David Ghitis

Opinión

¿Ocurrirá en Colombia un ‘Kristallnacht’ de la mano de Gustavo Petro?

Ese odio no es abstracto; tiene víctimas con nombres.

David Ghitis
1 de octubre de 2025

El 9 de noviembre de 1938, Alemania cruzó un umbral sin retorno. La “noche de los cristales rotos” (Kristallnacht) no fue solo un pogromo: fue el instante en que la propaganda antisemita se volvió puñal, las palabras, antorchas, y los prejuicios, cenizas humeantes. Más de 1.400 sinagogas devoradas por las llamas; miles de negocios hechos trizas; cementerios pisoteados como basura. Más de 30.000 judíos arrestados en Alemania, Austria y parte de Checoslovaquia, arrastrados a infiernos como Dachau, Buchenwald y Sachsenhausen, donde el terror no era abstracto: torturas, humillaciones, y una “liberación” a cambio de exilio forzado.

Pero el cristal no se astilló de la noche a la mañana. Se fue rajando silenciosamente durante años: discursos que envenenaban almas, leyes que aplastaban derechos, silencios que aplaudían el horror.

Hoy, Colombia juega con ese mismo fuego.

En el último Consejo de Ministros, el presidente Gustavo Petro soltó esta bomba: “Los israelíes se están adueñando del centro de Bogotá para trata de mujeres”.

Pronunciada desde el Olimpo del poder, esa frase no es mera torpeza diplomática: es un fósforo encendido en un polvorín. En un país donde el término “israelí” se confunde con “judío” como un reflejo distorsionado, esa frase no muere en el salón. Se viraliza como plaga: en redes que escupen veneno, en universidades donde se murmuran conspiraciones, en Transmilenio, donde el odio a menudo acompaña el viaje. Petro no dice “judíos”, pero el pueblo —o su peor versión— lo grita por él. Como en 1938. Así nació la Kristallnacht: no en llamas, sino en susurros que tatuaron a un pueblo entero como enemigo nato.

Criticar a Israel es legítimo; estigmatizar etnias, criminal. Cuando el jefe de Estado acusa a extranjeros de colonizar barrios para redes de trata, sin pruebas ni pudor, no siembra polémica: pide sangre. Ese odio no es importado; tiene raíces podridas en Colombia: libelos del siglo XX que envenenaron generaciones, teorías conspirativas que hoy pululan como ratas en las sombras de internet, impunes y multiplicadas (recuerda el ataque a una sinagoga en Cali hace unas pocas semanas, o los tuits que claman “judíos controlan todo”, según informes de la Liga Antidifamación).

Ese odio no es abstracto; tiene víctimas con nombres. Recuerden a Miguel Uribe Turbay, el senador opositor baleado en pleno mitin el 7 de junio de 2025, un disparo que lo dejó en coma hasta su muerte el 11 de agosto. No acusamos al presidente de empuñar el arma, pero sí de una responsabilidad política innegable: sus más de 43 publicaciones en X que lo tildaban de “mafioso” y “traidor”, ambientando un clima de hostilidad que, como un eco maligno, se traduce en balas. Palabras presidenciales que estigmatizan no solo polarizan; matan.

Y en Colombia, donde el rencor duerme con un ojo abierto, ¿cuántas fisuras más hasta que el cristal estalle? ¿Estamos al borde de una Kristallnacht tropical? No lo sabemos. Pero sí sabemos que las palabras presidenciales no son anécdotas: son decretos del destino. Sabemos que Petro miente cuando dice “no quise”. La historia escupe a los arrogantes que repiten sus fiascos.

La Kristallnacht no fue un rayo; fue una tormenta anunciada por propaganda, comentarios del gobierno y desinformación.

En Colombia, ¿se está tejiendo una red que legitime la cacería del “enemigo interno”? ¿Quién demonios calla? ¿Los medios, que titulan tibios? ¿Las cortes, que bostezan? ¿Los partidos, que se acomodan en el silencio? Colombia no está perdida. Aún. Estamos a tiempo de arrancar el antisemitismo de raíz: no con discursos tibios, sino exigiendo que el poder cierre la boca al odio o dimita por irresponsable. A tiempo de desenmascarar la normalización del prejuicio antes de que devore barrios. A tiempo de blindar nuestra democracia contra el fuego que viene.

Porque cuando oigas el crujido del cristal, no habrá arrepentimientos que apaguen las llamas. Solo ruinas. Y tú, lector, ¿qué vas a hacer antes de que el cristal se rompa?

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