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Petro por Petro

El relato de su vida, escrito por él mismo, mucho aporta a la comprensión de su gobierno.

10 de enero de 2023

El Gobierno se propone presentar al Congreso varias propuestas estructurales, entre las que cabe mencionar las relativas a la salud, las pensiones, la energía y el empleo. No conocemos los pormenores. Sabemos, sí, que se parte de una evaluación muy negativa de lo que hemos venido construyendo a lo largo de los años, de la convicción de que hay que otorgar al Estado un renovado protagonismo y de una enorme desconfianza hacia el sector privado. En buena parte, esas fuentes de inspiración están ya esbozadas en la autobiografía de Petro, Una vida muchas vidas. Su análisis es el propósito de este ensayo.

El libro de nuestro presidente puede ser leído de dos maneras distintas. La primera, tomándolo como una entre otras fuentes para entender el periodo de la historia de Colombia que abarca desde sus años de adolescencia hasta el momento en que lanzó su reciente campaña presidencial; no es esa lectura la que en este momento me interesa. La segunda se enfoca en la visión que tiene de sí mismo y de su papel en el futuro de Colombia; de ella fluye que tiene sólidas convicciones, suficientes para explicar sus acciones en estos primeros meses de gobierno y anticipar las metas que pretende lograr. Nada lo desviará de cursos de acción sobre los que ha meditado durante largos años, salvo que la correlación de fuerzas políticas y las restricciones normativas se lo impidan. No podemos vaticinar resultados, aunque sí debates complejos.

1. Personalidad e ideología

Cualquiera que aspire a conquistar el poder por medios electorales, profesa un alto concepto de sí mismo. Solo bajo este supuesto es comprensible que pida a los ciudadanos que lo elijan. Lo dice en distintas partes de su obra: “Simplemente me concebía como una figura brillante dentro del Congreso, muy parecido a cuando estudiaba en mi colegio de bachillerato y sacaba el primer puesto todos los meses [… ]Yo me posicionaba como una especie de faro que brillaba en el Congreso, cuya luz solo veían los demás congresistas, que eran parte del régimen mafioso en Colombia”.

Inspirado por el ascenso de Humboldt a la cima del Chimborazo, entonces considerada la cumbre más alta del mundo, Bolívar escribió en 1822 su Delirio sobre el Chimborazo: “He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas…”. El Libertador ya tenía cuarenta años cuando escribió su exultante poema. Petro, apenas al salir de la adolescencia, tuvo una epifanía semejante, no poética sino real; el ascenso, junto con un reducido número de amigos, a la Peña del Guaita, una montaña ubicada cerca de Zipaquirá: “Nuestro objetivo era… iniciar lo que considerábamos nuestro juramento a la lucha revolucionaria. Nuestro grupito nunca abandonó el esfuerzo por cambiar el país”. Esa necesidad de cambio radical y de la responsabilidad que sobre él recae para realizarla, comporta la descalificación de la obra de los presidentes que ha tenido Colombia desde Belisario Betancur en adelante y de quienes, habiendo sido sus aliados, han desertado de la buena causa, todos los cuales, de una y otra manera, lo habrían traicionado: Antonio Navarro, Lucho Garzón, Jorge Robledo, Claudia López. No hay duda: él es el único líder idóneo para sacar a Colombia de la crisis profunda en la que, en su opinión, está sumida.

Petro inicia su vida política como militante del “Movimiento 19 de abril”, primero, como promotor inerme de la causa y luego como guerrillero. Cuando el grupo se desmoviliza en el gobierno de Barco abandona para siempre la acción armada. El M-19, conviene recordarlo, nunca tuvo como objetivo explícito tomarse el poder por medios violentos, sino recuperar la democracia, que se habría hundido como consecuencia de un fraude electoral ocurrido en las elecciones de 1970. El vencedor -sostenía- debería haber sido el antiguo dictador, Rojas Pinilla, un dirigente populista, y no Pastrana Borrero, representante de la política tradicional. Según sus dirigentes, tesis que Petro parece compartir, la toma del Palacio de Justicia en 1985 no se realizó con el fin de acceder el poder, sino para forzar a la Corte a realizar un juicio político contra el presidente Betancur por haber incumplido sus promesas de paz con sectores insurgentes.

