Enrique Gómez Martínez Columna Semana

Opinión

Sueños inconstitucionales

Las oportunidades del petrismo para aprovechar su decreciente capital político se derriten ante el fulgor inatajable de la opción de Abelardo de la Espriella.

Enrique Gómez
6 de octubre de 2025

En otro simulacro populista del presidente en Ibagué, el pasado 3 de octubre, se lograron nuevos hitos de degradación de la imagen presidencial y se escalaron las cortinas de humo y recursos mediáticos del compromiso gubernamental con interferir al máximo en el proceso electoral de 2026.

Nada nuevo, en realidad, e incluso —para muchos— referirse a las alocuciones delirantes del gobernante es en parte una concesión de protagonismo a quien no solo no la merece, sino que no debe recibirla en la medida en que impulsa aún más su poderosa huella digital. Que Petro se imagine como el reemplazo de Pablo Escobar en la imagen triste y vergonzosa de Colombia, muestra una faceta más de la idealización y alianza perversa de siempre del M-19 con la mafia del narcotráfico que tantos, por tanto tiempo, en el establecimiento pretendieron desconocer.

Petro ha acudido al espejismo de la asamblea nacional constituyente en múltiples oportunidades desde de 2023. En 2025, bajo la corrupción creativa del ministro de Justicia, propone un salpicón de mecanismos de reforma constitucional. Montealegre le tuerce el pescuezo a la Constitución, como es su costumbre, mezclando la iniciativa popular para actos legislativos o referendos (artículos 375 y 378 Copol) con el procedimiento dispuesto para la convocatoria de una asamblea nacional constituyente prevista en el artículo 376. Se propone el gobierno recoger firmas, no para un acto legislativo o referendo, sino para, en la artera e imposible idea del ministro, imponer al Congreso, vía iniciativa popular, la aprobación de una ley de convocatoria a una votación popular que habilite una constituyente.

Si bien el artículo 376 de la Constitución no define o limita la iniciativa legislativa para convocar una elección popular para la constituyente, el hecho que supuestamente se promueva el proyecto de ley de convocatoria en la iniciativa popular del artículo 155 de la Constitución, no convierte la recolección de firmas en vinculante para el Congreso, como lo desea Montealegre.

La posibilidad de una constituyente todavía dependería, en el caso de que el gobierno lograse obtener más de dos millones de firmas válidas en su iniciativa, del voto favorable de la mayoría absoluta de los miembros de ambas cámaras para aprobar la ley que autorice al acto electoral consultar la convocatoria de la constituyente.

Si el gobierno superase el obstáculo que representa el Congreso, tendría que insertar y financiar en el calendario de 2025 una nueva fecha, ya que el citado artículo 376 prevé que sea una convocatoria electoral exclusiva para este propósito.

Si Petro, en su caótico y patético ocaso, lograra todo lo anterior, es poco probable que lograse del CNE una fecha previa a las elecciones presidenciales. En el improbable caso de que alcanzase hacer una consulta popular sobre la convocatoria de una constituyente antes del fin de su gobierno, la barrera final parece ciertamente insuperable, ya que tendría que lograr el voto favorable de una tercera parte de un censo electoral de 41,2 millones de votantes, es decir, más de 12,3 millones de votos.

¿Qué se busca entonces con esta ilusa e improbable iniciativa? El petrismo necesita tracción e interacción con los votantes y la opinión. La repartición de títulos agrarios, subsidios, refrigerios y contratos no está bastando para mejorar la intención de voto en los estratos populares urbanos del país.

La saturación con la inseguridad, la decadencia de la salud, la falta de empleo formal y la degradación de la vida cotidiana generada por el mal gobierno derrota los esfuerzos de propaganda, por más intensos, habilidosos y mentirosos que sean.

El surgimiento extraordinario de Abelardo de la Espriella a través del renacer del discurso político comprometido, del retorno al sentido común, gracias a una simbología y una promesa de valor alineada con las necesidades y añoranzas del pueblo colombiano, aunada a una ejecución esmerada y una gran consistencia, es un desafío que galvaniza realmente la intención de voto en contra del petrismo.

El petrismo contaba con la mediocridad centrista, siempre manipulada y comprometida con los intereses especiales, para pasar raspando a la segunda vuelta, dividiendo el voto de oposición. El petrismo contaba también con la conocida pequeñez moral y política de los aspirantes de la mal llamada derecha, para dividir aún más el escenario de la primera vuelta.

Las oportunidades del petrismo para aprovechar su decreciente capital político se derriten ante el fulgor inatajable de la opción de Abelardo.

Allí nacen, a la desesperada, los delirios inconstitucionales de Petro. Ni la división social, ni la guerra a muerte, ni las imaginadas ejecutorias de gobierno, sirven para crecer la cauda petrista. Tampoco ocultan el desastre generalizado y la inseguridad angustiosa.

Con una constituyente, además de lanzar una panacea mentirosa, se juguetea con la reelección como forma de poner a Petro en la contienda presidencial. Estas contramedidas lucen desesperadas, pero no pueden ser despreciadas. Si solo logran discurso y oportunidades de interacción con un electorado decepcionado del cambio, suman a los rodos de dinero y apoyos criminales que marcarán la elección.

Si debilitados y codiciosos los partidos tradicionales abrieran, junto con un establecimiento acorralado, la tronera de una constituyente, lograrían atar las manos de un nuevo gobierno de transformación y superación de la mediocridad histórica. Por ello es importante redoblar los esfuerzos para asegurar una victoria contundente de Abelardo en primera vuelta. Solo la contundencia en la intención de voto a través de la difusión y el apoyo a su movimiento cerrará la feria de las vanidades y concentrará los esfuerzos en derrotar, para siempre, la amenaza de la dictadura de izquierda en nuestro país.

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