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Mi cuerpo al que tanto rechazaba no tenía la culpa

Al otro día de la golpiza, en la tarde, llegaron siete tipos armados. Ese día asesinaron a mi mamá y a un tío. Nos tuvimos que ir del pueblo y empezamos a estar en todas partes

Paula Catherin Doria Guevara
18 de mayo de 2019

Soy Yolanda Perea. Nací en Río Sucio, Chocó, hace 35 años. Tengo dos hijos. Soy la mayor de cinco hermanos. Hija de María Ricardina Perea, quien fue mamá y papá.

Crecí en la vereda Pava. Allá éramos felices. La comida nunca faltaba porque la tierra daba de todo. Lo único que comprábamos era sal. Una noche de 1997 mi mamá y mis tíos se fueron a una fiesta y nos dejaron en casa de mi abuelo, que no quiso ir.

Cuando ya estábamos acostados entró a la casa un guerrillero. Yo sabía que lo era porque antes lo había visto con camuflado pero esa noche estaba vestido de civil. Me apuntó en la cabeza. Me quedé inmóvil y él abusó de mí. En ese momento yo tenía 11 años.

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Mi mamá me encontró. Me cargó en sus brazos. Me preguntó qué me había pasado. Yo sabía que no podía mentirle porque de todas formas ella siempre se daba cuenta de todo. Me dejó en los brazos de mi abuela y me dijo que más tarde volvía. Mamá se fue al asentamiento de las Farc a pedirle a los gritos explicaciones al comandante. Pero él le dijo que yo mentía. Ella no le creyó.

Al otro di´a de la golpiza, en la tarde, llegaron siete tipos armados. Ese di´a asesinaron a mi mama´ y a un ti´o. Nos tuvimos que ir del pueblo y empezamos a estar en todas partes

Pasaron dos meses. Yo estaba estancada, como el agua que no se mueve si no la mueve la brisa. Lo único que me gustaba era la pesca porque es silenciosa. Un día estaba en esas, muy concentrada, muy callada, como en un letargo. De pronto me vi en la orilla y varios hombres me estaban pegando patadas. Cuando reaccioné grité tan fuerte que mi abuela me escuchó y bajó al río con una escopeta para amenazarlos. Cuando la vieron se montaron en el bote y se fueron. Mi abuela me hizo jurar no decir nada a mamá, y que si juraba en vano se me aparecía el diablo. Entonces no dije nada.

Al mes de la golpiza, en la tarde, llegaron siete tipos armados. Ese día asesinaron a mi mamá y a un tío. Desde entonces dejé de ser la consentida de mi abuelo. Él me miraba con odio. Pensaba que si yo no hubiera dicho nada, mi mamá estaría viva. Nos tuvimos que ir del pueblo y empezamos a estar en todas partes. Aprendí a cocinar y después empecé a trabajar en varias casas de familia. Por esa época conocí al hombre más lindo y tuvimos dos hijos.

Por una amiga logré que una fundación me diera atención psicológica. Me conseguí una loquera espectacular. También pude estudiar primaria, bachillerato y una técnica en administración de granjas integrales. Empecé a trabajar de voluntaria en esa fundación y también conocí la Iniciativa de Mujeres por la Paz. Allí conseguí otra loquera espectacular para arreglar mi matrimonio pero no se pudo.

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En 2011 me invitaron unas organizaciones para hablar de restitución de tierras. Cuando empecé a involucrarme recibí llamadas y panfletos: “Recuerde que le puede pasar lo mismo que le pasó a su mamá”, decían. En ese momento yo estaba en Apartadó y huí a Medellín. Fue muy duro estar con mis hijos sola en una ciudad tan grande. Entré en crisis pero la fundación me ayudó a conseguir una psicóloga que me ayudó a organizar mis ideas.

El 22 de noviembre de 2011 creamos con un grupo de mujeres la Corporación Afrocolombianos el Puerto de mi Tierra. Tiene la foto de mamá. Otras organizaciones me invitaron a hablar de la violencia sexual en el marco del conflicto y he viajado a muchas ciudades. Desde ahí empieza mi lucha fuerte por la defensa de las víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto. El 2 de mayo de 2018 entregamos 2000 casos de abuso sexual ante la JEP y ahora estamos tejiendo con las víctimas unas colchas para que el 25 de mayo se hagan unos plantones y una subasta para que con ese dinero podamos ayudar a las víctimas.

No se puede reparar a una víctima de violencia sexual, pero al menos se puede indemnizar. Yo, por ejemplo, recibí ayuda psicológica y creo que es muy necesaria porque de otra manera yo me seguiría sintiendo culpable por la muerte de mi mamá o por el aborto. Gracias a esa ayuda entendí que no fue mi culpa lo que me pasó y que mi cuerpo al que tanto rechazaba tampoco tenía la culpa.

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Para mí es importante que las Farc reconozcan que cometieron estos delitos y que digan que la culpa es de ellos y no de las víctimas. No descansaré hasta que todos los actores del conflicto reconozcan que hay 27.000 víctimas de violencia sexual. No me rendiré hasta que Colombia entienda que esto no se debe repetir, así esa lucha me siga costando amenazas.

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