Como integrante de esa guerrilla, Petro favorece la movilización popular como una ruta mejor que la acción armada para impulsar el cambio social: “Nosotros pensábamos que estábamos dirigiendo al pueblo, y que no podían [los comandantes del M] comprendernos, pues estaban era (sic) en la conformación de un ejército militar en los campos, mientras que nosotros nos encontrábamos en la insurrección popular…”.

Sin embargo, compartía los objetivos del movimiento. “El M-19, entonces, estaba defendiendo un populismo armado. Una democracia social y un proceso de industrialización con justicia social… Por eso, el M-19 nunca fue un movimiento marxista. Había, por supuesto, “gente que estudiaba el marxismo, como yo”. ¿Qué era entonces? Lo que “podríamos llamar <socialdemocracia>, y que otros podrían llamar <populismo>”. Este es el primer pilar de la visión política de Petro, forjada inicialmente como agitador social en Zipaquirá y fortalecida luego como un integrante de un grupo guerrillero desmovilizado en 1990.

El compromiso del M. con la acción política inerme fue absoluto. Se desmovilizó en su totalidad y persistió en esa posición a pesar del asesinato de su líder Carlos Pizarro y del grave atentado padecido por Antonio Navarro quien había sido elegido para sustituirlo. En virtud del respaldo popular que esa postura pacifista generó en el país, tuvo una amplia participación en la Asamblea Constituyente de 1991. Navarro fue elegido como su copresidente, conjuntamente con Álvaro Gómez y Horacio Serpa. A pesar de las enormes diferencias entre ellos, contra todo pronóstico, ese experimento funcionó bien.

Al margen de la jerarquía de Petro dentro del Movimiento -según él mismo elevada, incluso, discrepante, en cuestiones esenciales de Pizarro- le cabe el mérito de la coherencia: jamás regresó a vía armada; toda su vida política posterior como congresista, funcionario diplomático en Bélgica, alcalde de Bogotá, ha transcurrido, hasta ahora, dentro de la legalidad. Desde ella, ha desafiado el orden social imperante, a veces desde el borde de la legalidad, pero sin acudir al uso de las armas.

Su preferencia por la movilización popular se materializa de una distancia insalvable frente a las Farc, un grupo centrado en la toma violenta del poder. “Para mí -dice Petro- la revolución era el pueblo en las calles, como protagonista de las transformaciones”. O en otra parte: Nunca sentí, a diferencia de muchos de mis compañeros, una vocación militar […]yo quería era (sic) la revolución. Me veía a mí mismo como un revolucionario, ese era mi título”. Específicamente sobre las Farc, escribe: “Esa guerrilla, obnubilada por el poder militar que había construido sobre la financiación de la hoja de coca, había destruido la posibilidad de hacer la paz”.

A su distancia frente a las Farc debe añadirse su pérdida de confianza en los movimientos sindicales; el progreso de los obreros en la sociedad capitalista, que tanto frustró a Marx, los condujo a convertirse en parte de la “sociedad burguesa”. Esa circunstancia explica que Petro crea que la transformación revolucionaria de la sociedad colombiana no pueda apalancarse en los trabajadores urbanos y sus organizaciones. Así las cosas, resulta comprensible que los conceptos marxistas clásicos de determinismo histórico, lucha de clases, dictadura del proletariado, apropiación de la plusvalía generada por los trabajadores, etc., no hagan parte su lenguaje. Lo dice con claridad, “El derrumbe de la Unión Soviética […]trajo con sí (sic) el derrumbe de la alternativa [socialista]y el derrumbe a escala mundial de la fuerza obrera”. Podría haber dicho que ya no es necesario salvar al proletariado, que se redime a sí mismo en el seno del capitalismo.

Con respecto a la acción armada y a ciertos grupos sociales que antaño fueron considerados esenciales para sustentar procesos revolucionarios, se impone añadir su rechazo del denominado “Castrochavismo” que sectores de la derecha, al parecer sin leerlo o sin creer en lo que escribe, le reprochan:

“El modelo cubano es un derivado del sistema soviético, y América Latina debe proponer un camino nuevo, precisamente que se cimente en la diversidad, en alejarse de ser simples extractores de materias primas como el petróleo o el carbón, en basar nuestra economía en el conocimiento”. Estas posiciones determinan que, como gobernante, sus relaciones con Cuba sean tibias; y con Venezuela, realistas, pero no entusiastas: habiendo fracasado la estrategia para derrocar a Maduro, el camino de restablecer relaciones diplomáticas era el adecuado y no se traduce en respaldo a su modelo político.

