Crédito: Odd Andersen / AFP.

La estética del fútbol

Lucas Ospina: la imagen del gol de Yepes que no fue

Mario Alberto Yepes, defensor y capitán de la selección Colombia, está por marcar un gol en el partido de cuartos de final entre Brasil y Colombia. El gol fue anulado y entró en el imaginario de injusticias históricas contra Colombia. Brasil ganó 2 a 1.

Lucas Ospina*
26 de junio de 2018

Lea acá todas las entregas de nuestro especial ‘Anatomía de una imagen’, en el cual seis reconocidos escritores exploran, desde diversos puntos de vista, la estética, la emoción y el dramatismo de algunas icónicas fotografías de la historia del fútbol:

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En el espacio millonario de una cancha profesional de fútbol, ese mundo plano de infinito verdor, ocho futbolistas se agrupan en una jugada confusa que tiene lugar en pocos metros cuadrados: estamos ante la contingencia del gol.

El jugador en el centro de la imagen está a punto de patear el balón. La pelota sale a su encuentro luego del bote y rebote de una acción previa. En el fútbol hay jugadas que cualquiera puede hacer –o que el juego le promete hasta al más nimio jugador–. Después de todo, esta es la única faena deportiva que se juega casi solo con los pies y en la que a veces basta con meter la pata para alcanzar la gloria. Hay pasajes de destreza, agudeza y gran finura, sí, pero también trances feos y chiripazos en que se negocia a empujones y con el “Dios quiera que se nos den las cosas”. Lo que importa es, a fin de cuentas, el pragmatismo de marcar y ganar a como dé lugar.

En la imagen, dos de los jugadores del equipo de camiseta amarilla, rezagados, alzan la mano, imploran justicia. Muchas veces, agotados los recursos deportivos, se recurre a la maña actoral. El carácter histriónico del futbolista va de la hipocresía cancilleresca a la desfiguración facial y corporal: la pantomima de un parto de astucias precedido de tropezones, piscinazos y convulsiones en la grama. Estamos ante un espectáculo: la adaptación escénica del “pan y circo” romano a estos tiempos, un simulacro descarado de caídas y dolor fingido que ya hace parte del juego y que se puede observar con hilarante claridad en la repetición televisada. Solo algunos futbolistas no usan esa mascarada, el gran Lionel Messi siempre le hace el quite a esa astuta farsa.

Gracias a la incorporación del video como herramienta de juicio, en este Mundial los árbitros podrán vigilar y castigar en un intento de separar la realidad de la ilusión. En Colombia nos tomamos tan en serio esta integración entre lo ilusorio y lo real que las fechas del Mundial de Fútbol coinciden con las de las elecciones presidenciales, un periodo de calma chicha y amnesia colectiva, una borrachera de entusiasmo circense ante el guayabo inminente de la fiesta democrática de la que penden el pan y la vida por venir.

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En la imagen vemos a dos jugadores caídos: uno del equipo atacante, que, a pesar de estar rendido en el suelo, no pierde de vista el balón. Otro, el arquero del grupo que defiende, extiende su brazo para intentar cubrir el marco descomunal de la portería. El miedo del portero ante el penalti, la novela de Peter Handke, refleja bien la sensación de intentar cubrir una zona de vulnerabilidad que siempre nos supera. Otros dos jugadores, uno de cada equipo, son imagen y reflejo de un ballet triangulado por el balón; un dueto que parece salido de la simetría del espejo de una academia de ballet contemporáneo (aunque la metáfora suene demasiado sensiblera para algunos: el fútbol es un deporte testiculado, los jugadores profesionales que ‘salen del clóset’ se cuentan con los dedos de la mano y el triunfo de las selecciones femeninas es ninguneado por titulares que privilegian las proezas y escándalos sexuales de los machos sobre el logro deportivo de las mujeres).

Un último jugador del equipo atacante, algo más lejano a la jugada, está al acecho, con instinto cazador.

