En lugar de uñas: ¡hablemos de pezuñas!
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No soy vegetariana. No soy miembro de PETA, ni activista de Greenpeace. Simplemente soy una persona que odia el sufrimiento, la violencia y cree en la compasión. Por eso, estoy completamente en contra de la existencia de las corridas de toros en cualquier lugar del mundo.
Soy incapaz de lastimar físicamente a un ser y sufro al ver que hacen daño a otro. Pero es, precisamente, porque reconozco al otro. Creo que ese ha sido el gran mal histórico del ser humano. Negarse a reconocer al otro, al distinto, al diferente, a que “no es como yo”. Y considero que eso también aplica en este caso.
Antes no se reconocía al esclavo como humano, luego no se aceptó al bárbaro como igual, después fue el turno del indígena, vinieron a completar el afro y la mujer, y ahora la comunidad LGBT. Y estas actitudes, el no querer reconocer al otro, no son de hace cientos de años. La lucha por los derechos civiles en Estados Unidos fue en los 60 y el fin del apartheid en Sudáfrica se dio en los 90. Y aún hoy se oye que la mujer es menos inteligente y capaz que el hombre, y que ser gay es una enfermedad que se puede curar. Entonces, ¿cómo podemos reconocer al otro en un animal? Si los animales están por debajo de nosotros, los humanos. Si no piensan. Si no sienten. Si no son inteligentes.
Es con ese discurso de supuesta superioridad, tan común en la historia de la humanidad, que hemos justificado atrocidades e injusticias. Es por esa superioridad que ignoramos los cientos de perros que son abandonados en las terminales de transporte cada fin de año, porque sus dueños no creen que tienen una responsabilidad hacia su mascota. Es por eso que ignoramos la tragedia de las ‘zorras’ en las calles de Bogotá. Caballos que, en algunos casos, son explotados con el mínimo de comida, sin tener derecho a dormir y descansar, y cargan cientos de kilos a sus espaldas, mientras son golpeados por las personas a quienes les prestan un servicio para su supervivencia, hasta que exhaustos mueren de inanición y su carne es vendida de manera ilegal. Es por eso que seguimos llevando a nuestros hijos a ver circos como el de Los Hermanos Gasca, en donde tienen a los animales un estado deplorable, mal alimentados, enfermos y maltratados. Y ni hablar de las peleas de perros y los asesinatos de gatos, porque algunos creen que traen mala suerte y malas energías.
Es por eso que al gritar No Más Violencia no incluimos a nuestros hermanos de cuatro patas y no exigimos una ley seria de protección animal que realmente castigue el maltrato con multas y, sí señores, con cárcel, como sucede en los países civilizados a los que aspiramos pertenecer algún día. Una ley seria, que no sea como el Estatuto Nacional de Protección Animal actual que en su Artículo 7 dice que las leyes contra el maltrato, la tortura y la muerte injustificada de un animal no aplican para las corridas de toros ni para las peleas de gallos. Y que sanciona a los infractores con irrisorias multas de 5000 a 50.000 pesos. En donde en verdad Colombia, como país sensato, se comprometa a cumplir con la Declaración Universal de los Derechos de los Animales aprobada por Naciones Unidas en 1978.
Pero, ¿tienen derechos los animales? Esa es una pregunta que con seguridad muchos no se han planteado. Pero la realidad es que sí los tienen, porque las personas se los concedimos y somos precisamente nosotros quienes tenemos que proveer para que estos se cumplan. Y aunque estos no prohíben que algunos de ellos sigan siendo parte de nuestra cadena alimenticia, pues como ya cantamos al ver El Rey León ese es el “Circulo de la Vida”, si abogan por una muerte indolora, instantánea, que no genere angustia. Una muerte compasiva, que es lo mínimo que podemos ofrecer a aquellos animales que nos hacen el gran, gran favor de servirnos como comida. Pero no sólo eso. La Declaración Universal de Derechos de los Animales pide como mínimo a los países pertenecientes a la ONU que cuenten con leyes que exijan a sus ciudadanos no provocarle sufrimiento innecesario e inútil a ningún animal. Y se basan en que una sociedad que respeta a los animales es una sociedad mejor. Más compasiva, más sensible, que también sabe respetar a las personas y en general a todos los seres vivos.
Como han ido descubriendo los etólogos en los últimos años, los animales son seres muy inteligentes y se parecen más a los humanos (quienes finalmente no somos más que una especie de animal llamada Homo Sapiens Sapiens que pertenece a la familia de los primates hominoideos, que me perdonen los creacionistas) de lo que hemos querido aceptar. Algunas de las propiedades que considerábamos hacían único al Homo Sapiens Sapiens, también existen en otras especies. Los elefantes veneran a sus muertos. Además de hacer duelo y rituales propios ante el cadáver de uno de sus familiares fallecidos, suelen regresar al lugar en donde lo dejaron y tocar los huesos con su trompa y sus pies. Los delfines reconocen su imagen ante el espejo, es decir que saben que se ven a ellos mismos y se admiran, igual que nosotros. No sólo los monos usan herramientas para cazar, también los cuervos y las nutrias. Y las orcas no sólo aprenden, descubren y enseñan a su núcleo familiar nuevas técnicas de caza, sino que tienen diferentes ‘idiomas’ y costumbres dependiendo de la comunidad a la que pertenecen. Se podría decir, como han asegurado muchos investigadores del comportamiento animal, que tienen cultura. Y esto sin hablar de los perros, amigos fieles, miembros de la familia si son cuidados de manera responsable, que no sólo cambian de genio y lo hacen saber, sino que sueñan cuando duermen y mueven los ojos detrás de los parpados durante su estado de REM (quien tenga una mascota en la casa sin duda se ha dado cuenta eso), como nosotros.
Quizás los que no somos muy inteligentes somos los humanos, quienes no sólo hemos sido incapaces de aprender a comunicarnos con ellos, sino que además seguimos usándolos, maltratándolos y asesinándolos en honor a una práctica retardataria en donde varios (es cierto que no todos) de los asistentes están más pendientes de ir con juicio a la Plaza Santamaría para salir en las sociales de ‘distinguidas’ revistas, que en mirar a los ojos al pobre animal humillado, agredido y sangrante que tienen en frente.
Ojala no sólo los bogotanos sino todos los colombianos nos indignáramos por seguir permitiendo está practica ‘cultural’ en nuestra sociedad. Ojala este tema generara por lo menos la mitad del debate que se creó por las uñas de Laura Acuña.
Los dejo con tres videos para que pensemos en la compasión y en el "Circulo de la Vida". Pero, sobre todo, para que pensemos sobre el respeto que les debemos a los demás seres con los que compartimos el planeta.
Pd: Quiero compatrir con ustedes un especial que hizo la revista Letras Libres en 2008, muy acorde al tema, muy interesante. Hagan click acá
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