Las fuerzas sociales cuyo respaldo busca son lo que antaño se denominaba el “lumpen”, los sectores pobres e informales de la sociedad, en general carentes de organización política. En el contexto de Zipaquirá, que es el ámbito de sus primeras incursiones como revolucionario convencido, esa categoría estaba integrada por “los coteros de las plazas de mercado, las trabajadoras de las flores, la delincuencia, los trabajadores del carbón, los desempleados, etc.”. En la actualidad, la militancia petrista es muy similar: campesinos, jóvenes marginados, vendedores ambulantes, minorías étnicas y sexuales, desempleados y, en general, la gente que se mueve en el rebusque en las grandes ciudades. A ellos hay que añadir los militantes en las causas ambientales y de la izquierda tradicional: integrantes del magisterio oficial y funcionarios del Estado en los estrados bajos y medios. Por supuesto, su reciente triunfo electoral quizás no habría sido posible sin el malestar social generado por la pandemia.

Una faceta interesante y poco conocida del ideario de Petro es su sensibilidad cristiana. “…Mi cercanía con el cristianismo profundo, con la idea de San Francisco de Asís, me hacía darme cuenta de que sentía tanto amor por la gente pobre que estaba dispuesto a todo por ellos”. En otra parte escribe: “[…permanece a mi lado el amor al pobre […]Eso no lo aprendí del marxismo sino del cristianismo liberador […] La fuerza motora de la historia no es solo la historia de la lucha de clases, como pensaba Marx, sino también la fuerza del amor”. Es significativo que cierre su libro con esta frase: []me he escapado un tanto de la vieja pelea entre ateos y creyentes. ¿Qué sabemos nosotros? Somos viajeros y lo que nos trasciende no es más sino el amor”.

Es claro, entonces, que los sectores de la derecha que tienden a ver a Petro como un comunista ateo se equivocan. Le resulta fácil al presidente convocar a sectores cristianos, católicos o no, en pro de sus proyectos políticos. Este filón cristiano del ideario presidencial no es insular. Conecta con la “Teología de la liberación”, un subproducto del Concilio Vaticano II que se difundió por varios países de la región en la década de los sesenta. Entre sus exponentes cabe mencionar, en México, a Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, y al “subcomandante Marcos”; y, entre nosotros, los sacerdotes Camilo Torres y Manuel Pérez, ambos vinculados al ELN.

Estos antecedentes quizás despejen un enigma: por qué resultó tan sencillo para el candidato Petro en vísperas de las elecciones conseguir una cita con el Papa cuando sus competidores no pudieron obtenerla. Sorprende que esta ostensible interferencia de la Iglesia católica en los comicios no haya suscitado la protesta de nadie.

2. Ambientalista radical; enemigo del capitalismo

Petro reconoce haber sido en su primera juventud un devoto comunista, aunque su estadía en Europa fue la causa de una profunda epifanía: el descubrimiento de que el deterioro ambiental constituye una amenaza para la existencia misma de la humanidad. Esta militancia ambiental asume en su caso una dimensión apocalíptica: el capitalismo es la causa de la reciente pandemia y de otras calamidades semejantes en el porvenir; en realidad, la supervivencia de la humanidad está en jaque. Veamos:

“Por mis estudios en la Universidad de Lovaina, entendía que la nueva conflictividad política y la destrucción de la naturaleza que desataría el capitalismo, como relación social de producción, era el enfrentamiento y la destrucción de la naturaleza”. Allí pudo aprender sobre “ese capitalismo voraz y neoliberal que se había devorado el planeta en unos pocos años. Y lo entendí, por primera vez, desde la relación entre el desarrollo económico y la naturaleza. Este descubrimiento marcó mi paso por la Universidad de Lovaina”. Así las cosas, como lo ha reiterado recientemente en foros internacionales, la solución de los problemas asociados al calentamiento global implica reducir o estabilizar las emisiones de gases contaminantes, los cuales, hasta ahora, ha constituido el eje de los compromisos que con tanta dificultad se han logrado en las conferencias auspiciadas por Naciones Unidas. Se requiere, también, la superación o, al menos, una reforma profunda del modelo capitalista.

