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Un agradecimiento al uribismo

Es el precio de la ilegalidad. El que tarde o temprano termina pagando todo aquel que se atreve a quebrantar la ley.

Semana
20 de febrero de 2012

Se cumplen diez años desde la ruptura del proceso de paz en San Vicente del Caguán; cuatro, desde que Fidel Castro (en su libro, La paz en Colombia) revelaría la verdadera estrategia de las Farc en medio de ese proceso: fortalecerse política y militarmente para lograr polarizar al país, en el peor de los casos, o tomarse el poder, en el mejor. Hoy no se trata de si creer o no en la palabra de Castro; los hechos han corroborado su versión. Lejos de pretender un acuerdo de paz, las Farc se aprovecharon de la ilusión de un país, desafiando a un presidente que siempre consideraron débil y oportunista. Lejos de haber logrado alguno de sus propósitos, hoy sí que lamentan su arrogancia.

Se cumplen cuatro años, también, desde la captura de David Murcia Guzmán, a quien valga recordar por su desafío de poner en contra del entonces presidente, Álvaro Uribe Vélez, a los más de cuatro millones de afiliados de la pirámide DMG. Un desafío que terminó en llanto, porque ninguno de esos afiliados le valió a Murcia para no terminar pidiendo misericordia ante un tribunal.

Es el precio de la ilegalidad. El que tarde o temprano termina pagando todo aquel que se atreve a quebrantar la ley. Todo aquel, incluyendo a Álvaro Uribe Vélez, quien también pagó caro su desafío a las instituciones. Porque si bien las leyes que determinan el juego del poder democrático no son perfectas, celebramos que nadie las pueda cambiar de manera unilateral para seguir jugando indefinidamente: para perpetuarse en el poder. Gran paso el que daríamos hacia una democracia moderna si en lugar de atacar el impedimento de ocupar la Presidencia por más de dos períodos, también lo extendiésemos a congresistas, diputados y concejales de oficio, que más daño que bien le hacen a este país. Contrarrestaríamos la concentración del poder. Propenderíamos por la alternación de los gobiernos. Perfeccionaríamos nuestra democracia.

Pero los extremistas no entienden de democracia. Uribe no se resigna a perder el poder. Cosa que nada tendría de malo, si no fuese porque se ha dedicado a criticar abiertamente a nuestras instituciones, de un modo igual o peor de irresponsable de lo que, según él, Piedad Córdoba lo haría en su momento.

Con todo, ¡a ver qué hacemos con esta bendita ingenuidad! La nostalgia del poder por parte de Álvaro Uribe Vélez bien podría ser objeto de preocupación para su familia y sus allegados. Pero sí que resulta desconcertante ver a tanto colombiano (¡políticos y periodistas!) hacer eco de esa preocupación, al punto de ignorar los delitos que esa supuesta nostalgia pretende desestimar. Por supuesto que volver a retomar el poder sería el mejor de los mundos posibles para Uribe, pero ya no por el poder mismo sino por contrarrestar las diversas acusaciones que pesan sobre su gobierno.

En su deber de ciudadano, lo menos que hubiésemos esperado de un expresidente de la república sería la persuasión de Luis Carlos Restrepo para presentarse ante la justicia. Pero tal es la angustia de Uribe que –en lugar de eso– ha apoyado a Restrepo y a otros miembros de su gobierno implicados en escándalos judiciales (chuzadas, AIS y falsas desmovilizaciones) para que se declaren rebeldes políticos y busquen asilo en el exterior. Tal es su desespero que –no satisfecho con sus ataques constantes a las Cortes y a la Fiscalía– ahora le ha dado por publicar (vía twitter) mensajes que incitan a la rebelión de las fuerzas armadas.

A aquel pobre psiquiatra sí que le salió mal la publicación de su panfleto-decálogo en contra del gobierno de Juan Manuel Santos. Porque de demencial o delirante ese panfleto no tenía una sola línea. Porque más bien funcionó como una cortina de humo para atenuar su mensaje posterior de defensa frente a la Fiscalía. Pero tan mala ha sido la estrategia de los uribistas que con este tipo de mensajes sólo le hacen daño a su propio gremio y, por extensión, al presidente Santos –por no desmarcarse de ellos de una buena vez y por, en lugar de eso, prestarse para controvertir los fallos de la justicia–. Peor aún, dado que ni Uribe ni el amable José Obdulio Gaviria han secundado este comunicado, es de sospechar que el excomisionado se ha convertido en ese tipo de personas que tanto detestaba el mismo expresidente: un idiota útil.

Así pues, con sus constantes campañas que buscan polarizar al país, con sus amenazas de hacer sentir sus nueve millones de votantes, la estrategia uribista terminó hablando y operando del mismo modo en que lo han hecho las Farc y delincuentes como David Murcia. La única lectura positiva que de la estrategia uribista podemos hacer aquí es que acentúa nuestra confianza en las instituciones judiciales. A ellas, nuestra más inmensa gratitud. Tanta, que al uribismo también.

*@Julian_Cubillos

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