Desaparecer es más fácil en Japón gracias a la ley que regula la privacidad.
Desaparecer es más fácil en Japón gracias a la ley que regula la privacidad. | Foto: GETTY

TENDENCIA

Las empresas de Japón que ayudan a la gente a “desaparecer”

Cada año, algunas personas optan por “esfumarse” y abandonar sus vidas, trabajos, hogares y familias. En Japón se les conoce como “jouhatsu” y hay empresas que les ayudan a llevarlo a cabo.

21 de septiembre de 2020

En todo el mundo, desde Estados Unidos hasta Alemania o Reino Unido, hay personas que deciden desaparecer sin dejar rastro, abandonando sus hogares, trabajos y familias para comenzar una segunda vida. A menudo lo hacen sin siquiera mirar atrás.

En Japón, a estas personas se les conoce como los jouhatsu. El término significa “evaporación”, pero también se refiere a personas que desaparecen a propósito y ocultan su paradero, a veces durante años, incluso décadas. “Me harté de las relaciones humanas. Cogí una maleta pequeña y me esfumé”, dice Sugimoto, de 42 años, que en esta historia solo usa el apellido de su familia.

“Simplemente escapé”, dice. El hombre afirma que en su pequeña ciudad natal todos lo conocían por su familia y su próspero negocio local, que se esperaba que Sugimoto continuara. Pero que le impusieran ese papel le causó tanta angustia que de repente se marchó de la ciudad para siempre y no le dijo a nadie adónde iba.

Desde una deuda ineludible hasta matrimonios sin amor, las motivaciones que empujan a los jouhatsu a “evaporarse” varían. Pero muchos, independientemente de sus motivos, recurren a empresas que les ayuden en el proceso. Estas operaciones se denominan servicios de “mudanzas nocturnas”, un guiño a la naturaleza secreta del proceso de quienes quieren convertirse en un jouhatsu.

Tokio es una ciudad con más de 9 millones de habitantes. | Foto: Archivo

Estas compañías ayudan a las personas que quieren desaparecer a retirarse discretamente de sus vidas y pueden proporcionarles alojamiento en ubicaciones desconocidas. “Normalmente, los motivos de las mudanzas suelen ser positivos, como entrar a la universidad, conseguir un nuevo trabajo o un matrimonio. Pero también hay mudanzas tristes, cuando la razón es haber dejado la universidad, perder un trabajo o cuando lo que quieres es escapar de un acosador”.

Así lo cuenta Sho Hatori, quien fundó una empresa de “mudanzas nocturnas” en los años 90 cuando estalló la burbuja económica de Japón.

Segundas vidas

Cuando empezó en ello, creía que la razón por la que la gente decidía huir de sus problemáticas vidas era la ruina financiera, pero pronto descubrió que también había razones sociales. “Lo que hicimos fue ayudar a las personas a comenzar una segunda vida”, dice.

El sociólogo Hiroki Nakamori ha estado investigando el fenómeno de los jouhatsu durante más de una década. Dice que el término comenzó a usarse en los años 60 para describir a las personas que decidían desaparecer.

Las tasas de divorcio eran (y siguen siendo) muy bajas en Japón, por lo que algunas personas decidían que era más fácil levantarse y abandonar a sus cónyuges que afrontar los procedimientos de divorcio elaborados y formales. “En Japón es más sencillo esfumarse” que en otros países, dice Nakamori.

La privacidad es algo que se protege con uñas y dientes. Las personas desaparecidas pueden retirar dinero de los cajeros automáticos sin ser descubiertas, y los miembros de la familia no pueden acceder a videos de seguridad que podrían haber grabado a su ser querido mientras huía.

“La policía no intervendrá a menos que exista otra razón, como un crimen o un accidente. Todo lo que la familia puede hacer es pagar mucho a un detective privado. O simplemente esperar. Eso es todo”.

“Me quedé impactada”

Para quienes son dejados atrás, el abandono y la búsqueda de su jouhatsu puede ser insoportable. “Me quedé impactada”, dice una mujer que habló con la BBC pero decidió permanecer en el anonimato. Su hijo de 22 años desapareció y no la ha vuelto a contactar. “Se quedó sin trabajo dos veces. Debió haberse sentido miserable por ello”.

Cuando dejó de tener noticias suyas, condujo hasta donde vivía, registró el sitio y luego esperó en su automóvil durante días para ver si aparecía. Nunca lo hizo. Dice que la policía no ha sido muy útil y que le dijeron que solo podían involucrarse si existía la sospecha de que se había suicidado. Pero como no había ninguna nota, no investigarán nada.

La policía no suele a ayudar a las familias que buscan a sus seres queridos.

“Entiendo que hay acosadores y que la información puede ser mal utilizada. Quizá la ley es necesaria, pero los criminales, los acosadores y los padres que quieren buscar a sus propios hijos son tratados de la misma manera debido a la protección. ¿Cómo puede ser?”, afirma.

“Con la ley actual y sin disponer de dinero, todo lo que puedo hacer es verificar si mi hijo está en la morgue. Es lo único que me queda”.

Los desaparecidos

A muchos de los jouhatsu, aunque hayan dejado atrás sus vidas, la tristeza y el arrepentimiento les sigue acompañando. “Tengo la sensación constante de que hice algo mal”, dice Sugimoto, el empresario que dejó a su esposa e hijos en la pequeña ciudad.

“No he visto [a mis hijos] en un año. Les dije que me iba de viaje de negocios”. Su único pesar, dice, fue dejarlos. Sugimoto vive escondido en una zona residencial de Tokio. La empresa de “mudanzas nocturnas” que lo aloja está dirigida por una mujer llamada Saita, quien prefiere no confesar su apellido por mantener el anonimato.

Ella misma es una jouhatsu que desapareció hace 17 años. Huyó de una relación físicamente abusiva y dice: “En cierto modo, soy una persona desaparecida, incluso ahora”.

Tipos de clientes

“Tengo varios tipos de clientes”, continúa. “Hay personas que huyen de la violencia doméstica grave y otras que lo hacen por ego o interés propio. Yo no juzgo. Nunca digo: “Su caso no es lo suficientemente serio”. Todo el mundo tiene sus luchas”.

Para personas como Sugimoto, la compañía le ayudó a abordar su propia batalla personal. Pero a pesar de que logró desaparecer, eso no significa que los rastros de su antigua vida no permanezcan.

“Solo mi primer hijo sabe la verdad. Tiene 13 años”, dice. “Las palabras que no puedo olvidar son: ‘Lo que papá hace con su vida es cosa suya, y no puedo cambiarlo’. Suena más maduro que yo, ¿no?”.