Es pertinente registrar la singularidad de este enfoque. La tesis generalmente aceptada es otra: la revolución industrial hizo posible un incremento gigantesco de la productividad, que es la causa, a comienzos del siglo XIX, de un fenómeno hasta ese momento desconocido: un crecimiento económico acelerado, muy superior a la tasa de crecimiento poblacional. Los efectos virtuosos de esta dinámica han sido la reducción de la pobreza, el aumento de la población y la mejora generalizada de las condiciones materiales de vida, en parte compensados por la desigualdad social y el deterioro ambiental.

Es verdad, por supuesto, que estos desarrollos han ocurrido en contextos capitalistas a partir del colapso de la Unión Soviética en 1989 y la instauración en China de un sistema capitalista bajo la férrea conducción del Estado. No obstante, es preciso tener en cuenta que los daños ambientales bajo esos sistemas totalitarios pueden ser peores que los que ocurren en los países democráticos. En estos hay transparencia, no en aquellos: el desastre de Chernóbil en Rusia, por ejemplo, no pudo ser conocido durante años. De otro lado, los avances científicos y tecnológicos que se están dando a velocidades vertiginosas permitirán afrontar con mayores posibilidades de éxito el calentamiento global. Esos progresos ocurren precisamente en la esfera capitalista y liberal.

Raciocinios de este tipo quizás no convenzan a nuestro presidente. Como lo registra en su libro: “[…] dejé de conducir, y llevo veintiséis años sin hacerlo. En un principio lo abandoné por miedo, pero después por mi visión política, cuando comprendí el daño que les ocasionaban los carros a las ciudades grandes y al medio ambiente”. No tuvo en cuenta que el impacto ambiental es similar cuando se conduce que cuando se viaja como pasajero, a menos que haya sido un usuario regular del transporte público…

El entonces candidato consideraba indispensable superar el modelo neoliberal plasmado en la Constitución de 1991 a instancias del gobierno de Gaviria, entre cuyos ejes menciona “... la independencia del Banco de la Republica y la privatización de lo público”. Nótese el recelo de Petro por una entidad independiente que vele por la estabilidad de la moneda y por su rechazo a la participación de empresas privadas en la gestión de bienes de interés público.

La política neoliberal de Gaviria se plasmó -lo señala con total claridad- en la expedición de las leyes sobre pensiones, salud, energía, telecomunicaciones y, en general, en la “privatización de todos los servicios públicos en el país”. Habría que incluir en esa lista, incluso a falta de mención expresa, los servicios portuarios, el transporte colectivo, la gestión del agua potable, la disposición de basuras, la construcción y operación de infraestructura, los servicios financieros. Es evidente que para el actual presidente esos sectores no debieron salir de la esfera estatal y que convendría que a ella regresaran. Si esto no fuere a cabalidad posible, el gobierno tratará, tanto como se pueda, de reducir ese componente privado.

Cabe señalar que es muy debatible considerar como definitorio de un sistema neoliberal la existencia de un banco central independiente. Lo mismo cabe decir de la participación de empresarios en el suministro de bienes de interés público como los ya mencionados. La banca central independiente y un esquema abierto a la competencia entre agentes estatales y privados en el suministro de servicios públicos, está prevista en la Constitución.

“El neoliberalismo, que se articula en ese eje de normas transitorias de la Constitución de 1991, permitió el crecimiento del régimen mafioso y este necesitó el neoliberalismo”. Al margen del error técnico que comete –esas no son reglas transitorias, sino permanentes– y de la circularidad o tautología del argumento, cabe señalar que la asociación, presuntamente necesaria, entre el régimen económico y las actividades mafiosas (las mismas que no define) es otro aspecto singular del pensamiento de Petro. Desde su óptica, es indispensable un cambio radical de los principios económicos que la Carta contempla para que la sociedad deje de ser “mafiosa”. En el fondo propone una cruzada moral, no un mero cambio de políticas económicas.

¿Cuáles son, entonces, las soluciones que propuso el entonces candidato? Que las economías de los países avanzados decrezcan, lo cual necesariamente implica un deterioro de las condiciones de vida de sus habitantes: si la torta disminuye, la tajada promedio -el ingreso per cápita- tendría que caer a menos que se produzca una reducción sustancial de la población. Su receta para países como el nuestro consiste en que se limiten a producir bienes indispensables. Estas son sus palabras: “Si uno analiza las corrientes políticas actuales que aún no han aterrizado en Colombia, en los países de gran capital, llegó el momento para decrecer. Para mí llegó la hora de empezar a producir solo cosas necesarias”.

