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PSICOLOGÍA

¿Cómo seguir viviendo después de una pérdida dolorosa?

El sufrimiento es inherente a la existencia humana, sin embargo la pregunta es aquella que nos hace la vida; ¿Qué va a hacer usted con su dolor, si no puede evitarlo ni deshacerse de él? La mayoría de las veces es usted quien le pregunta a la vida ¿Porque a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Paula López*
23 de mayo de 2018

María respiraba con dificultad pues en el intento por sobrevivir se atragantaba con sus propias lágrimas. El dolor desgarrador le causaba una migraña que la empujaba hacia la locura, además le causaba daños en el miocardio y algunas arritmias en su agotado corazón.

La vida injustamente le había lanzado preguntas imposibles de responder, y ella, en su absoluta impotencia no estaba preparada para responderle a la vida esas preguntas que mermaban sus fuerzas y la llevaban a preferir entregarse rendida a no luchar más por conservarla. Era tan desgarrador su dolor que en ocasiones tuvo conversaciones con la muerte, e intentó volverse su amiga para pedirle que la llevara cargada con ella hacia el descanso eterno.

Esta bella mujer había perdido a sus tres niñas, quienes habían fallecido por causa de una enfermedad congénita de esas difíciles de entender; la genética hereditaria va haciendo disparates que van pasando generacionalmente de familias en familias dejando un legado de tristeza y desolación.

¿Cómo poder consolar? ¿Cómo ayudar al doliente a encontrarle el sentido a una situación así? cuando no habría repuesta humana ni divina que pudiera explicar tan absurdo dolor…

¿Cómo seguir viviendo sin desfallecer?

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Jerónimo consumía todos los pañuelos, era un destacado personaje de 46 años que sollozaba frente a mí, sentado con una tierna apariencia de un niño de 6, que dolía por causa del desamor.

Había malgastado 20 años de su vida fingiendo amor a una mujer que tenía todas las características que él necesitaba para haber huido lejos de ella hace tiempos y en cambio estaba preso, encadenado del temor que lo paralizaba.

Ese miedo que lo había congelado en el tiempo convirtiéndolo en momia de hielo, sin poder huir, sin poder romper sus cadenas, sin poder elegir cómo hubiera preferido vivir.

Hace 15 años amaba a alguien más, a una mujer que lo cobijaba tiernamente en algunas de esas noches de frío, en las que él lograba escapar como preso que huye de un cruel cautiverio, poseído por los fuertes temblores que le estremecían la conciencia y le rompían la aparente y falsa estabilidad.

Su cárcel era el pánico que lo encadenada al terror de enfrentarse a un escarmiento social. Romperles a sus hijos la ilusión de un hogar aparentemente feliz, era quizá más doloroso que las corrientes subterráneas de hostilidad en las que diariamente vivían.

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Paloma, de 14 años, vestía un uniforme de colegio de cuadros azules, cuadros de tela arrugada, pues sus pequeñas manos se aferraban a esa falda que absorbía el sudor de sus manos temblorosas, sin saber tampoco a su corta edad,  cómo responderle a la vida por los atropellos que de ella recibía.

Cómo entender el cansancio de una niña que a los 14 años, ya no puede más, ¿cómo iluminarle el camino oscuro por donde ella intenta abrirse paso, para seguir andando y alcanzar su sana adultez?

Al menos  ya tenía unas muletas; y eran esas píldoras de antidepresivos que cargaba en su lonchera para ir al colegio e ingerir con un jugo de cajita, que las empujaría desde su garganta hasta su corazón como consuelo y anestesia para su dolor.

Paloma era presa de una batalla campal entre sus padres, dos importantes y reconocidos ejecutivos que se encontraban en medio de la guerra fría de un divorcio, que se debatía entre sus egos afinados y sus heridas, que dejaba como víctima de este combate a su única hija, a quien un día arrojaron al mundo sin conciencia ni preparación.

Ella solitaria y desgarrada se agotó de buscar respuestas. Sus padres no pudieron dárselas, pues estaban muy ocupados diseñando estrategias para ganar esta guerra nuclear, sin entender que era el núcleo de su hogar el que destruían sin compasión.

Paloma cansada de buscar trincheras para esconderse y protegerse de los dardos disparados con veneno mortal, sintió que era un peso más para sus padres y que ellos se estaban matando para ganar el trofeo final de esta despiadada guerra, el trofeo que era ella misma.

