Durante su niñez estudió en un colegio público de Germania, en el centro de Bogotá. | Foto: Semana

VIDEO

“Me dijeron que era una mala pobre por querer salir adelante”: Alexandra Olaya-Castro

Esta colombiana es la única latinoamericana que ha recibido la medalla Maxwell, uno de los reconocimientos más importantes de la física cuántica. Fue la primera en su familia en terminar el bachillerato e ir a la universidad. Esta es su historia.

Mónica Jaramillo Arias*
24 de junio de 2019

Todas las tardes, después de salir del colegio Alexandra Olaya-Castro saltaba uno a uno los bolardos que quedaban justo al frente del paradero del bus que la llevaba a su casa. Nunca se iba hasta lograrlo. Paradójicamente, como ella misma lo explica, eso sería lo que terminaría haciendo durante toda su vida: “Saltar de un obstáculo al otro con la determinación de llegar más lejos”.

Aunque en Colombia su nombre no es tan reconocido, Olaya es quizá una de las físicas más brillantes que tiene el país en este momento. En 2016 se convirtió en la primera latinoamericana en recibir la Medalla Maxwell, uno de los galardones más prestigiosos de esta ciencia; y hoy desde Londres sigue haciendo sus aportes sobre un campo, aún muy inexplorado, que es el de la biología cuántica.

Muchos pensarían que su camino hasta allí obedece a que tuvo una educación privilegiada, o como mínimo, fue una niña prodigio desde la infancia. Pero la verdad es que no fue ninguna de las dos. Olaya nació en Bogotá el 30 de marzo de 1976 en el seno de una familia humilde y fue la primera de todo su linaje en graduarse de bachiller e ir a la universidad. Durante su niñez estudió en un colegio público de Germania, en el centro de Bogotá, y fue allí cuando empezó a interesarse por la física de la manera menos esperada.

Aunque siempre fue una estudiante aplicada, la materia de física fue la primera que perdió. Nunca le había pasado algo así por lo que durante todas su vacaciones siguientes se obstinó en aprender todo sobre la asignatura. En ese camino comprendió que la física no era solo matemáticas, sino una manera distinta de ver el mundo. Desde ahí se obsesionó por entenderlo todo: el movimiento lineal, el movimiento uniformemente acelerado y todos los conceptos que a muchos jóvenes le parecían aburridos en ese entonces.

Quedó tan fascinada que no le costó mucho decidir que a eso quería dedicarse toda la vida. Tras graduarse, la única opción a la que pudo acceder fue estudiar licenciatura en física en la Universidad Distrital. Allí aprendió a enseñar y a estudiar física. La institución le dio las bases de toda su carrera, pero cuando terminó sus planes habían cambiado. Olaya ya no solo quería ser una profesora, sino que soñaba con hacer física, crearla y  algún día, postular nuevas teorías dentro del campo. Así inició sus pasos en la investigación. Hizo una maestría en la Universidad de los Andes y de ahí un doctorado en la Universidad de Oxford, Reino Unido, que le abrió el camino para estudiar al lado de los más grandes.

Lea también: La física de la Universidad Distrital que se ganó la Medalla Maxwell 

Pero llegar a Oxford nunca fue una de sus metas. Su meta era hacer ciencia. Cuando aún estaba en Colombia empezó a interesarse por la coherencia cuántica. “Era un tema que me trasnochaba y yo sabía que para hacer esto tenía que hacer un doctorado. En ese momento Los Andes no lo tenía entonces empecé a buscar becas en todos lados”, cuenta a SEMANA. Lo último que quería hacer era endeudarse, pues ya tenía una deuda del Icetex de un millón de pesos, “del cual terminé pagando 11 millones”, dice.