¿Cuáles? El candidato no lo dice; se limita a señalar que no es necesario vestir abrigos de pieles ni consumir “mucha” carne. De acuerdo. No obstante, cabe preguntar: ¿cuál será la dieta correcta?, ¿será la misma para todos?, ¿dependerá de la disponibilidad de otras proteínas, de su costo relativo y de patrones culturales? De modo abstracto, hay que señalar que el repertorio de lo necesario se incrementa en la medida del progreso de la sociedad y que este carece de límites. A mediados del siglo pasada era común ver gente caminando descalza por las calles; hoy esa grave carencia ha sido solucionada. En la actualidad, la cobertura de la salud es casi universal, en aquella época era muy limitada.

Este discurso petrista en pro de la austeridad -limitémonos a lo indispensable que lo demás es consumismo- tal vez constituya un eco contemporáneo de ciertas tendencias ascéticas de la Iglesia católica. Recordemos al monje Girolamo Savonarola, quien, en el siglo XV, usó el púlpito para amenazar a los florentinos con graves castigos si se dejaban seducir por los placeres de este mundo en vez de prepararse para la vida eterna. Para ese fin estableció la “hoguera de las vanidades”, a la cual deberían arrojarse objetos de lujo y libros perniciosos, tales como los de Bocaccio. Como se recordará, Savonarola fue condenado por la Iglesia a morir en la hoguera. Trágica ironía.

Consciente, tal vez, de la utopía que plantea al mundo y de la dificultad de implementar en Colombia una política que asigne al Estado la tarea de definir qué se produce y qué no, el candidato esbozó otra alternativa: “Eliminar el poder que tienen en los gobiernos y en el mundo real los terratenientes”. A partir de una reforma agraria integral, habría que " […] aumentar el mercado interno y promover, por medio de la sustitución de importaciones, el crecimiento industrial de nuestros países”. O sea, el viejo modelo de la Cepal adoptado hace más de cincuenta años y abandonado luego en todos los países de la región por sus precarios resultados. Sin tener en cuenta esa realidad, el candidato, el entonces candidato presidencial, pensaba que el recetario cepalino “debería ser parte del modelo progresista de todo el continente”.

Retornar ese modelo económico implicaría cerrar, aún más, el aparato económico mediante el incremento de aranceles, lo cual iría en contra de compromisos asumidos por nuestro país en el seno de la Organización Mundial de Comercio y tratados bilaterales con nuestros principales socios comerciales. El otorgamiento masivo de recursos de crédito subsidiado al agro y la industria, como lo hizo, con pésimos resultados, la Junta Monetaria con fondos de emisión, hoy no lo puede hacer el Banco Agrario sin poner en riesgo su estabilidad financiera, a menos que reciba cuantiosos recursos de capital del gobierno. Sería absurdo utilizar para ese propósito recursos captados del público o excedentes de tesorería de la Nación. Con un enorme costo fiscal, la Administración de Andrés Pastrana tuvo que liquidar la Caja Agraria a la que quebraron políticas parecidas a las que Petro propone. Esa historia puede repetirse. Los platos rotos correrían por cuenta de futuros gobiernos.

Incluso más: no solo sería indispensable superar el modelo neoliberal, una versión extrema del capitalismo que rechaza de plano y que se encontraría vigente en nuestro país; habría que superar el capitalismo como tal, al que le atribuye haber causado la reciente pandemia. En efecto: “No dejo de pensar en la relación entre el virus y el capital. Si uno hace una geografía de los grandes centros de capital y mide la presencia del virus, se da cuenta de que coinciden. La razón es básica: el capital necesita una circulación de personas”.

Reducir masivamente la circulación de personas implicaría forzar la migración forzosa de millones de personas hacia el campo, una idea irrealizable y antidemocrática. La expulsión hacia el campo de las elites sociales educadas y modernas, fue un elemento central de la política represiva que se adelantó en China durante la llamada “Revolución Cultural” bajo la dictadura de Mao Zedong a mediados de la pasada centuria. Costó millones de muertos.

