
Opinión
Miliciano en el poder
La intención ya no se oculta. Un milimétrico plan que busca desestabilizar la propia patria.
La política internacional en la región ha sido, históricamente, un instrumento esencial para el fortalecimiento institucional y el desarrollo de los Estados. En el caso colombiano, los compromisos de cooperación con la comunidad internacional, especialmente con Estados Unidos, han constituido un pilar fundamental en la lucha contra el crimen transnacional, el narcotráfico y los grupos criminales armados. Esta alianza estratégica, más allá de los beneficios económicos y de seguridad, ha permitido consolidar mecanismos de gobernanza global orientados a la estabilidad regional.
No obstante, las recientes actuaciones del presidente Gustavo Petro, a menos de un año de culminar su desastroso mandato, solo persiguen enemistar a Colombia con la comunidad internacional. Su discurso confrontativo hacia el Gobierno de Estados Unidos, materializado en declaraciones públicas y pronunciamientos políticos, que hoy transcienden a discursos en Nueva York instando a la rebelión de las fuerzas armadas norteamericanas en contra de su patria, ha generado un clima de tensión innecesario. Esto no es nuevo; basta recordar la reiterada descalificación hacia Donald Trump, el respaldo a regímenes narcoterroristas como el de Nicolás Maduro, y su postura radical en la no intervención del Cartel de los Soles. Lo anterior constituye un cúmulo de actuaciones que debilitan la credibilidad del Estado colombiano en el escenario internacional.
La postura de Petro vulnera incluso tratados internacionales, irrespeta todo parámetro de buena fe, sin descontar la obligación que tiene como jefe de Estado de dirigir las relaciones internacionales en pro del bienestar de la Nación. Su postura guerrista en calles norteamericanas solo da muestra de sus intereses personales, abusando de las competencias diplomáticas que le otorga la Constitución y el mismo derecho internacional.
Las consecuencias de esta deriva política no son menores. Un eventual deterioro en las relaciones bilaterales con Estados Unidos podría traducirse en sanciones económicas, restricción de cooperación técnica y limitación de beneficios arancelarios que hoy sostienen buena parte del equilibrio fiscal y comercial del país. A esto se le suma la suspensión de la asistencia en materia de inteligencia y defensa, lo cual representaría un golpe severo a la seguridad nacional y a los esfuerzos en la lucha contra el narcotráfico.
De otra parte, el retiro de la visa norteamericana a Gustavo Petro y parte de su gabinete constituye un consecuente lógico del deleznable e irresponsable actuar del presidente y su séquito, al tiempo que se erige un debilitamiento estructural en la cooperación internacional, desconociéndose además que buena parte de la prosperidad nacional radica en la articulación y unión de esfuerzos internacionales.
En este punto, lo que sucedió en Nueva York no es un hecho aislado; como lo he venido advirtiendo, el desgobierno del cambio solo busca generar una tormenta perfecta, sumiendo a Colombia no solo en violencia interna, inseguridad, aumento en los cultivos ilícitos y producción de narcóticos, sino que ahora trasciende a comprometer la estabilidad internacional, en particular con Estados Unidos, potencia y aliado en la lucha contra el narcotráfico y el crimen trasnacional.
La intención ya no se oculta. Primero, atacar a Trump por intervenir gobiernos terroristas en la región; luego, la descertificación, y ahora, la vulneración de la soberanía e instigación en calles de Nueva York, un milimétrico plan que busca desestabilizar la propia patria, evidenciando que no se tiene un presidente, sino un miliciano en el poder.