La persona que examinó su tesis de maestría en los Andes era un profesor de Oxford, que le sugirió aplicar a la universidad. En ese momento, Olaya lo hizo sin entender la magnitud de lo que significaba. “En mi cabeza no estaba que era la mejor universidad del mundo, o por lo menos en las estadísticas”. Uno de los primeros requisitos era hacer un ensayo sobre por qué quería estudiar allí. “Escribí que quería hacer ciencia para volver al país y decir: ‘ahora sí podemos hablar de educación y hacer ciencia’”. Para su sorpresa, Oxford le ofreció la beca y luego otra, hasta que se estableció de forma permanente en el Reino Unido.

Cerebros fugados

“No volví porque aunque Colombia me dio todas las estrategias para abordar la adversidad de la mejor manera, Inglaterra me ofreció la posibilidad de florecer de una manera que yo jamás había imaginado”, dice Olaya. Como muchos, esta física es una de las tantas mentes brillantes que han decidido salir del país para crecer en su campo. Aunque tiene muchos colegas que han vuelto y se están convirtiendo en un motor de cambio, desde su punto de vista hace falta mucha convicción en la política para aumentar el capital humano en la ciencia. “Los científicos no solucionan las cosas inmediatamente, es una inversión a largo plazo, pero sin esa inversión Colombia será una consumidora de ciencia para siempre y nunca una hacedora”, explica.

Dice que en los últimos 20 años ha visto una evolución, pero que el país aún está en unas etapas muy primarias en esta formación. “No me refiero solamente a tener programas de doctorado, sino a la valoración que se le da a la ciencia en el país. Para dar una estadística concreta, de un millón de habitantes en Colombia, 90 son científicos. En Reino Unido, esa misma relación es de 4.400 científicos por cada millón de personas. La diferencia de masa crítica de científicos es grandísima”, dice. Para Olaya, no solo se trata de que no hay mujeres en ciencia, sino de que no hay ni hombres ni mujeres haciendo ciencia en el país.

En contexto: El mundo necesita mujeres en la ciencia

Pero además del la poca inversión, uno de los principales obstáculos para que más colombianos estudien estas carreras consiste en que la ciencia sigue siendo un estereotipo. “La mayoría piensa que es solamente para genios o que es algo interesante pero no sirve para mucho”, agrega. Y a menos de que el país rompa ese imaginario, va a ser muy difícil darle la importancia que se merece. En últimas, la ciencia básica es el motor de desarrollo económico de un país y de sus transformaciones industriales. Esto se ve reflejado en las grandes potencias mundiales como Estados Unidos, Reino Unido o Japón que han comprendido la importancia de invertir en este campo.

Para Olaya, uno de los países que más ha sabido aprovechar la ciencia en los últimos años es China. Hasta hace poco eran consumidores, repetidores, pero en la última década han empezado a competir hasta con Estados Unidos en este campo. “Ellos entendieron que no solamente pueden importar ciencia, sino que tienen que formarlos y darles los recursos para que la generen y lo mismo debería hacer Colombia. Si acá tenemos gente que con recursos mínimos compite, imagínense lo que podrían hacer con los recursos necesarios para competir igual que el mundo”.

Hacer física en un mundo lleno de hombres

Durante muchos años Olaya navegó por el mundo de la física con la brújula de "quiero entender" sin preocuparse mucho por las desventajas del género. Para ella era evidente que los hombres superaban a las mujeres en número pero nunca se concentró en eso. Sin embargo, a medida que fue avanzando en la carrera fue cada vez más consciente de las dificultades que significaba ser parte de una minoría. No solo por el número, sino por las relaciones de poder que hoy aún dominan el mundo de la ciencia.

“Empecé a notar que a medida que avanzaba era más solitaria. Cada vez veía menos mujeres y me sentaba en mesas donde las decisiones las tomaban los hombres”, cuenta. Entonces entendió que esta constante había tenido un impacto en el tipo de ciencia que se había hecho en toda la historia. Cómo sólo era validada una sola manera de ver y abordar los problemas, empezó a ver que la ciencia estaba estancada. Y aún hoy es así, porque no hay suficiente inclusión de otras formas de pensar, "ya sea de género o de otras minorías étnicas que no participan en el hacer científico”, explica.