Lo que desde los albores de la humanidad ha venido sucediendo de manera espontánea es exactamente lo contrario: a partir de la erección de Ur de Caldea, unos dos mil años a. de C., el crecimiento de las ciudades no se ha detenido jamás. Civilización y vida urbana son fenómenos que suelen presentarse juntos. Hacia finales del siglo actual, casi toda la población mundial será urbana; el modo de producción campesina, que el gobierno actual quiere promover, en un par de generaciones será cosa del pasado. La biotecnología sustituirá gradualmente al agro en la producción de alimentos.

La vida citadina implica retos enormes en cuanto al suministro masivo de transporte, alimentos, agua y energía. Son elevados los problemas de pobreza y contaminación. No obstante, muchas ciudades han logrado generar condiciones de vida adecuadas y sostenibles. La salubridad de Londres, por ejemplo, es en la actualidad muy superior a la que describió Charles Dickens en el siglo XIX. Por supuesto, la difusión de virus se facilita en donde existen aglomeraciones poblacionales. Lo sabe cualquiera que haya leído el relato de Giovanni Bocaccio sobre la peste que asoló a Florencia en 1348, o el de Daniel Defoe sobre la que causó estragos en Londres en 1665. Si queremos un referente más antiguo, recordemos que la muerte de Pericles, ocurrida en el 429 a.C., fue ocasionada por la peste que hizo daños enormes en Atenas. Lo cuenta Tucídides.

Afirmar, pues, que las epidemias son un efecto del capitalismo -un modelo económico relativamente reciente- es un error de perspectiva histórica difícil de comprender en una persona cultivada como lo es nuestro presidente.

3. Álvaro Uribe: Un presidente paramilitar

Petro siempre ha sido un radical opositor de Álvaro Uribe como gobernante y dirigente político. Al escribir su libro en el año 2021, asumió, con buenas razones, que tendrían -él y su partido- un protagonismo significativo en los comicios de este año. Atacarlo era una opción estratégica indispensable. A ese objetivo dedica un capítulo entero: “Un presidente paramilitar”. Nada de lo que allí dice es novedoso, ni mejora los argumentos que aportó, en célebres debates parlamentarios realizados años atrás, para probar unas acusaciones que el poder judicial nunca pudo esclarecer. No vale la pena detenerse, otra vez, en ese tema; en esencia se trata de que Uribe fue un instrumento de grupo paramilitares. Que gobernó en pro de intereses mafiosos.

Sin embargo, sorprende esta afirmación: “Mucho de lo que yo juzgo del uribismo y de la derecha colombiana en general, es que quiere eliminar la Constitución del 91 para volver a la de 1886″. No se conocen, de parte de Uribe o de otros líderes políticos afines, manifestaciones expresas de ese propósito; tampoco otras de naturaleza tacita de las que esa intención pueda inferirse. Es generalmente reconocido que la expedición de la nueva Constitución fue un proyecto político que contó con el respaldo de todas las formaciones partidarias relevantes. Desde guerrilla del M-19, que recién se había movilizado, hasta los partidos tradicionales.

Es verdad que Uribe buscó una reforma constitucional que hiciera posible su reelección para el periodo que se iniciaba en el 2006. La logró por amplia mayoría en primera vuelta, luego de que la Corte Constitucional validara esa reforma. Procuró en 2010 una segunda reelección que no fue autorizada por la Corte. Uribe aceptó esa decisión. Años después se opuso al acuerdo entre la Administración Santos y las Farc utilizando, entre otros, argumentos constitucionales extraídos de la Carta vigente. No parece tener fundamento la afirmación del candidato Petro.

Los debates sobre los supuestos vínculos de Uribe con sectores ilegales, y sobre la novedosa acusación de un supuesto compromiso suyo con la demolición de la Carta de 1991, han perdido relevancia desde que el actual presidente le reconoció la condición de líder de la oposición. No suena plausible que un gobernante, sin estar obligado por el orden jurídico a hacerlo, le confiera a una persona que considera ligada a la delincuencia esa función política trascendental. Llama la atención, sin embargo, que esa audaz jugada le ha sido útil al gobierno actual. Uribe ha sido un opositor más bien tímido.

En cualquier caso, la tregua existente entre ambos líderes no podrá durar mucho. Sus intereses electorales divergentes pronto los llevarán a nuevas confrontaciones. Recuérdese que tendremos elecciones regionales en octubre de este año.

