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Que florezcan cien flores…

En Colombia toda persona que haya llegado a ocupar un cargo público, por nombramiento o elección, considera que su destino natural es alcanzar la presidencia de la república. Ha nacido para eso.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
14 de diciembre de 2019

Lleva apenas poco más de un año el gobierno de Iván Duque, y ya proliferan los candidatos a sucederlo. Diez o veinte veces he señalado aquí que es una obsesión de los colombianos, los ciudadanos de este país sin memoria, esta de ocuparse exclusivamente de las elecciones, que rara vez tienen algún efecto sobre la realidad; y más de las elecciones futuras que de las pasadas, que son las que configuran la situación dada en el momento. Justamente: dada, y en el momento. Es decir, recibida, y sobre lo que hay. Tal vez sea esa tendencia a vivir en un nebuloso futuro hecho de deseos y de temores en vez de hacerlo en el presente lleno de realidades (o incluso en el pasado repleto de horrores) lo que nos tiene en un perpetuo estancamiento. En un pantano.

Vuelvo a los candidatos ya presentes.

Para empezar está la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, proclamada por el farsante de Invercolsa Fernando Londoño como solución de la derecha dura ante el ausentismo mental del propio Duque. Pero también hay varios uribistas que se sienten merecedores –el ministro Carlos Holmes Trujillo, la senadora Paloma Valencia, el embajador Pachito Santos– y por añadidura el procurador Fernando Carrillo, que para manifestar su candidatura se ha puesto a opinar sobre todas las cosas, como si fuera un columnista de prensa. Más los remanentes: el exfiscal Néstor Humberto Martínez, el exalcalde Gustavo Petro, el exgobernador Sergio Fajardo. En Colombia toda persona que haya llegado a ocupar un cargo público, por nombramiento o elección, considera que su destino natural es alcanzar la presidencia de la república. Ha nacido para eso.

Pero no son solo los funcionarios. También los poetas. El feroz Miguel Antonio Caro fue presidente, y el transido José Asunción Silva soñó con serlo. Gabriel García Márquez, propuesto varias veces para la candidatura, ha sido quizás el único que tuvo siempre la lucidez de rechazarla. Y hasta un anarquista iconoclasta como Fernando Vallejo le ha dedicado un libro entero al delirio de contar lo que haría si también él, como todos, como cualquiera, fuera presidente de la república.

En Colombia toda persona que haya llegado a ocupar un cargo público, por nombramiento o elección, considera que su destino natural es alcanzar la presidencia de la república. Ha nacido para eso.

¿Y por qué no? Es que, se dirán todos, si Andrés Pastrana llegó a la presidencia, ¿por qué no va a poder llegar cualquiera? No se exige talento, ni experiencia, ni nada. Salvo, tal vez, palancas: un apellido de delfín, o el respaldo de un expresidente que haya subido al curubito de la misma manera. No se necesita ni siquiera presentar el prontuario judicial. Al famoso narcotraficante y asesino Pablo Escobar, por ejemplo, hubo que matarlo a tiros en un tejado para impedir que fuera elegido presidente. Tal como había mandado él matar a tiros en una tarima a Luis Carlos Galán por la misma razón. Y en cambio al gobernador de Antioquia asociado a tantas muertes causadas por los paramilitares, Álvaro Uribe, lo eligieron presidente dos veces sin la menor resistencia –hasta el punto de que uno de sus jefes de campaña, el después nombrado director del DAS y hoy preso por asesinato, Jorge Noguera, tuvo que inventarle un autoatentado para simular que la había–: la primera vez con el apoyo electoral del paramilitarismo en pleno y la segunda tras haberle roto una vértebra a la Constitución con los votos comprados de varios parlamentarios, por cuya negociación a favor del presidente tuvieron que pagar varios años de cárcel por cohecho dos ministros de su Gobierno.

En resumen: aquí sale presidente el que salga como por la arbitraria decisión de una moneda echada al aire.

Recuerdo que una vez, para un debate televisado entre los dos candidatos Andrés Pastrana y Ernesto Samper, tiraron una moneda al aire para saber cuál de los dos debía hablar de primero: y cayó de canto, sin mostrar cara ni sello. Hasta a la moneda le daba igual. Esa vez resultó elegido Samper, pero a la siguiente le cayó el turno a Pastrana. Así que ¿por qué no? Cualquiera puede intentarlo. Si hasta Pastrana pudo…

Y es por eso que en Colombia todos, no solo los procuradores como Carrillo sino hasta los columnistas de prensa que opinan tanto como él, quieren ser presidentes.

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