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Todos tenemos alguien a quien amar

Le aposté todo a la paz y acepté en mi casa tanto a guerrilleros como a paramilitares, sin reproches, porque siempre he dicho que somos hermanos. Los victimarios tienen una historia que los obligó a ser lo que son.

Angelina Isabel González Jiménez, Angelina Isabel González Jiménez
18 de mayo de 2019

Mi nombre es Angelina Isabel González Jiménez. Vivo en la vereda Camarón, la última del Carmen de Bolívar, que limita con el municipio de María La Baja. Nací aquí y soy campesina al cien por ciento. Empecé como docente a los 17 años, no porque estuviera preparada para serlo, sino simplemente porque aquí nadie sabía ni leer ni escribir.

 Aquí todos eran iletrados. Yo aprendí a leer porque cuando tenía 12 años, una sobrina de mi mamá ofreció patrocinarme la escuela a cambio de mis servicios domésticos. Luego estudié en María La Baja y en el Carmen de Bolívar, y en el año 1977 me casé. A los dos años me separé, pero me quedé en Camarón a enseñar con mis dos hijos a cuestas.

 Empecé dando clases en una escuela de banquitas en mi propia casa, y ya tenía casi cien niños. A mí nadie me pagaba por eso, sin embargo, era un trabajo que yo hacía por mero gusto. Al principio mis alumnos eran niños pequeños; pero como eran tantas las personas que no sabían leer, terminé dando clases a gente de hasta 40 o 50 años.

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Se sabe que la mujer campesina suele ser sumisa y obediente ante la figura del macho, que por lo general es quien tiene la palabra en el hogar. Yo desde que tengo uso de razón he sido muy diferente y me considero una mujer despierta, a la que le gustan las cosas como son. Me agrada tanto el campo que desde siempre he defendido la estabilidad y la permanencia en él frente a los guerrilleros, frente a los paramilitares y frente al mismo gobierno, y he dicho que de aquí de Camarón nunca me van a sacar. Por buscar la forma de difundir mi mensaje a la comunidad logré el año pasado el galardón de periodismo Simón Bolívar, el título de hazañas maestras RCN en 2018, y soy reconocida como embajadora de la mujer campesina en los Montes de María.

 Mi lucha es también por la defensa de la flora y de la fauna de mi tierra, porque tengo el lema de que un árbol hace más bien a una sociedad que un hombre. 

Le aposté todo a la paz y acepté en mi casa tanto a guerrilleros como a paramilitares, sin reproches, porque siempre he dicho que somos hermanos. Los victimarios siempre tienen una historia que los obligó a ser lo que son.

El conflicto azotó mucho a la alta montaña del Carmen de Bolívar por que aquí venían y permanecían todos los grupos armados y el Gobierno nacional no se veía por ninguna parte. En la década de los noventa, en Camarón existían 120 familias y después de una terrible violencia quedaron solo 14, entre esas la mía. Hubo muchos muertos, violaciones, secuestros y los asesinatos eran el pan de cada día. Yo por eso le aposté todo a la paz desde mi territorio y acepté en mi casa y en mi familia tanto a guerrilleros como a paramilitares sin reproches, pues siempre he dicho que somos hermanos. Los victimarios tienen una historia que los obligó a ser lo que ellos son. A pesar de las amenazas que recibo a diario, nunca me fui de mi tierra. Soy una mujer resistente que ha sabido superar las dificultades de la violencia para poder vivir feliz en mi territorio.

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La sociedad colombiana le ha dado muy duro al campesinado, y la mayoría de los campesinos no estamos preparados para sobrevivir. Los actores de la violencia fueron muy inteligentes por que supieron aprovechar esa situación para llenar sus filas con personas a las que no les quedó otra salida. Yo siempre he perdonado y he buscado la forma de que los victimarios también lo hagan. La violencia se supera con amor, tolerancia, prudencia, respeto y verdad.

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Tristemente, los acuerdos de paz de La Habana no funcionaron en mi pueblo. Aquí lo que ha funcionado es ese gran deseo de permanecer en el campo y de vivir tranquilos que, luego de ver las consecuencias de la violencia, nos permitió perdonar. Nosotros aquí hicimos nuestro propio acuerdo con los vecinos, con los campesinos y con los propios agresores.

 Mi mensaje a la población colombiana y al Gobierno nacional es que por favor no masacremos más a los líderes y lideresas, ni a ningún otro colombiano. La vida solamente le pertenece al Creador, y nosotros no somos nadie para cegar la vida a una persona. Yo quisiera que cada agresor se ponga la mano en el corazón y se dé cuenta de que él también tiene una familia a quien amar, una persona a quien amar y de que a él también lo aman. Si entendemos que todos tenemos una persona a quien amar y logramos que los agresores se metan eso en la cabeza a la hora de matar, nuestra amada Colombia será otra.