4. El paso por la Alcaldía, un escalón hacia el poder nacional

Según el autor del libro, sus propuestas como candidato a la Alcaldía de Bogotá “tienen carácter presidencial”; ellas sirvieron de base para sus propuestas como aspirante a la presidencia en 2018 y en 2022. Desde su óptica, esa posición tiene amplia justificación: “Fue mi primera experiencia de gobierno y una experiencia del progresismo a escala latinoamericana”. Tenía claro que sus propuestas “no podían tener un éxito total en tan solo cuatro años de gobierno, pero la Bogotá Humana, como llamamos a nuestra administración, se convirtió en una transición para alcanzar gradualmente estos objetivos”.

“Propusimos tres programas centrales: el primero buscaba superar la segregación social en una de las ciudades más desiguales del mundo, el segundo propuso programas para mitigar el cambio climático, y el tercero giró en torno al fortalecimiento del poder público”. Sin duda, estos siguen siendo sus vectores como gobernante.

Cuando escribo este ensayo -días finales del año precedente- es materia de amplia discusión la idea de liberar de las cárceles a personas, condenadas o detenidas de modo preventivo, para convertirlos en “voceros de paz”. Una estrategia semejante fue ejecutada durante el gobierno de Petro en Bogotá. “En esencia [ella consistió] en pagarles a los integrantes de pandillas para que sostuvieran a sus familias y dejaran de robar; a cambio, ellos entraban a estudiar. Ese programa lo usaban en otras ciudades del mundo, como Los Ángeles, que tiene una problemática muy compleja en el tema”. Los beneficiarios “fueron llegando de a poco, pero de un momento a otro se expandió el programa hasta que 10.000 jóvenes pandilleros se habían integrado”, una cifra enorme.

El libro se detiene en las razones para considerar que ese experimento fue muy exitoso. Evaluarlo de nuevo, de manera rigurosa e imparcial, aportaría elementos de juicio con relación a un debate que tiene plena vigencia.

“En el tema de la salud, también decidimos romper con el modelo neoliberal de la Ley 100, copiando algunos modelos internacionales”, entre los que menciona los de Cuba y Costa Rica, que habrían sido los referentes de un programa financiado por el Distrito y operado “por médicos de izquierda”, durante la alcaldía de Lucho Garzón. El programa fracasó porque “una EPS privada y corrupta se llevó ese dinero a sus propias clínicas y hospitales”. Aunque no explicó en qué consistieron esos actos de corrupción que, por supuesto, debieron haber sido denunciados y sancionados, en su libro expone los pormenores de su programa de salud cuyo eje fue el de “médicos en el hogar”. La lectura de esta parte del libro confirma el profundo rechazó del actual presidente al sistema de salud vigente y aporta elementos valiosos para unas discusiones que serán intensas en el futuro próximo.

En fecha reciente el presidente Petro expresó su rechazo a continuar avanzando en la construcción de una red de vías troncales que muchos consideran indispensables para la articulación física de un país dotado de una geografía singularmente abrupta y para mejorar nuestra competitividad en los mercados externos. Esas carreteras -añadió- solo sirven para mover las mercancías que interesan a los sectores pudientes de la sociedad y perjudican a la industria y al sector agropecuario al facilitar el ingreso de productos extranjeros. El énfasis -sostuvo- tendrían que ser los caminos veredales. El antecedente directo de estas afirmaciones proviene de su experiencia como alcalde. “[…] los recursos para vías de la ciudad se habían invertido en las grandes troncales de Transmilenio. Las víctimas de esos proyectos estaban en los barrios de la ciudad. La pavimentación de las calles en los barrios tenía menos que ver con el tema de la movilidad y más que ver con la dignidad”. Sería muy interesante saber por qué la construcción de vías para mejorar la movilidad es una calamidad, pues no se discute que en Bogotá el transporte público es pésimo.

Para cerrar esta breve mirada a la visión del alcalde Petro, vale la pena citar este párrafo: […] sabíamos que la alternativa para conquistar la mayoría en el Concejo era entregar, como lo había hecho Samuel Moreno, cuotas burocráticas a los partidos tradicionales. Cada vez que ello se había intentado, resultaba en procesos de corrupción y nosotros no queríamos eso”. Debemos suponer que nuestro actual presidente considera que la alianza integrada con esas mismas formaciones políticas es programática y no producto de la corrupción. Infortunadamente, no se conocen los acuerdos logrados con los adversarios en los recientes comicios. Divulgarlos, así fuere de modo tardío, nos serviría para estar seguros de la pulcritud de la alianza existente y de la solidez de sus fundamentos.

