Isabel Cristina Jaramillo

OPINIÓN

“Serán los mejores”: un mal argumento para explicar por qué no debería contar el género en la elección de magistrados en la Corte Suprema de Justicia

En una elección donde se busca equilibrar tantos intereses, es imposible afirmar que los sesgos no están operando. Estoy convencida de que al menos en esta ocasión van a tener que ponerse la meta de seleccionar solamente mujeres.

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15 de octubre de 2021

Recientemente, varias amigas y colegas se han acercado a mí, preocupadas porque hay pocas magistradas en la Corte Suprema de Justicia y podrían ser menos. Me pidieron que me inscribiera en la lista, en la de la Sala Laboral, en la Civil. Honestamente, he aspirado a la Corte Constitucional porque creo que desde allí puedo aportar. No veo que eso se traslade tan fácil a otras áreas del derecho u otras formas de decisión judicial. Me pidieron que firmara cartas dirigidas a los magistrados. No entendí del todo la estrategia. Me siguen insistiendo en que el peligro de que la Corte quede conformada exclusivamente por hombres es cierto e inminente: si en la elección actual ninguna de las mujeres resulta favorecida, cuando las dos mujeres que actualmente están en la Corte terminen sus periodos va a haber al menos un tiempo en el que no habrá mujeres.

Algunas magistradas me han dicho confidencialmente que los magistrados les han asegurado que “elegirán a los mejores” y que rehúsan considerar el tema de género como factor en la elección. Creo que, a estas alturas, ese argumento muestra un gran desconocimiento, no solamente de lo que implica el proyecto de transversalización del género con el que la Rama se comprometió en 2008 y el Gobierno colombiano en 2012, sino de lo intensamente política que es la elección de magistrados. Espero que esta columna logre persuadirlos de que hay que aproximarse de otra manera a esta cuestión.

En efecto, muchos trabajos académicos se han orientado a mostrar que las ausencias de las mujeres en posiciones de liderazgo ya no tienen que ver ni con los intereses de las mujeres, ni con su falta de preparación. El interés por ocupar cargos de poder y reconocimiento hace mucho dejó de ser privilegio masculino; de hecho, las mujeres combatieron ferozmente por el derecho al voto precisamente porque les interesaba el poder. Más aún, no es que los hombres estén más inclinados naturalmente a ocupar posiciones de liderazgo. Si han predominado es porque quienes eligen son hombres como ellos; claro que a uno le gusta y le interesa eso en lo que le puede ir bien.

Algunos consideran que la falta de interés de las mujeres se expresa en que no se inscriben en las listas y no se presentan a competencias políticas. Mi experiencia me ha mostrado lo costoso que es involucrarse en estos procesos y lo difícil que es competir con los candidatos hombres. Observo dos de las situaciones más bochornosas. La primera involucró que un senador de la República me preguntara: ¿y su papá quién es? Esto a una mujer de 45 años con 20 años de experiencia como profesora y un doctorado de Harvard a cuestas. La segunda fue ver en el recinto del Senado a una mujer ofreciendo servicios sexuales a cambio de votos para uno de los candidatos. Ella, sentada al lado mío, con su ropa ceñida, sus senos, glúteos y nariz operada, compitiendo por la atención de los senadores con un fólder con fotos explícitas que prometían encuentros íntimos. Los senadores se dirigían a ella sin prestar la mínima atención a quien estaba al lado. Estas incomodidades me volvían tangible que había una negociación de la que estaba claramente excluida.

En el Consejo de Estado los consejeros me recibieron y, ciertamente, no vi otro tipo de transacciones. Pero la “razón” que me mandaron fue que “siguiera insistiendo”, que en esta ocasión no se podía, pero que soy muy joven. A mis 49 años. Y como si las largas horas dedicadas a diseñar la campaña, visitar a los magistrados, visitar a los senadores, preparar discursos y estudiar los temas “de la elección” fueran financiadas por alguien distinto a mí y a mi familia. Como si alguien pudiera darse el lujo de renunciar a su empleo para dedicarse a estas campañas.

Ahora, en este país donde las mujeres hace más de 25 años son más de la mitad del total de los abogados y más de la mitad de los empleados y funcionarios de la Rama Judicial, es una osadía decir que si las mujeres no han sido elegidas magistradas es porque no eran las mejores. Ciertamente, ser mujeres no nos hace mejores ni intelectual, ni éticamente. Pero tampoco nos hace peores. Hoy en día, solamente el 8,7 % de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia son mujeres. Esta es la cifra más baja en muchos años: en 2011 las mujeres eran el 13 % y en 2013 eran el 22 %, según datos del Consejo Superior de la Judicatura. La situación actual derivó de que en la última elección no se incluyó a ninguna mujer, a pesar de que se eligieron seis magistrados y las listas iban debidamente balanceadas gracias al esfuerzo del Consejo Superior de la Judicatura. No creo que sea pertinente hacer acá un análisis de hojas de vida para demostrar que las mujeres de las listas son al menos tan buenas como los hombres que fueron elegidos. La elección, abiertamente, busca generar varios equilibrios entre el cuerpo de magistrados: debe haber magistrados que vengan de la Rama, de la profesión y de la academia. Si ya hay muchos de la academia, no puede haber más. Debe haber equilibrio entre el centro y las regiones. Debe haber equilibrio entre distintas universidades. Debe haber equilibrio entre tendencias políticas. Todo eso me parece razonable, claro. Lo que no entiendo es por qué el género no es uno de los criterios con los que se busca equilibrio. Como mencioné antes, la Rama Judicial expresamente se ha comprometido con la perspectiva de género, así como el Gobierno nacional a través de sus políticas públicas y leyes.

Algunos me preguntarán por qué es importante que haya mujeres magistradas: ¿acaso deciden mejor que los hombres? ¿Acaso protegen más los derechos de las mujeres? Que yo sepa no hay prueba de nada de eso. Sí tenemos prueba de que tener mujeres magistradas ayuda a incluir los temas de mujeres en las agendas de las Cortes. Según mis propios datos, la proporción de sentencias relacionadas con las mujeres y los temas de género aumentó en 5 puntos porcentuales cuando entró la primera mujer a la Corte Constitucional. Aún no lo he calculado para las demás Cortes. También sabemos que tener mujeres magistradas les sirve a las niñas para imaginarse que es algo a lo que pueden y deben aspirar. Ellas también pueden ser líderes y ocupar posiciones de prestigio. Finalmente, sabemos que la mayoría de las personas tienen fuertes sesgos en contra de que las mujeres ocupen posiciones de liderazgo y que esos prejuicios afectan sus consideraciones de contratación/elección más allá de sus buenas intenciones. En una elección tan intensamente política como la que se hace de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, donde buscan equilibrarse tantos intereses, es imposible afirmar que los sesgos no están operando. Por esto, estoy convencida de que al menos en esta ocasión van a tener que ponerse la meta de elegir solamente mujeres. Como se ha dicho tantas veces, quedar incluido en una de las listas es ya garantía de probidad y mérito. Luego, en lugar de hacer cualquiera de los demás cálculos, podrían resignarse a este: elegir entre las mujeres de la lista a las mejores. ¿Es injusto con los hombres de la lista? Las mujeres hemos servido de relleno en tantas listas y ternas que lo injusto es decir que esa no es también una contribución válida e importante: ser incluido y aspirar juiciosamente, aunque todas las apuestas estén en contra.