Jennifer Tegua tiene 30 años y es enfermera del Hospital San José en Bogotá. | Foto: Juan Carlos Sierra

INFORME ESPECIAL

“Perdí a mi alma gemela y ni siquiera pude despedirme”

Jennifer Tequia cuenta que nadie prepara a un médico o enfermero para asimilar que el número de muertos crece y crece. Tras cuatro meses de pandemia lo que más la ha marcado es tener que vivir la partida de su mejor amiga en soledad, sin nadie que la acompañe.

1 de agosto de 2020

Desde que todo empezó yo veía en televisión cómo las cosas se salían de control en otros países y pensaba en cómo sería la situación cuando llegara a Colombia. Al principio de la pandemia, por el aislamiento y el miedo de la gente a venir a los hospitales el trabajo de nosotros disminuyó. Pero ahora que estamos llegando al pico la situación es crítica. Y aún lo peor no ha pasado, pero pasará y será el día en que no tengamos insumos, ni dónde ubicar los pacientes fallecidos.  

Yo trabajo en urgencias. Puedo tener una relación más cercana con los pacientes a diferencia de los que están en UCI. Hablo con ellos, y en este momento recuerdo en particular a uno: José, lo trasladé a la UCI hacia las once de la noche y confiaba en que mejoraría. Pero al día siguiente me enteré que murió, no duró ni doce horas en cuidados intensivos. Eso marca porque hace caer en cuenta que la evolución de esta enfermedad es tan rápida e impredecible que ni siquiera nosotros que estamos en el área de la salud sabemos qué va a pasar con un paciente.  

Como trabajadores de la salud estamos preparados para afrontar esas situaciones difíciles, pero ver cómo crece y crece la cantidad de personas que fallecen a diario lo va afectando a uno poco a poco. Nadie está totalmente preparado para eso. Hay ansiedad, insomnio y agotamiento. Yo me siento cansada física y mentalmente incluso en los días que no estoy trabajando. Hay días en que no puedo conciliar el sueño, no tengo tranquilidad y otras veces sueño que aún estoy en el trabajo. Es tan real que cuando me despierto me toca esperar unos segundos para ver si estoy en mi casa o en otro lado.  

También afecta pensar en uno mismo como un peligro. Da miedo pensar que uno puede contagiar a los seres queridos o a cualquiera. Yo, por ejemplo, tuve que mudarme de mi casa. Ahora vivo con una compañera del hospital, pero aún así hay días en que me siento sola. En el trabajo ya ni siquiera podemos compartir con los compañeros y han sido pocas las veces en que he podido ir a ver a mis papás, y de lejos. Todo eso da muy duro en días como hoy, por ejemplo, que tuve una gran pérdida en mi vida: mi alma gemela, mi mejor amiga, una de las personas que más amo, falleció de cáncer en Bucaramanga y yo ni siquiera pude ir a despedirme. Este es uno de los momentos en los que pienso que nada de lo que estamos viviendo tiene sentido. No poder decirle adiós a alguien tan importante no tiene sentido. 

El coronavirus no solo nos limitó a estar encerrados, sino a muchas cosas más: a expresarnos, a compartir con las personas que queremos. A la gente que está afuera les pido que no esperen a que haya un familiar enfermo o ellos mismos para ser conscientes. No son verdad todas las cosas que dicen, no es verdad que nos estamos lucrando de esta situación. Como profesionales del cuidado, lo que menos queremos es que las personas estén enfermas. Hemos dedicado nuestra vida a sanarlas.  Le pido ayuda a la gente. Lo ideal no es que vengan y se recuperaren, sino que nunca se enfermen.