Sin hallar respuestas, ni luz, ni posible consuelo, decidió tomarle la mano a la muerte y partir con ella para descansar.

Recibí entonces el último dardo de esta guerra, que terminó con una llamada para avisarme que Paloma había volado hacia el firmamento y que era allá en lo alto en donde su alma había alcanzado su anhelado refugio.

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¿Qué hacer entonces cuando la vida le arroja preguntas difíciles de responder?

El sufrimiento es inherente a la existencia humana, sin embargo la pregunta es aquella que nos hace la vida; ¿Qué va a hacer usted con su dolor, si no puede evitarlo ni deshacerse de él?

La mayoría de las veces es usted quien le pregunta a la vida

¿Porque a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Sin intentar elevar su consciencia para comprender qué es la vida la que le arroja estas preguntas a su existencia.

¿Qué va a hacer usted entonces con esta situación que lo encuentra de frente desprovisto de herramientas para enfrentarla?

Cuando nos vemos en la dura situación de no poder cambiar una situación que nos causa dolor, nos vemos en la difícil tarea de cambiarnos a nosotros mismos, decía Viktor Frankl tras haber sobrevivido al holocausto.

La desesperación es sufrir sin sentido, es un sufrimiento seco que rompe, que desgarra, que no da fruto; sin embargo, cuando el alma llora, esas lágrimas son el abono para el corazón, el cual se ablanda y se alista para ser sembrado, como la tierra arada para recibir la semilla.

Aun para María, para Jerónimo y para los padres de Palomita Q.E.P.D. hay una esperanza, esa misma esperanza que la vida le regala a usted mientras quizá su corazón agrietado lee estas líneas. Cada uno de nosotros se parece a una vela que abraza un pabilo en su interior, ese pabilo es aquello que la hace vela; porque sin él la vela, no sería vela, sería un simple pedazo de cera.

Igual es su existencia, de no ser porque abraza su alma, usted sería pura carne y puro hueso, su alma es aquello que lo hace humano. Está ahí para sostener su existencia.

La vela puede quebrarse así como usted se ha quebrantado tantas veces; haga el intento, tome una vela enciéndala y quiébrela, por el hecho de estar rota, la vela no se apaga, aun rota, aun quebrantada sigue iluminando.

Así es usted como ser humano, como ser espiritual, puede estar quebrantado y roto, pero su luz interior nunca se apaga, ni cuando su cuerpo desaparezca, se transforme en polvo y tierra, su luz interior su alma como la de Paloma, desde el firmamento seguirá desde lo alto, dándonos luz.

Nos vamos consumiendo como una vela, durante nuestra existencia nos vamos quebrantando por los golpes inevitables de la vida, a medida que pasa el tiempo nos vamos gastando, consumiendo, agachándonos, encorvándonos y haciéndonos más pequeños con el pasar de los años y ese derretir de nuestra propia esencia, como la vela, nos va pegando a nosotros mismos de nuevo, hasta que quede solo el recuerdo de nosotros, del cual nacerá una luz nueva, una vida nueva.

Esta analogía la imprimió en mi vida uno de mis más preciados mentores y maestros,  el Dr Claudio Gracia Pintos PhD, en un nutrido encuentro en la universidad Católica en la bella ciudad de Buenos Aires, con quien aprendí que aún frente al dolor más desgarrador, hay siempre una posibilidad, aunque no se puede negar la realidad trágica del sufrimiento, nuestra misma humanidad abraza el milagro como la vela, de restaurarnos de nuevo.

Es nuestra propia esencia cuando se consume, la que nos compone y restaura de nuevo.

Detener el dolor es imposible, deshacerse de él, es una utopía abrazarlo y hacerlo su maestro es quizá la mejor elección, hasta que el mismo se marchara cuando haya cumplido su misión espiritual, convertirlo en un sabio guerrero de la vida, al que las cicatrices del alma le recuerdan cada batalla luchada en fe y en dignidad.   

Mi píldora para el alma de esta semana

El sufrimiento es el mejor maestro. Lo conduce a su maestría espiritual y lo libera del dolor emocional, cuando le encuentre el sentido y descubra aquello que vino a enseñarle.

*Logoterapeuta. www.paulalopez.com instagram @paulalopezes