5. Respeto por las instituciones

“Yo creo que Duque [con quien compitió en las elecciones de 2018] ganó solo con el fraude”. Para llegar a esa conclusión no aporte prueba alguna; realizó un cálculo, cuyos supuestos son discutibles, para establecer el número de votos que es posible recibir en cada mesa electoral. Como la votación total superó la cifra que le parece factible, ese excedente tuvo que ser producto de un fraude en contra suya.

La razón es poderosa: “Los alcaldes, la mayoría son del régimen, ponen en la mesa atípicas jurados homogéneos: sus funcionarios y contratistas; allí sin testigos meten los votos fraudulentos…nombres que les pasan funcionarios corruptos de la Registraduría…así metieron dos millones de votos no existentes, así ganaron la presidencia”. Esta grave acusación jamás fue sometida por Petro o sus seguidores a escrutinio judicial. Los observadores internacionales que, como es usual, siguieron el proceso nada dijeron. La diferencia entre Duque y Petro en segunda vuelta fue tan amplia (2.358.240 votos) que no es verosímil afirmar que el resultado fue fraudulento, así se hubieren presentado adulteraciones de los resultados en algunas mesas.

De otro lado, su triunfo en los comicios de 2022 ocurrió en un contexto normativo, institucional y político semejante al de 2018. ¿Por qué entonces hubo fraude y no ahora? Este episodio no habla bien del respeto del candidato por el Estado de Derecho. El juego limpio supone que se acogen los resultados tanto cuando se gana como cuando se pierde. A Santos no lo hizo feliz que Duque fuera su sucesor; tampoco a este que el actual presidente sea Petro, cuya elección nadie disputa. Ambos entregaron el poder sin vacilación; virtudes tiene nuestra democracia.

Mencionaré otro episodio que no es trivial. El Plan de Ordenamiento Territorial de su administración fue negado por el Concejo Distrital. Frente a ese resultado adverso, decidió expedirlo directamente “porque había una norma que lo permitía, aunque de una manera un poco confusa”. Tal como lo avizoró, la norma fue anulada; lo hizo “una magistrada amiga del procurador General Alejandro Ordoñez”. Esa afirmación sugiere que, como es conocida (y, quizás, justificada) su profunda aversión por el entonces procurador, la decisión de esa magistrada- y la de sus compañeros de sala- tuvo que ser amañada para causarle perjuicio. Como esa es una conducta delictual, debió formular una acusación ante la Fiscalía. Si Petro la introdujo, debió decirlo en su libro y referir el resultado definitivo del proceso penal. Si no, lesionó injustamente el honor de unos jueces de la República.

No se hará aquí referencia a episodios recientes que suscitan preocupaciones. Hacerlo excede los fines que, en esta ocasión, el autor persigue. Por eso digo que, con los elementos que surgen de la lectura de su autobiografía, no es posible sostener que pretenderá romper las normas que configuran nuestro Estado de derecho. Tampoco de “Una vida, muchas vidas” emanan razones para asumir que ha abdicado de sus convicciones revolucionarias; y los revolucionarios, como es sabido, siempre tienen prisa: están convencidos de que la sociedad padece males enormes cuya solución, que de ellos depende, es urgente. La democracia representativa, con sus comicios periódicos, sus mandatos acotados, sus volubles parlamentarios y sus jueces inquisitivos, no les resulta cómoda.

No puede, pues, descartarse que acuda a movilizaciones populares para respaldar sus iniciativas en caso de que las instituciones del Estado independientes del gobierno no compartan sus proyectos de reforma. Sin embargo, Petro no solo es un gobernante radical. Es, así mismo, un político avezado, capaz de llegar a acuerdos con actores distintos a su propio partido; ha dado amplias muestras de esta capacidad en sus primeros meses en el Gobierno. En un escenario como ese las instituciones podrían resistir la tensión, e, incluso, resultar fortalecidas.

Excusen la ambigüedad de estos párrafos finales. En tiempos de incertidumbre, la claridad es poca.

Briznas poéticas. Un atisbo de sabiduría de Nicolás Gómez Dávila: “Una existencia feliz es tan ejemplar como una existencia virtuosa. Y quizás más valiosa, porque si una puede guiarnos, la otra nos consuela”.

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