Fue entonces en esos espacios de alto nivel donde empezó a enfrentar lo que significa el sesgo de género. “Levantaba la mano primero que un hombre para hacer una pregunta, pero quien estaba dando la conferencia esperaba hasta que un hombre lo hiciera para darle primero la palabra”, cuenta. Esta y otras experiencias la llevaron a convertirse en una rebelde del campo, como ella misma se define. No podía aceptar que con tanta experiencia y producción intelectual en el campo, la ignoraran solo por el hecho de ser mujer. “Empecé a cuestionar mucho más estas realidades sociales, tanto que en los últimos años he asumido otros roles en la universidad más allá del cientifíco", cuenta. Hoy Olaya hace parte de la vicedecanatura de diversidad, equidad e inclusión de la Universidad de Londres donde dicta clase y desde ese espacio generar las conversaciones para que todos estos estereotipos cambien.

Le podría interesar: ‘El empoderamiento de las mujeres tiene que empezar desde la infancia‘ 

Para ella no es cierto que las mujeres no estén motivadas a hacer ciencia y por eso existan más hombres en el campo. La razón por la que son minoría es porque el contexto aún es muy hostil para ellas. “El número de mujeres que estudian pregrado y posgrado ha incrementado en los últimos años, pero el número en posiciones altas es muy bajo. Las relaciones de poder son tan fuertes que hacen que terminen yéndose porque otros campos les dan la posibilidad de avanzar más”, afirma. Para la física las mujeres deben entender esta adversidad, pero nunca victimizarse. Y lo importante de tener esa consciencia es que da la oportunidad para no convertirse en una víctima del estereotipo sino de sobrepasarlo y evitar que estanque y destruya el potencial. 

Pero romper los estereotipos no es nada fácil. Y lo dice Olaya que desde que se obsesionó con pasar la materia de física en décimo de bachillerato entendió que son estructuras sociales tan poderosas que detienen a las personas de realizarse con plenidad. Olaya dice que el secreto para romperlos está en mantener la determinación de entender aquello que no tiene lógica. "No he encontrado otra manera de salir adelante que ir en contra de la dirección de la corriente para poder sobrevirir, como un salmón". Muchas veces a ella le dijeron que no podría convertirse en una investigadora de física y se acuerda especialmente de una frase que la marcó: "Me dijeron que yo era una mala pobre, porque dentro de ese contexto, lo que yo estaba haciendo, no es lo que hacen los pobres. Y esta frase me marcó tanto que dije: ¡perfecto, voy a ser la mejor mala pobre posible‘". 

El futuro

Así, en los últimos 12 años, la investigación de Olaya ha estado enfocada en crear un puente entre dos aéreas de la ciencia que en apariencia son opuestas: la biología y la física cuántica. Esta última explica lo que pasa a nivel muy microscópico mientras que la biología, en general, es una ciencia muy descriptiva de lo que nos rodea. Sin embargo, en los últimos años, la ciencia ha venido discutiendo que entre las dos existen relaciones mucho más profundas y la razón es que la biología está determinada por las moléculas. “Yo me he concentrado en cómo estas moléculas pueden usar fenómenos cuánticos. Mi trabajo es teórico y muy controversial, pero me he enfocado en solucionar esta controversia, en hacer las preguntas que nadie se ha hecho y mirar qué resultados dan”, explica.

Sobre el futuro de la ciencia, Olaya dice que la manera en que hoy se produce y consume podría cambiar de forma radical. La razón es que en la modernidad el mundo tiene acceso a datos que antes no tenía y para manejarlos necesita de nuevas tecnologías como inteligencia artificial. Por eso para ella, el mayor reto que enfrentará el campo es responder qué pueden hacer los seres humanos que una máquina o un organismo artificial jamás pueda hacer. “Esa me parece una pregunta clave en este momento para la ciencia y responder a esa pregunta creo que nos va a llevar a una etapa distinta de la contribución de los seres humanos al conocimiento”, concluye.

*Periodista Vida Moderna.