La jugada, como foto, es anticlimática y, como si se tratara de una pieza de arte conceptual, la explicación hace parte de la obra: “Mario Alberto Yepes (centro), defensor y capitán de la selección Colombia, se prepara para pegarle a la pelota y marcar un gol que fue anulado en los cuartos de final del encuentro entre Brasil y Colombia en el Estadio Castelao, en Fortaleza, durante la Copa Mundial de la FIFA el 4 de julio de 2014”. O, para ponerla en su traducción criolla más profana y viral, “#EraGolDeYepes”.

Colombia perdió dos a uno ese partido ante la selección de Brasil, que jugaba de local en un mundial confeccionado a su medida. Nunca antes la selección Colombia había llegado tan lejos. Había una posibilidad de estar en la final, cercanos a la codiciada copa de esta guerra mundial de la representación deportiva donde el gol es bomba atómica y Alemania siempre es el equipo a vencer (y que finalmente venció al local por goleada de 7 a 1 en un maracanazo tragicómico).

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La expresión “fuera de juego” es una regla metafísica: crea un estado de excepción y, gracias a esta pauta, todo lo que haga un jugador en esa zona movediza del “gol de palomero” deja de existir. En el caso del gol anulado a Yepes, la interpretación de muchos analistas arbitrales fue que, cuando inició la jugada, el capitán del equipo colombiano estaba en una posición inválida que se hizo efectiva cuando entró en contacto con el balón (así muchos digan que el contacto previo de la pelota con un jugador de Brasil anulaba ese dictamen). Sin embargo, la expresión #EraGolDeYepes avanzó y hoy sirve de consuelo para los voluntariosos que ven un vaso medio lleno –el gol era válido, nos robaron el partido–, y para los escépticos que ven un vaso medio vacío –el gol era inválido, así es el futbol–. A la luz de las elecciones presidenciales que acaban de pasar, y de la medianía de un candidato perdedor, la frase fue reencauchada: “‘Fajardo podía ganarle a Duque en segunda vuelta’ es el nuevo ‘era gol de Yepes’”.

La imagen, derivada en frase recurrente, es parte del patrimonio inmaterial del lenguaje nacional, un valor que suma riqueza al glosario que se alimenta de las relaciones fluidas entre deporte y vida. Sin embargo, si buscamos el valor futbolístico, llama la atención que la recordación de la actuación de Colombia en ese Mundial privilegie un gol anulado y no la belleza de un gol marcado en un encuentro previo. En el enfrentamiento entre Colombia y Uruguay, la selección tricolor marcó dos goles. El primer gol fue un riflazo perfecto de James Rodríguez, bonito sí, icónico también (para algunos el mejor del Mundial); en el segundo, se vio de qué estaba hecha esta selección: una secuencia perfecta de 12 pases continuos, una pared imantada de ires y venires del balón entre seis jugadores, con cambios de frente, centros, cabezazos y un pase-gol que, si bien no dio para grandes titulares, fue el más entero de la selección durante ese torneo.

“Un colombiano es más inteligente que un japonés, pero dos japoneses sí son más inteligentes que dos colombianos”, la frase es de Yu Takeuchi, un profesor japonés que pasó 50 años enseñando Matemáticas en la Universidad Nacional. Esperemos que la selección Colombia en este Mundial marque más goles de selección, grandes como los que hizo en el partido perfecto ante Uruguay, y menos goles válidos e inválidos producto de jugadas confusas y prácticas apocadas donde la leguleyada, el nacionalismo y el mercantilismo –tipo Cerveza Águila, Coca Cola o Bancolombia– se arropan de afición. Ya veremos qué tanto de Japón tiene la selección Colombia. El fútbol parece ser el único pegante capaz de darle juego y cohesión a un quebrado territorio que, a pesar de sí mismo, recibe el nombre ilusorio de nación.

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