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Mancuso: solo vale acusar a Uribe

Por algún motivo, Mancuso prefirió afirmar la falacia de que jamás corrompieron a togados y fiscales. Esa nos la quedó debiendo y supongo que así la dejará.

Salud Hernández-Mora, Salud Hernández-Mora
22 de agosto de 2020

Deberían reconocerlo. No les interesa lo más mínimo la verdad que Mancuso aún debe contar. Si les importara, habrían leído sus muchas versiones libres y las de miles de sus subalternos para conocer un poco más la trágica historia de la violencia colombiana. Pero las atrocidades que cometieron contra campesinos de lugares remotos que ni siquiera ponen en el mapa les vale poco.

Lo único que quieren escuchar de labios del excomandante paramilitar, la razón de su desespero si optara por afincarse en Italia sin abrir la boca, es que Álvaro Uribe fue un jefe paramilitar. Y su hermano Santiago, el lugarteniente principal. No más. Si suelta esa perla que tanto anhelan, la JEP lo acogerá en su seno para sentenciarlo después a cultivar lechugas en la Toscana. Y como ñapa, si acaso, podrá agregar el nombre de un general.

Lo admirable es lo hábiles que siempre son los amigos de las Farc. La semana en que el foco debería estar en la comparecencia de los comandantes guerrilleros en la JEP, para hablar de reclutamiento de menores y los martirios de todo tipo que infligieron a los niños-guerrilleros, enseguida ponen sobre la mesa la deportación de Mancuso. Y reiteran la mentira de que, si no aterriza en suelo colombiano, la verdad se escapará de nuevo.

Aunque esos supuestos amantes de la paz jamás lo aceptarán, sería injusto no admitir que antes de extraditarlo a Estados Unidos, en mayo de 2008, Mancuso fue el integrante del comando central de las AUC que más salvajadas asumió. Y el que echó al agua a mayor número de cómplices políticos y militares, igualado, quizá, por el Alemán. Por supuesto que se guardó atrocidades y ocultó aliados, pero al lado de la mudez del M-19 y de las mentiras flagrantes y el silencio atronador de las Farc, se podría decir que ha cantado La traviata.

¿O acaso aún creen el cuento chimbo de que la Corte Suprema destapó la parapolítica? El pacto de Ralito, firmado en 2001 para “refundar la patria”, unido a las confesiones de decenas de comandantes fueron los hilos de los que tiraron los magistrados para dejar al descubierto los nexos criminales de políticos con paramilitares. Lo de Ralito lo conocimos en 2006 gracias, exclusivamente, a Justicia y Paz, el proceso que tan bien negoció el reputado psiquiatra Luis Carlos Restrepo, al que los pseudopacifistas fustigaron con denuncias inverosímiles para meterlo en prisión. Puede Restrepo sentirse orgulloso, allá donde quiera que esté exiliado, del gran aporte que hizo a Colombia y que muchos le reconoceremos siempre. 

Antes de la desmovilización paramilitar, las altas cortes fueron alcahuetas o pecaron por omisión. Quizá se contagiaron de Samper y no vieron la manada de elefantes que llegó a ocupar el 35 por ciento de las cámaras legislativas hasta que lo revelaron los propios paracos en su proceso de paz.

Y es la Justicia, precisamente, una de las principales lagunas en la memoria de Mancuso. Prefirió no mencionar y tampoco le insistieron, por obvias razones, cómo las AUC compraron fiscales, jueces y magistrados, cuáles tenían de bolsillo, qué caudal de delitos les taparon, a qué precio se vendieron. Y que relate, por ejemplo, por qué esas altas cortes que ahora sacan pecho no movieron un dedo cuando Hernando Molina, hijastro del procurador Edgardo Maya, fue candidato único a la Gobernación del Cesar, impuesto por Jorge 40. Recuerdo que defendí en columnas el voto en blanco, que miles de ciudadanos promovieron en señal de protesta, y me gané una demanda por injuria y calumnia de Molina. Pero gobernó y solo gracias a Justicia y Paz fue después condenado.

Por algún motivo, Mancuso prefirió afirmar la falacia de que jamás corrompieron a togados y fiscales. Esa nos la quedó debiendo y supongo que así la dejará.

También podría decirnos si existió aquel famoso pacto secreto con Uribe en Ralito, para no extraditarlos a Estados Unidos, que tanto escándalo mediático generó en su momento. Los mismos que gritaban indignados por el presunto acuerdo luego clamaban con idéntica cólera que los mandaba a USA para sepultar la verdad. La incoherencia ha sido la norma de ese sector de la sociedad.

Que explique, de paso, por qué aceptaron entregar las armas si en ese momento las AUC estaban en la cúspide de su inmenso poder, a diferencia de las Farc, en claro declive cuando hablaron con Santos. Un Macaco o Don Berna, por ejemplo, jamás imaginaron que sometían al Gobierno sus ejércitos y su poderío para terminar firmando lo que consideraron un pésimo acuerdo. ¿Creían que lograrían con Uribe la impunidad, las curules y una historia blanqueada que después Santos les regaló a las Farc?

Jorge Iván Laverde, alias Pedro Fronteras, hombre de Mancuso que admitió que incineraban decenas de cadáveres en hornos crematorios para borrar sus huellas, no tenía orden de captura cuando se desmovilizó. Pero ha acudido a más de 800 audiencias para confesar de todo. ¿Los que reclaman la deportación de Mancuso a Colombia ya leyeron sus testimonios si tanto les interesa la verdad?

La respuesta es evidente: no les importa. Solo quieren a Uribe. El resto lo pueden engavetar.