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¿NOS DERROTARA NUESTRO PROPIO CINE?

Semana
17 de octubre de 1983

Focine amenaza con convertirse en un nombre tabú para los colombianos. El sólo pronunciamiento de sus tres sílabas, Fo-ci-ne, evoca automáticamente una de nuestras más dolorosas frustraciones culturales, la del cine colombiano, ahora unida a la denuncia de que en el esfuerzo de convertirlo en una industria se han invertido cerca de 292 millones de pesos, de los cuales apenas se han recuperado 75 y se espera que los 217 millones restantes terminen enterrados bajo una discreta lápida que seguramente rezará: "Aquí yacen las primeras posibilidades de tener una industria cinematográfica decente".
Pero desahuciar a Focine sobre la base de que es una entidad cuyo sostenimiento le cuesta a los contribuyentes 60 millones de pesos anuales para que cumpla con la controvertida función de prestar un dinero que no recupera, es equivalente a comerse la falacia de que la moneda tiene una sola cara.
La Compañía de Fomento Cinematográfico fue creada en 1978 para hacer exactamente lo que su nombre indicaba. Lo que no se tenía muy claro era como, y este es un precio que todavía estamos pagando: Focine tenía primero que aprender a hacer cine, para luego enseñar a hacerlo. Y si somos francos, debemos aceptar el hecho de que maestro y alumnos apenas están saliendo del preescolar, y que desde luego se han pagado primiparadas como la de haber prestado dinero que ciertos pícaros no invirtieron en hacer películas sino en devengar intereses.
Algo semejante sucede con el público colombiano, también en un franco proceso de educación. Que el Gordo Benjumea haya sido el protagonista de las tres películas colombianas más exitosas de la historia no es, simplemente, índice de la mala calidad del cine nacional, sino más que todo, del nivel estético del público colombiano. Pero contentarnos con el aforismo de que "cada pueblo tiene el cine que se merece" es resignarnos a terminar esta década derrotados por nuestro propio cine.
Lo primero que debemos aceptar, por doloroso que sea, es que, tal y como fue diseñada, Focine no tenía otra posibilidad que la de perder dinero, en una inversión a largo plazo.
Es cierto que otras actividades culturales como el teatro colombiano han llegado a una estupenda madurez sin recibir un solo centavo del Estado. Pero también es cierto que no pueden compararse los costos de montar una obra de teatro con los de filmar una película, pues mientras en el primer caso la escasez de recursos es un reto artísticamente afrontable, en el segundo se trata de un obstáculo comercialmente implacable. Y es ahí, precisamente, donde debe comenzar la actuación de Focine.
Como empresa industrial y comercial del Estado, la compañía está obligada a pensar muchas veces como un particular. Esta mentalidad mercantilista podría invertirla, por ejemplo, en la compra de guiones cinematográficos de los particulares, en lugar de prestarles a los guionistas un dinero para que bajo su propia cuenta, riesgo e inexperiencia, lo inviertan en proyectos que llegan indefectiblemente a la quiebra. Convertido en productor, Focine asumiría bajo su responsabilidad la inversión de su propio dinero, dando empleo a expertos a la vez que entrenando aprendices de la cinematografía.
Pero para no excluír la iniciativa privada, podría contar con una gigantesca infraestructura cinematográfica que les permitiera a los más aventureros fabricar sus propias películas a los menores costos técnicos y operativos, limitándose de esta manera el riesgo de Focine a subsidiar el préstamo de equipos que a su vez harían menos temerarias las incursiones particulares en la fabricación de cine nacional.
Quizas la clave de todo radique en perderle un poco el miedo a la posibilidad de que las empresas del Estado, así se trate de entidades de fomento, funcionen con la mentalidad de un particular, que se escandalizaría con la noticia de que en un momento dado va a perder el 74 % de su inversión. Si resuelve seguir adelante, muy seguramente cambiará el modus operandi de su empresa. O la convierte en un establecimiento de beneficencia y la pone a funcionar como tal, o encuentra una alternativa para que no parezca, sin serlo, un establecimiento de beneficencia.
Con un criterio financiero como el que actualmente está aplicando la gerencia de Focine, es de esperarse que en pocos meses pueda revertirse la actual tendencia, haciendo que las palabras luz, cámara y acción se conviertan en una ecuación comercial y culturalmente exitosa.--

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