Israel y hacerse el loco con el dueño del Kremlin.

Ahora Petro anda convencido de que alcanzará su viejo anhelo de liderar a la izquierda mundial poniéndose del lado palestino y haciendo de su causa uno de los ejes de su personalista política internacional. De ahí que no haya repudiado las atrocidades de Hamás, algo insólito tratándose de crímenes contra ciudadanos indefensos, niños, mamás y abuelos entre ellos. Tuve acceso al espeluznante documental, reservado a la prensa, que recoge un sinnúmero de videos en los que se ven algunas de las muchas barbaridades que cometieron los terroristas. Cualquier ser humano, con un mínimo de corazón, no dudaría en condenarlas.

Rechazar sin paliativos el terrorismo de Hamás no supone desconocer las justas pretensiones palestinas de tener su propio Estado, libre e independiente. Ni conlleva evadir el repudio, de manera taxativa, de los bombardeos israelitas que causan miles de civiles muertos, entre ellos incontables niños.

Como en esta revista aparece el reportaje que hice sobre mi recorrido en Israel, prefiero dejar ahí el tema. Además de que Petro no modificará su discurso extremista ni cambiará su actitud hacia países y presidentes que no sean de sus afectos, tipo Milei o Bukele. Para él, la democracia es un valor relativo. Solo la aprecia si ganan los suyos. Tampoco le preocupan las tiranías y su barbarie con tal de que le sirvan. Tenaz.

NOTA: La manera sucia, gansteril, con que sacaron de la Súper de Industria y Comercio a María Socorro Pimienta, profesional meritoria y seria, con el único fin de controlar una entidad esencial para los empresarios, es otra prueba de la peligrosa deriva de este gobierno.

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